Vivimos un momento excepcional, atípico,
sorprendente. El pasado siglo, minorías intelectuales escrutaban respuestas,
quizás temibles, a ciertos interrogantes. Su anhelo era encontrar la sustancia de
una vida que, en principio, se mostraba absurda, sin objetivos diáfanos.
Chocaban reiteradamente con un infranqueable muro que les impedía comprender
detalles y matices. Hoy, la masa social al completo palpa parecida angustia
cuando inquiere qué sutilezas (quizás consentidas tosquedades) llevan a instituir
una casta inicua, parasitaria, cuya pretensión se centra en saquear al pueblo a
quien dice servir. Aquella élite, que lucubraba su origen y destino, alumbró
una corriente filosófica entusiasta; el existencialismo. Esta muchedumbre sustraída,
mansa, tibia, conforma -en esta piel de toro- un fraude caricaturesco al que
llaman democracia.
Inmundicia significa, según el
diccionario, suciedad, porquería; dicho o hecho sucio donde hay una cualidad de
repulsión que levanta y despierta disgusto entre las personas decentes. Así, al
menos, debiera ocurrir. Sin embargo, actitudes y sucesos se empecinan en
mostrar comportamientos contrarios. El ciudadano, en ese doble papel de
individuo o de grupo, sufre con asiduidad por parte del poder manejos repugnantes.
Curiosamente no prevalece réplica adecuada porque la bajeza ha sufrido antes el
efecto malsano de una manipulación sistemática que conlleva cualquier plan
diseñado con fines concretos; en este caso la entrega y negligencia.
La Banca (en particular las politizadas
Cajas, asimismo el no menos politizado Banco de España) en un ambicioso apalancamiento orientado por
humanos desenfrenos, produjo deudas privadas de imposible reintegro. Se
prestaron descomunales cantidades de euros, sin advertir ninguna dificultad
postrera, en un horizonte que la lógica (ignota herramienta obligatoria para componer
un discurso correcto) dibujaba complejo si no angustioso. Aunque las entidades
privadas cometieron errores de cálculo, las públicas perpetraron irregularidades
vinculadas al delito penal. FROB y rescate europeo han consignado cien mil
millones a fin de “tapar pequeños agujeros” en frase usual del ciudadano común.
Lamento desconocer quién ha de sufragar semejantes y delictivos derroches,
aunque lo intuyo. No hallo adjetivo que califique la empresa casi consumada de
que sus culpables se despidan con la más absoluta impunidad económica y penal.
Los sindicatos, contención retribuida
del mundo laboral, acuerdan inoportunos desahogos recurriendo a sus liberados
(sustancia y accidente al tiempo) en las huelgas generales. A veces, manejan
sectores específicos con empeños turbios. Incordian, sojuzgan, a una ciudanía
inocente, harta de aguantar maneras y fórmulas que sobrepasan lo admisible; más
teniendo en cuenta la conflictiva situación que nos aflige. Los codazos, el
pulso que templan sin descanso para mantenerse asidos a la teta ubérrima, les
impele a un difícil equilibrio entre una comunidad que abandona, a poco,
tiempos mediatos y unos planteamientos doctrinales obsoletos que, así y todo,
ellos mismos se encargan de reafirmar.
CiU (aparte el nacionalismo vasco),
junto a ERC que lo vigila estricto, un PSC inestable y un PP cabalístico,
conduce a Cataluña al abismo económico y a la fractura social. Un grupúsculo
exaltado, sumido en la estrategia intemperante, airea ese eslogan paradójico de
“España nos roba”. Tal falacia interesada va calando poco a poco en el
subconsciente colectivo que gana adeptos. A su pesar, los ladrones -como en
aquella serie- van a la oficina. Debieran agachar la vista para prevenir un
tropiezo con quien los esquilma, empobrece y hasta arroja al despeñadero. El
soberanismo petulante, postizo, apetece soterrar tras sus bambalinas una
corrupción, de la que no se libra sigla alguna, cuyo protagonismo es
proporcional al periodo de mandato. Agigantan sugerencias con el vano intento
de tapar unas garras también luengas.
Dejamos para el final aquellos que junto
a la Banca son los principales autores del desenfreno: PSOE, PP y españoles. Un
partido socialista desarbolado, hundido, preconiza ahora el federalismo con el
mismo lucimiento que si planteara adivinar el sexo de los ángeles. Consciente
del nulo éxito, del saco roto en que ha caído la idea decimonónica, termina por
exigir a Rajoy cuatrocientos euros (el famoso quita y pon) para los parados sin
subsidio. Con un brindis al sol, matizado por el rescoldo laboral al que ellos
se encargaron de echar un jarro de agua fría, aguarda Rubalcaba recuperar el
crédito dilapidado. Pues que se siente y espere. El PP, falto de logros veraces,
se atrinchera en la cocina y sigue obstinadamente los pasos perdidos del
gobierno lamentable de Zapatero. Los españoles acaparan el papel del
consentidor corneado; es decir, del que
regala al verdugo un zurriago.
Tras lo dicho, además de aquello que callo
por prudencia y espacio, constato que la inmundicia tiene alto valor porque
nadie se ocupa de limpiarla u ordenar que lo hagan. Entre tanto, seis millones
de conciudadanos son engullidos por el paro. El resto, en la práctica, sobrevivimos asfixiados.
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