No he leído, ni lo voy a hacer, el contenido de la sentencia
del Tribunal Supremo sobre qué supuestos criminales han cimentado su
resolución. Me sirven como fuentes fidedignas informaciones y referencias de
presuntos expertos en materia judicial. Sus opiniones las leo o escucho, pero solo
suponen un elemento más de reflexión sin que ejerzan condicionante alguno que constriña
mi propio criterio. Libre, pues, de apriorismos, huérfano de rémoras ajenas, estoy
en condiciones de ofrecer sugerencias razonables. Ignoro, en términos rectos y
por tanto decorosos, si la sentencia es justa o no, ponderada o insensata; quién
sabe si extemporánea. Sé que, sin conocer el objeto, emitir juicios sobre él
puede parecer ilegítimo. Sin embargo, desde mi punto de vista, los amplios informes
que conforman mi saber fundamentan tal audacia.
Me niego a juzgar si la sentencia refleja la evidencia de los
hechos, pues el empirismo personal nos alecciona que con idéntico texto legal
un juez te absuelve y otro te condena. Utilizando parecido argumento, tampoco
me atrevería a proclamar su rigor o tibieza, ya que dicho sentir obedece exclusivamente
a pulsiones del perspectivismo orteguiano. Sí ha sido un veredicto cuyo rédito
deja insatisfechos a los diferentes sectores concernidos. Cataluña ostenta la
máxima contrariedad, porque el cien por cien de sus habitantes, por mitad,
quedan desairados. Los líderes del independentismo habían anunciado, tiempo atrás,
que desacatarían cualquier fallo que no fuera absolutorio. Esta determinación,
tal vez reto al tribunal, ha supuesto materia de invisibilidad en la propia sentencia
presumiblemente porque hubiera mayor interés en seducir al gobierno que condenar
con rectitud hechos y complicidades.
Sin solución de continuidad (entre individuos no incursos en
procedimientos penales, sin excluir a los ya sediciosos y malversadores) se
está cometiendo de forma reiterada, presuntamente y como mínimo, un delito de
desobediencia. La sentencia del TSJ de Cataluña en dos mil diecisiete (Caso
Mas) indica: “… que ostente una posición de control sobre los riesgos de lesión
del bien jurídico tutelado en este caso y como se advirtió al principio de esta
fundamentación, el principio de jerarquía como garantía del perfecto
funcionamiento del Estado de Derecho, asentado sobre el necesario sometimiento
de la Administración pública a las decisiones judiciales”. Considero insólita
la inacción de la Fiscalía cuyo objetivo, deduzco, consiste en reducir tensiones.
No obstante, está consiguiendo el efecto contrario: agravar la situación anárquica
por sentimiento generalizado de privilegio, de impunidad. Es urgente la
adopción de medidas judiciales o económicas (quizás estas últimas sean más
eficaces) para neutralizar tanto desafuero.
El espíritu constitucional salvaguarda los derechos de
reunión y manifestación. Dentro de este cauce ambos son -por lo general- pacíficos,
legítimos, como así constatan medios, aun políticos, cuya convicción queda
desmentida coyunturalmente por episodios alarmantes. ¿Por qué cualquiera de
ellos, suscritos por el poder democrático y exigidos por la ciudadanía, acaban
a menudo en auténtico repertorio de desmanes que atentan contra el patrimonio público
y la tranquilidad colectiva? Acudamos a la semántica. Horda define a una comunidad nómada que se distingue de la tribu por
el carácter rudimentario de los vínculos sociales y espirituales que la
integran. Es decir, conforman un colectivo automarginal, heterogéneo, sin nexos
ni acoplamiento. Despojados de patrimonio, quizás de futuro, ansían encontrar
algo que dé sentido a su pobre existencia. De ahí el grito unánime,
transgresor, “la calle es nuestra”.
Hoy, en Cataluña, dominan la vía y ese prurito avasallador alimenta
su ego al tiempo que descubre la argamasa vertebradora de una difusa sensibilidad
anárquica. Existe el riesgo de que su vacío vital se transforme en grupo
gregario cuya fe, cimentada en el aparato, le lleve a despreciar cualquier adversidad
personal y la vuelta a su hosco orden social. Las imágenes que día a día muestra
la televisión hacen imposible vaticinar cualquier solución inmediata. Cuando un
grupo -más o menos revolucionario- descubre la erótica del poder y se extralimita
hay que combatirlo con doble táctica. Encarcelando a los líderes visibles mientras
se obstaculiza o ahoga la vía financiera. Asimismo, hay que tener en cuenta la
acción de vasos comunicantes entre Estado e insurrectos. Si aquel mengua, estos
se agigantan y viceversa. Según esta ley física, sumada a los melindres electorales
del presidente, auguro que este episodio se alargará indefinidamente.
Sí, la famosa sentencia ha ocupado de lleno cualquier perspectiva
electoral trastocando planes sinuosos, profundos. Es muy probable que el fallo
estuviera sometido, en tiempo y contenido, a los deseos de Sánchez y los
independentistas. No obstante, el vandalismo ha hecho añicos cualquier línea de
control despreciando toda táctica y previsión. Dañada la tramoya dispuesta a
beneficio de PSOE, Unidas Podemos, ERC y JxCat, el escenario se ha vuelto
favorable a PP y Vox, sobre todo, sin olvidar a Ciudadanos. Pese a toda murga y campaneo,
pese al mitin constante, eterno, quien peor lo tiene es Sánchez. Ayer mostró
falta de oxígeno, amén de estilo antidemocrático olvidando a casi tres millones
de españoles, cuando se reunió con Casado, Rivera e Iglesias -marginando a
Abascal- para nada. El presidente en funciones permanecerá inmóvil, invernando,
pase lo que pase, mientras los sondeos no bajen de cien diputados y presagien un
desastre para él. En cuanto esto ocurra aplicará el artículo ciento cincuenta y
cinco. Estoy convencido de su renuncia a Cataluña si tiene que elegir entre
ella y el resto del país.
De rebote, estará en peligro el gobierno de Navarra y otras
instituciones catalanas para conseguir la abstención de PP y Ciudadanos. Luego quedaría
a expensas del azar, pero su buena estrella (hasta ahora) le da confianza para acometer
esta aventura. Desconozco si tal estrategia le dará buenos resultados, pero conserva
escaso margen de maniobra. El dispendio económico que promete a pensionistas y
funcionarios cuando vienen tiempos gélidos, no solo térmicos, pudiera resultar -a
medio plazo- letal. Temo, es un decir, que todas las predicciones electorales
añejas den un vuelco espectacular a expensas del tenebroso rompecabezas catalán.
Es justo añadir que todos mitinean aprovechando la coyuntura presumiblemente
favorable. Hasta algún indocumentado de ERC pretende obtener rédito con aquella
gilipollez de: “No es una sentencia, es una venganza”.
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