Este título, que parece
la analogía de una película legendaria —lanza rota— no es ni más ni menos que
el disgusto enrabietado, algo infantiloide, de Podemos (ver las declaraciones
venenosas de Monedero) por no haber podido colocar a la jueza Rosell en el
CGPJ. Todo procede del erróneo análisis-predicción que algunos líderes
realizaron. Iglesias, allá en el lejano octubre de dos mil catorce, se dejó
decir arrogante, endiosado ante triunfos anormalmente brillantes: “El cielo no
se toma por consenso, se toma por asalto”. Un año después, en las elecciones
generales de noviembre de dos mil quince, Podemos obtuvo sesenta y nueve
diputados. Aquel éxito debió producir un efecto entre iluso e ilusorio a todo
el conjunto de coautores. Surgieron demasiado pronto afectos contradictorios,
envidias y ambiciones personales, incompatibles con el conjunto armónico.
Iglesias, un estalinista
metódico, purgó enseguida a Errejón y Bescansa fragmentando el partido en
banderías que ya existían dormidas. Monedero, hábil, prefirió acumular un poder
periférico que lo ponía a cubierto de cualquier eventualidad. Casi de inmediato
fue abanderado político de la facción mayoritaria comandada por Iglesias.
Vocero tendencioso algunos años en medios concretos, ahora intenta defenderse
de varios procesos abiertos por presuntos delitos fiscales y —de uvas a peras—
a desbarrar contra el PP. Le falta casi todo para ser buen profesor, en sentido
clásico del término; como con el vino excelente, no basta con tener color
Burdeos ni tampoco cierta entidad o presencia. Para ser un buen vino, primero
hay que serlo porque si no hay materia hablar de cualidades es pura
inconsciencia. Un bulto con conocimientos no puede ser buen profesor.
Sánchez —sin poder “torear”
al PP, único que quedaba por tomarle el pelo— está tan encolerizado como
Podemos, por torpedear ese prurito pundonoroso que tiene a gala e impedir el
presunto “arreglo” de un futuro incierto. Ultrajado su egocentrismo, ha
ordenado un ataque frontal contra quien no tiene especial culpa: Feijóo.
Ministros y tertulianos braman al compás del mismo eslogan, propaganda o
epíteto. El presidente del PP, dicen, es un irresponsable, antipatriota que burla
la Constitución y antisistema convencido. Tanta infamia, tan grueso aparejo de epítetos,
tampoco justificaría la falsa realidad que le quieren colgar. En última
instancia fueron los votantes y barones quienes evitaron la desaparición política
del presidente recién llegado, preso de cobarde fogosidad. Socialmente
desgastado, le quedan pocas opciones para rectificar el yerro.
Dos son los argumentos
que utiliza el sanchismo contra Feijóo. Ambos, igualmente perniciosos para sus
intereses electorales, suelen salir de bocas diferentes. Con la pequeña,
afirman que Ayuso le ha doblado el brazo. Con la grande, aseguran que el
presidente del PP es un político anticonstitucional e irresponsable. A Ayuso no quieren ni nombrarla porque cada
vez que lo hacen “sube el pan”; es una pieza intratable. La caza se ha centrado
en el “poco respeto constitucional” que muestra Feijóo. Sin embargo, la
realidad (siempre machacona) revela que fue el PSOE quien traicionó espíritu y
letra de la Constitución. Ocurrió el año mil novecientos ochenta y cinco sin
que por aquella fecha la oposición, revestida de incógnito, latente, oculta,
expresara ninguna impugnación. Antes bien, se adscribió a aquella frase de
Alfonso Guerra y que suponía el final de la independencia judicial:
“Montesquieu ha muerto”. ¡Larga vida a la arbitrariedad partidaria!, pudo
pensar.
El artículo ciento
veintidós, referente a la ley orgánica del poder judicial, en su punto tres
dice: “El Consejo General del Poder Judicial estará integrado por el Presidente
del Tribunal Supremo, que lo presidirá, y por veinte miembros nombrados por el
Rey por un periodo de cinco años. De estos, doce entre Jueces y Magistrados de
todas las categorías judiciales en los términos que establezca la ley orgánica,
cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados y cuatro a propuesta del
Senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros,
entre abogados y otros juristas, todos ellos de reconocida competencia y con
más de quince años en el ejercicio de su profesión”. En mil novecientos ochenta
y cinco, Alfonso Guerra —haciendo una interpretación libre del texto legal,
según el cual las Cámaras elegirían ocho vocales— cambió la encarnadura
constitucional, por su cuenta y riesgo, haciendo que todos los vocales fueran
elegidos por diputados y senadores respetando procedencias y cualidades de los representantes;
es decir, doce entre Jueces y Magistrados y ocho entre juristas de “prestigio”.
Cierto que, a lo largo de
años, el PP ha sido cómplice de este cambio a espaldas del pueblo. Cierto que
se ha beneficiado del control judicial. Cierto que ha puesto dificultades solo
cuando pretenden desalojarlos del banquete haciéndolos vanos e inservibles. Se
han quedado sin fortaleza moral, pero constitucionalmente piden lo justo: que
los jueces se elijan a sí mismos, no los Parlamentos. Esto dice espíritu y letra
del texto original. Pese a todo, si volvieran a tener posibilidad de repartirse
PSOE (no sanchismo) y PP el gobierno de los jueces en condiciones de igualdad,
volverían a aceptar el trapicheo constitucional. Todo sea por la continuidad,
sin sombras, de un bipartidismo que los acontecimientos han confirmado nefasto.
¿Quién de ambos escamotea nuestra soberanía? Pregunta clave.
Se afirma con frecuencia (ignoro
si con certidumbre) que desde el primer momento los jueces clamaron por su autonomía.
Considero que los dos partidos principales han intentado quebrar esa independencia
judicial a través de sus órganos de poder. No obstante, quienes se rinden son
los jueces sometidos a estímulos mundanos, alejados del juramento que les exige
impartir justicia sin desviaciones intencionadas. Dicho de otra forma, la
politización de la justicia constituye el escenario favorito de los jueces.
Nadie se dobla si uno no quiere, pero hay excusas con intenciones convincentes,
en ocasiones paradójicas; tal vez, la mayor parte de las veces ininteligibles.
El PP proyecta quitarse
cualquier responsabilidad que Sánchez y su tropa le imputan, día sí y otro
también, al fracasar la compleja y reñida renovación del CGPJ. Niego que la
inocencia anide o arraigue de forma espectacular, ni tan siquiera estándar, en
ninguno de los belicosos contendientes. Objetivamente, a través de la Historia,
los partidos siniestros y nazis son quienes han cimentado su doctrina usando la
propaganda como principal, si no único, motor de adoctrinamiento social. Cuando
se han destruido los engranajes nacionales, morales e institucionales y las
crisis económicas aparecen por el horizonte, surgen intentos desesperados de
dominio pleno. Llega el momento exacto de romper los consensos igualitarios
para conseguir presuntos equilibrios o, desde otra orilla, ventajas espurias. Llegamos
así al enfrentamiento social, pretensión de los que huyen hacia adelante porque
tienen todo perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario