Días atrás presencié densos debates de investidura para
presidir la Comunidad de Madrid. Nada nuevo ni sobresaliente bajo el sol; ese astro
manoseado, mustio (luz y taquígrafos), cuando parecido ritual sustenta el
Parlamento Nacional. Fiel seguidor de semejantes faustos retóricos, llevaba
tiempo sin experimentar diferencias entre las diversas intervenciones. Por ello,
es de agradecer que -en esta ocasión- advirtiera algún contraste sugerente, llamativo.
Sí, me sorprendió aquí también el afán desmedido de agigantar presuntas maldades
del antagonista y exponer desastrosas inoperancias gubernativas. Mientras, en la misma medida, olvidan (tal vez
porque carecen de ellas) plantear providencias alternativas que sean factibles,
no especulaciones idílicas.
Es verdad que fui incapaz de apreciar disensiones entre unos
líderes nacionales, a priori con mayor pericia retórica, y sus respectivos
correligionarios autonómicos. Cierto que se les notaba falta de consistencia,
de albedrío, probablemente porque sobre todos se cerniera la sombra concluyente
del ojo escrutador, restringido. Sin embargo, cada cual terminó su encomienda con
habilidosa solvencia. Desde luego, cuesta apreciar mengua dialéctica con respecto
a sus hermanos mayores, sin que tal realidad suponga encomio o censura a
ninguno. Simplemente constato una apreciación personal que puede infringir los rudimentos
más elementales de la estética constructiva.
Notable, definida, fue la distancia entre los parlamentos del
común y el de Ángel Gabilondo. No existe ningún género de dudas: el discurso
del intelectual metido a político estaba cargado de ideas; el alegato del político
con ínfulas de intelectual carecía de ideas, pero andaba atiborrado de
apetencias. En su defensa (la del político), reparé que cualquier referencia dirigida
al líder socialista iba acompañada de afectivas tasaciones sobre sus atributos
intelectuales y personales. Incluso la señora Díaz Ayuso realizó titánicos
esfuerzos para alejarlo de la sigla cuando repartió estopa al PSOE. Concluyó
aseverando que estaba mal ubicado porque un político inteligente, ético, ha de abominar
el nutrimento ideológico sectario. No obstante, no debe inferirse que un
discurso magnífico, sublime, implique acción personal de la misma consonancia.
Izquierda Unida y Podemos, por boca de Sol Sánchez e Isa
Serra respectivamente, cayeron en la rutina habitual a base de demagogia y
populismo. Adscritas a la reiteración tediosa, urdieron sendos discursos
indigentes, desnudos, zafios. Asidas al “progresismo” (esa nota posmoderna,
estúpida, denominada mantra), lo batieron con más voluntad que efecto
consiguiendo un entramado de sitios comunes en los que asentar su misión
vertebral. Abandonados aquellos principios genuinos, primigenios, terribles, la
izquierda (más o menos extrema) ajusta doctrina blandiendo nuevos desafíos tan
utópicos como los anteriores: emergencia climática, desigualdad, feminismo, discriminación
positiva, memoria histórica, corrupción de la derecha, “regeneración
democrática” y otros objetivos, grotescos e irrisorios cuando son propuestos
por partidos comunistas.
Rocío Monasterio cuajó una intervención decorosa, aseada, sin
concesiones a la corrección política. Seguro que a nadie dejó indiferente.
Cuestión distinta es lo trenzado por Íñigo Errejón. Inició su turno con las
siguientes palabras: “Espero que la descomposición del PP no se lleve por
delante las instituciones madrileñas”. Bien montado, preciso, recurrente, levantó
su estructurado discurso (con esa apostilla peyorativa de político; es decir, falto
de estilo) sobre una serie de pilares que pueden sintetizarse en: emergencia
climática, eficiencia energética (aseveró que un euro gastado en este empleo,
generaba dos de ahorro), servicios públicos nacionalizados, etc. Asimismo,
desmenuzó una serie de datos económicos sobre recortes y el desastre social-monetario
a que el PP habría llevado a Madrid. Cabe aquí la reflexión de Thomas Carlyle: “¿Puede
haber en el mundo algo más espantoso que la elocuencia de un hombre que no
habla la verdad?”
La candidata, Isabel Díaz Ayuso, fue contestando a los intervinientes,
uno por uno. Sus discursos tuvieron como pauta común huir de los complejos para
airear los vicios, defectos y horrores, de una izquierda que trae miseria y
esclavitud. Lejos de ser intervenciones reducidas a ortodoxa composición,
esgrimió con frialdad -no exenta de arrebato- una dureza inapelable expuesta,
al cincuenta por ciento, con proyectos cabales, efectivos, cuyo cumplimiento
queda en manos del futuro. Entrar a saco en el terreno personal dejó al
descubierto temporalmente inelegancia y falta de argumentos que luego corrigió
de manera meritoria. Errejón quedó desnudo, al descubierto, tras un rosario
inmenso, detallado, de fracasos como asesor medular de Chávez y Maduro. A poco,
vino la puntilla con aquella frase certera: “Usted tiene las manos manchadas de
dictadura”. Fue definitiva, letal.
Pese a lo dicho (aparte filias y fobias), las sesiones para
investir a la señora Díaz Ayuso presidenta de Madrid confirman lo expuesto por
Eurípides: “Frente a una muchedumbre, los mediocres son los más elocuentes”. Obviando
cualquier objetivo de efectividad, debemos reconocer que los discursos fueron
zafios, ramplones. Gabilondo fue el único en superar la nota que le eximía de
estos atributos rastreros. Errejón elaboró un discurso bien trenzado, pero lo
entintó de populismo severo e incoherente. Creo que iba dirigido a una
parroquia ansiosa, tal vez ávida de alimento putrefacto. La actuación de
Ignacio Aguado supuso para mí el insólito descubrimiento de las jornadas. Pronóstico
y confirmación se dieron la mano en todo momento salvo cuando el futuro
vicepresidente se decantó por un discurso institucional, humilde, propio de
estadista brillante. Quizás fuera otra intervención destacada, excelente.
Resumiendo. Podemos e IU quedan convertidas en siglas
testimoniales, hundidas moralmente ante una soledad que presagia un futuro
incierto. Vox, opositor y bisagra, ocupa el espacio ideal para sacar amplios réditos
a su arbitraje gubernamental. Ha conseguido el protagonismo más fecundo si sabe
rentabilizarlo. PP y Ciudadanos otean un triunfo glorioso, probable, con
trabajo y modestia. Peor parados quedan Más Madrid y PSOE a quienes auguro larga
oposición aun valorando el efecto prodigioso de los discursos bien ordenados,
pero -al menos uno- incoherente, populista, manipulador y, por ende, corrupto.
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