domingo, 8 de abril de 2012

MENTIRAS GORDAS O EL MURO DE LAS LAMENTACIONES


Le sugiero no establezca, amable lector, relación alguna entre el primer fragmento de la cabecera y esa película cuya trama fue creada por Ángeles González-Sinde, objetada ministra del gobierno Zapatero. Pudieran avenirse (a lo sumo) en el trasfondo vicioso común al filme y al afán fulero de nuestros políticos, cotejado largamente. Tampoco quiera apreciarse en su segunda mitad un relato histórico-profeso que justifique cualquier reseña lesiva o victimista del pueblo judío; antes bien, debiera interpretarse como un símbolo del lamento general a que nos reduce esta situación institucional y financiera.

Los últimos tiempos vienen pletóricos, fecundos, de testimonios que se reparten equitativamente entre el estupor y la irritabilidad. El ciudadano, por desgracia (o suerte), ha elevado hasta extremos inverosímiles su umbral perceptivo. Ya no le asombra el cinismo ni la impostura; se muestra inmune a sus alcances y aguanta impávido toda licencia. Lo que, desde un punto de vista social, se glosa como malévolo, resulta indulgente para una casta política opulenta y elitista. Su carácter artero y endogámico obstaculiza influencias ajenas a ella; disuadiendo, al tiempo, cualquier intromisión u ofensiva al statu quo.

Si dejamos aparte la falacia inmanente del gobierno anterior (el peor valorado de los contiguos y aun alejados), los responsables de la trasferencia gubernamental, allá por diciembre, abrieron la colección de burdas invenciones al ponderarla de “ejemplar”. A renglón seguido, próceres del PP anunciaban una desviación en el déficit de, al menos, dos puntos. Esta circunstancia “motivaba” aquel severo, rectificado y urgente aumento del IRPF. La diferencia de veinticinco mil millones de euros, entre el debe presentado y el real, ofrece balance indiscutible de la “virtuosa pulcritud” pregonada. ¿Escarnio o error? Impugno, asimismo, el aire de asombro perpetrado por un PP histriónico, cuando gobernaba alguna de las autonomías deficitarias por excelencia y desde el verano casi todas. ¿A qué viene tanto pretexto?

El gobierno enhebra reformas por doquier. Sin embargo, sólo contiene sustancia una especie de híbrido, entre Decreto y Proyecto, cuya conformación concluyente ha de esperar. Me refiero a la Reforma Laboral, de incierto tratamiento legislativo. Los Presupuestos Generales y el Informe Económico Financiero se encuentran en fase informativa. Hasta aquí. El presidente (ufano, empero) viene anunciando que él, en tres meses, ha hecho más reformas que los socialistas en siete años. Demasiado genial para sus costumbres. Mariano Rajoy arrastra una política continuista como lo avalan cuatrocientos mil andaluces que el 15 M se abstuvieron. Luis de Guindos ha difundido que las próximas reformas se harán en Sanidad y Educación. Se percibe mucho anuncio y poca presteza. Es verdad que las prisas no son buenas compañeras, pero tampoco las pausas resultan paradigmáticas; al menos en aquellas materias sin obstáculos financieros.

Los socialistas, adalides del camelo, tiemplan gaitas como si llevaran dos legislaturas en la oposición. Se llaman a andana con su jeta habitual y característica. Vean si no unas cuantas declaraciones. “Tras mes y medio, la Reforma Laboral bate un nuevo récord de paro por ineficaz”. Identificar paro y Reforma, en tan breve espacio de tiempo y dicho por ellos, no puede considerarse únicamente arriesgado; es provocativo. Otra perla, ahora de Elena Valenciano: “Las movilizaciones en la calle no ayudan a generar un clima de confianza; tampoco se puede utilizar la crisis como coartada y la mayoría como un cheque en blanco”. A esta señora se le olvidan un par de cuestiones capitales. Quién maneja mi barca, título de aquella canción eurovisiva, y el Pacto del Tinell. Podríamos continuar con sindicalistas, cómicos, comunicadores y una extensa pléyade de fauna silvestre o asilvestrada (nacionalista o no).

Entre tanto, el Ibex da pena, la prima de riesgo pavor y algunos bancos internacionales echan cuentas ya, sin tapujos, del rescate a España. Bruselas corrobora que contener el gasto autonómico es clave y los ciudadanos (en las mismas, a gritos) manifiestan la inviabilidad del Estado Autonómico. Todos parecen estar al cabo de la calle, menos los políticos. Disminuir el Estado, en absoluto; atajar el gasto estéril, ni hablar. Gobiernan ellos y el pueblo, además de ignorante, carece de preparación. Debe asumir, en exclusiva, el costo de sus desvelos, de su sacrificio.

Las alternativas a tanta necedad, capricho o golfería, pasan por pedir dinero (si nos lo dieran) y endeudarnos hasta la extenuación o recortar gasto público y quedarnos esqueléticos. Ambos escenarios tienen un epílogo común: el hundimiento económico y la indigencia social. Estamos en ello por irresponsabilidad, desvergüenza y cobardía.

Queda, al margen, ese muro de las lamentaciones donde algunos millones de compatriotas están ubicados desde hace tiempo y que, a poco, se irá llenando de una gigantesca masa informe, desvertebrada, impotente, acérrima. En las afueras, lejos, se encontrarán (cómodos) financieros y políticos incapaces de entonar el mea culpa penitencial.

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