Aquel lejano eslogan “España
es diferente” pudiera entenderse, como argumento a pari, “el español es diferente”. Tengo plena certidumbre del insondable
mensaje que encierra semejante expresión atemporal, pese a que tuvo épocas de mayor
esplendor. Diseña básicamente al individuo patrio y los contrastes con aquellos
otros del hábitat europeo. Si bien el perspectivismo orteguiano tuvo
antecedentes en Leibniz y Nietzsche, el filósofo español lo moldeó con cincel particular.
La dualidad apariencia-profundidad, símil del bosque (lo que no se ve es profundidad,
lo visto perspectiva), fue desarrollada en su obra Meditaciones del Quijote. Revela completa identificación entre su
filosofía y el carácter netamente español.
El año mil novecientos cincuenta
y nueve, aún fresca la miseria de postguerra, se estrenó “El Pisito”. Rafael
Azcona y Marco Ferreri elaboraron un guion horrendo. Una pareja lleva doce años
de relaciones. El chico vive realquilado casa de una señora a punto de morir,
circunstancia que el casero espera ansioso a fin de desalojar la vivienda y
derribar el edificio. Algunos amigos le aconsejan que se case con la anciana
para heredar el alquiler. Advierto en este negro relato cierto maridaje con el
perspectivismo de Ortega. Un escenario que hace de la vivienda foco existencial
del individuo español, de su realidad intrínseca.
Más allá de cualquier
teoría sobre verdad y realidad, se impone la razón vital inherente a la propia
vida. Queda en entredicho el principio cartesiano: “Pienso, luego existo”. El
hombre, primero vive y acomoda después sus circunstancias. Según parece, el
español encierra una estrecha concomitancia entre vivienda propia y razón
vital. Eso se desprende, al menos, del filme “El Pisito” y la pulsión inexorable,
desleal, de Pablo Iglesias. Aquel estoico enamorado, menesteroso, con dramática
escapatoria, tuvo que luchar entre dos alternativas: abandonar a su amada o perder
la vivienda. Terrible aprieto, difícil perspectiva.
Iglesias (refractario y
desubicado demócrata), en un acceso de patriotismo insólito, se ha comprado el
complejo residencial que le exige tal marchamo. Ocurre, no obstante, que la inversión
supera lo permitido a un español medio. Este, compra una casa -doscientos mil
euros máximo- con enorme esfuerzo. Don Pablo, el líder que agrede a la casta,
compra dicha mansión como parte de un “proyecto familiar”. Semejante aseveración
es un insulto mordaz, vil diría yo, sobre quienes viven a caballo entre padres
y suegros. Casi setecientos mil euros, junto a otros desembolsos nada
despreciables, dejan al descubierto obscenas diferencias en dichos y hechos.
Quitarse la máscara
constituye el peaje costoso, inmoral, a que le apremia su ego inconmensurable. Pese
a la claridad irradiada, a que ahora se ofrece ligero de aderezos, sigue
mostrándose presuntuoso, bravucón, ridículo. Ayer, temerario, aseguró: “Hay que
echar al PP porque es un peligro para la democracia”. ¿Cínico? ¿Soñador? Mucho
más vulgar, padece cierta psicopatía que le lleva a confundir deseo y realidad.
¿Creen mis amigos
lectores que la incoherencia manifiesta hace mella en los acólitos cercanos?
Error. Por convicción o para evitar purgas tangibles, la mayor parte aplaude,
peor todavía, excusa, la ostentación. Veamos algunos testimonios bochornosos.
Monedero afirma sin rubor: “Iglesias se compra un chalet de seiscientos mil
euros porque Inda publicó una ecografía”. Qué no dirá un iletrado. Echenique,
miembro del CSIC, sentenció: “Las críticas son reaccionarias, caricaturas que
intentan frenar el cambio político”. Sor Sonrisa hubiera tarareado: “Echenique,
nique nique/ pobremente por ahí/ va él cantando amor”. Lo que nos queda por ver
y oír.
Hubo críticas también al
gesto de nuevo rico, de casta, que pretendía superar con la anterior y fachendosa
humildad vallecana. Víctima de retórica, quiere acallar las voces levantiscas
con otro señuelo. “Lo que tiene que hacer un político decente cuando se
cuestiona su credibilidad es someterse al criterio de las bases. Espero que si
alguna vez su credibilidad es puesta en cuestión tengan la misma actitud que
nosotros”. Esta consulta plebiscitaria lleva aparejada un pucherazo indudable.
No lo digo yo (son las palabras eximentes, crediticias, preferidas de Iglesias),
lo dice Openkratio -auditora de Podemos- que dejó de supervisar las elecciones
internas del partido tras Vistalegre II por
el descontrol del escrutinio. Lo confirma un arrobado Mayoral cuando
asegura: “Iglesias y Montero son de las mentes más brillantes de este país”.
Amén.
El señor Iglesias padece,
fuera de otras enfermedades, egolatría. Tal veneración al yo, le exige que “la
participación baja en la consulta sería un fracaso y me obligaría a dimitir”.
Sin embargo, todas las tretas que va desgranando no le impiden comportarse como
líder incontestado de Podemos. No le pasa por la mente la más mínima probabilidad
de dimitir en ningún cargo ni función, está todo atado y bien atado. Seguro de
ello, manifiesta el apoyo incondicional al PSOE en la ya presentada moción de
censura (pobre PSOE). Sospecho que, antes o después, pondrá alguna reserva. Asimismo,
le cuesta comprender la negativa de Ciudadanos a apoyar cualquier propuesta de
gobierno si entra Podemos. Menos, incluso, con los ataques a Rivera al que
denomina joseantoniano. Supone la salida airada de quien considera el mayor hándicap
para tocar verdadero poder.
Por cierto, si tuviera
que elegir entre Podemos y Vox, optaría por Vox. Ellos, al menos, aceptan el
contraste de ideas sin agravios ni insultos. Necesitaríamos un democratómetro
para comprobar quien amenaza más a la democracia. Podemos alega que Vox es el peligro
evidente en la nuestra, pero… quítate allá que me tiznas.
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