Tras ese embrollo surgido
el 24M, llega un escenario pleno de cinismo bufo. Quien es necio solo puede
revestirse de necio, no da para más. A veces, contamina con los mismos virus a
personas doctrinalmente cercanas. España configura un país donde los torpes alcanzan
el poder con relativa facilidad. La Historia muestra que ellos nos traen el infortunio,
nunca la tragedia. En consecuencia, aceptamos de buen grado que ocupen un poder
antojadizo. Garantizan, a cambio, aquiescencia y equilibrio con los poderes
fácticos. La preocupación surge cuando ambicionan ubicarse en el santuario
exclusivo del estadista. Disponemos de ejemplos y ejemplares recientes que
ofrecen un espectáculo hilarante e indigesto. Tan particular conducta, la
venimos arrastrando desde tiempos inmemoriales.
El diccionario define
ingenuo como persona carente de malicia; es decir, escaso de juicio. Considero
innecesario conquistar las aulas salmantinas para saber que nuestros
compatriotas están bien pertrechados de semejante mengua. Por ello, hace siglos
surgió un proverbio que asocia, cual anillo al dedo, voluntad católica -libre o
impuesta- con dejadez intelectiva: “Comulgar con ruedas de molino”. Tiempo ha
que los españoles nos constituíamos en mesnadas cuyo elemento indiscutible de
cohesión era el credo religioso, hoy trocado por otro de parecido arraigo: el
credo político. Ese “juego de tronos”, del que alguien proyecta extraer algún magisterio,
se plasma pacíficamente en las “conversaciones” que mantienen tirios y
troyanos. Se balancean, dicen, entre la lucha contra los corruptos y la
transparencia, de momento reducida a simple alusión. Desde luego, se hace imperioso
cortar cabezas; pero me parece ofensivo que exijan manchar la guillotina con
sangre ajena. Nunca fue la galería el mejor ni el más justo consejero.
Nada, en materia de
vicios o virtudes, debe estimarse propio, exclusivo, de individuos concretos.
Parece lógico suponer, entonces, que actos o acciones ingenuas pueden
cometerlas del rey abajo. Afirman los políticos, sin ninguna certidumbre, que
el pueblo jamás se equivoca. A la chita callando, en su fuero interno, añaden:
si me votan a mí, claro. Los políticos dejan expresas muestras de estolidez tras
los comicios. Enseguida, unos y otros, interpretan el voto a su antojo.
Incluso, superando las competencias que les conceden leyes, reglamentos y usos,
se apoderan de la voluntad popular materializada en un voto confuso, complejo e
intransferible. ¿Con qué derecho se autoproclaman notarios del escrutinio? ¿En
qué basan los deseos del pueblo? ¿Acaso no arriesgan demasiado cuando elevan conclusiones
y sugerencias interesadas? El examen final llegará pronto. Que ellos vayan aprestando
sus credenciales y el votante adiestre su impulso crítico.
Sí, el ciudadano peca
de ingenuo cuando ratifica, asimismo aplaude, los cánticos de sirena. Durante
cuatro años expiarán su decisión; también su ligereza. Los políticos ingenuos -haberlos
haylos, como las brujas en Galicia- pagarán la felonía al ciudadano, así como su
prepotente e infravalorada displicencia. Un conocido eslogan aconseja: “Si
bebes no conduzcas”. A nuestros políticos engreídos, les digo: “No leas si
silabeas”. Contrariamente al niño, un político verde, inhábil, no debiera atreverse
a descifrar el albedrío popular que refleja de modo difuso cada voto, su suma.
El PSOE, en estos momentos, hace equilibrios en la cuerda floja, sin red. El
vértigo que le ocasiona acariciar poder puede acarrearle una caída con secuelas
penosas, a lo peor insolubles. Luego deciden persuadirnos de que sus desvelos tienen
como objetivo el bienestar ciudadano.
La tan cacareada
transparencia está ausente, al menos, en aquellos encuentros que realizan jefes
y líderes para ver quién engaña al otro. No se conforman con burlar el deseo ciudadano
que, dicho sea de paso, les importa un rábano. Quieren sentar sus aforadas
posaderas en el sillón arrebatado al interlocutor. Para ellos, esa indecencia
social supone una conquista de rédito seguro. Pobre el país que privilegia al
pícaro miserable para relegar al pícaro necio. Ya lo anuncié. Este viene
adosado a la desdicha; aquel a la tragedia. Niego el fatalismo, pero nuestro
devenir histórico constata qué destino nos aguarda. El sacrificio vital de
Joaquín Costa, infinidad de huelgas, dos dictaduras, una guerra civil y
cuarenta años de transición pacífica, han servido para poco. Queda la ilusión temprana,
frágil, traída por partidos emergentes,
puros e ignotos.
En mi artículo anterior
expuse una tesis posible subordinada a ciertos requisitos. Deduzco que los
partidos mayoritarios han saboreado las hieles de un futuro incierto. Ninguno
desea apearse del poder más allá de esta coyuntura cuyo peaje deben expiar. Intuyen
que semejante escenario ingrato sirve, con la ayuda de Cronos, para cambiar lo
posible en probable. A la postre, entre esa discrepancia se interpone solo una
magnitud temporal, no conjeturas estadísticas. Toma cuerpo el provecho del
reactivo, la levadura, que acelere los cambios necesarios, urgentes, para
recoger un producto compensador al ocaso de dos mil quince. Cada sigla, sobre
todo el PSOE, precisa estar muy alerta si no quiere desaparecer engullido por
estas innovadas arenas movedizas. PP y Ciudadanos, cuando encuentren la salida
del laberinto, compartirán protagonismo en el cambio oportuno, satisfactorio. No
obstante, el PP -de forma ineludible- debe renovar, quizás remozar, su veterana
cúpula. Caso contrario, y me lo temo, le pasará como al PSOE que depuso Zapatero.
Perderán el poder y buscarán inútilmente un recambio capaz de consumar la
catarsis requerida.
Para muestra de lo que viene
-salvo que la moderación y el sentido común se impongan al final- enfatizo un detalle.
Ada Colau, alcaldesa in péctore de Barcelona, asegura incumplir las leyes que
le parezcan injustas. Somete la Ley a su pulsión, a emociones viscerales, y alienta
la de la selva donde el débil tiene todas las de perder. Significaría un mazazo
definitivo para la democracia. Lo grave es que esto no determina síntoma, sino enfermedad.
Dios, Alá o Buda, nos pillen confesados. Tenemos la pista llena de saltimbanquis.
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