Le sugiero no
establezca, amable lector, relación alguna entre el primer fragmento de la cabecera
y esa película cuya trama fue creada por Ángeles González-Sinde, objetada ministra
del gobierno Zapatero. Pudieran avenirse (a lo sumo) en el trasfondo vicioso
común al filme y al afán fulero de nuestros políticos, cotejado largamente.
Tampoco quiera apreciarse en su segunda mitad un relato histórico-profeso que
justifique cualquier reseña lesiva o victimista del pueblo judío; antes bien,
debiera interpretarse como un símbolo del lamento general a que nos reduce esta
situación institucional y financiera.
Los últimos tiempos
vienen pletóricos, fecundos, de testimonios que se reparten equitativamente
entre el estupor y la irritabilidad. El ciudadano, por desgracia (o suerte), ha
elevado hasta extremos inverosímiles su umbral perceptivo. Ya no le asombra el
cinismo ni la impostura; se muestra inmune a sus alcances y aguanta impávido toda
licencia. Lo que, desde un punto de vista social, se glosa como malévolo,
resulta indulgente para una casta política opulenta y elitista. Su carácter
artero y endogámico obstaculiza influencias ajenas a ella; disuadiendo, al
tiempo, cualquier intromisión u ofensiva al statu quo.
Si dejamos aparte la
falacia inmanente del gobierno anterior (el peor valorado de los contiguos y
aun alejados), los responsables de la trasferencia gubernamental, allá por
diciembre, abrieron la colección de burdas invenciones al ponderarla de
“ejemplar”. A renglón seguido, próceres del PP anunciaban una desviación en el
déficit de, al menos, dos puntos. Esta circunstancia “motivaba” aquel severo, rectificado
y urgente aumento del IRPF. La diferencia de veinticinco mil millones de euros,
entre el debe presentado y el real, ofrece balance indiscutible de la “virtuosa
pulcritud” pregonada. ¿Escarnio o error? Impugno, asimismo, el aire de asombro
perpetrado por un PP histriónico, cuando gobernaba alguna de las autonomías
deficitarias por excelencia y desde el verano casi todas. ¿A qué viene tanto
pretexto?
El gobierno enhebra
reformas por doquier. Sin embargo, sólo contiene sustancia una especie de
híbrido, entre Decreto y Proyecto, cuya conformación concluyente ha de esperar.
Me refiero a la Reforma Laboral, de incierto tratamiento legislativo. Los
Presupuestos Generales y el Informe Económico Financiero se encuentran en fase
informativa. Hasta aquí. El presidente (ufano, empero) viene anunciando que él,
en tres meses, ha hecho más reformas que los socialistas en siete años. Demasiado
genial para sus costumbres. Mariano Rajoy arrastra una política continuista
como lo avalan cuatrocientos mil andaluces que el 15 M se abstuvieron. Luis de
Guindos ha difundido que las próximas reformas se harán en Sanidad y Educación.
Se percibe mucho anuncio y poca presteza. Es verdad que las prisas no son
buenas compañeras, pero tampoco las pausas resultan paradigmáticas; al menos en
aquellas materias sin obstáculos financieros.
Los socialistas,
adalides del camelo, tiemplan gaitas como si llevaran dos legislaturas en la
oposición. Se llaman a andana con su jeta habitual y característica. Vean si no
unas cuantas declaraciones. “Tras mes y medio, la Reforma Laboral bate un nuevo
récord de paro por ineficaz”. Identificar paro y Reforma, en tan breve espacio
de tiempo y dicho por ellos, no puede considerarse únicamente arriesgado; es provocativo.
Otra perla, ahora de Elena Valenciano: “Las movilizaciones en la calle no
ayudan a generar un clima de confianza; tampoco se puede utilizar la crisis
como coartada y la mayoría como un cheque en blanco”. A esta señora se le
olvidan un par de cuestiones capitales. Quién maneja mi barca, título de
aquella canción eurovisiva, y el Pacto del Tinell. Podríamos continuar con
sindicalistas, cómicos, comunicadores y una extensa pléyade de fauna silvestre
o asilvestrada (nacionalista o no).
Entre tanto, el Ibex da
pena, la prima de riesgo pavor y algunos bancos internacionales echan cuentas
ya, sin tapujos, del rescate a España. Bruselas corrobora que contener el gasto
autonómico es clave y los ciudadanos (en las mismas, a gritos) manifiestan la
inviabilidad del Estado Autonómico. Todos parecen estar al cabo de la calle,
menos los políticos. Disminuir el Estado, en absoluto; atajar el gasto estéril,
ni hablar. Gobiernan ellos y el pueblo, además de ignorante, carece de
preparación. Debe asumir, en exclusiva, el costo de sus desvelos, de su
sacrificio.
Las alternativas a
tanta necedad, capricho o golfería, pasan por pedir dinero (si nos lo dieran) y
endeudarnos hasta la extenuación o recortar gasto público y quedarnos
esqueléticos. Ambos escenarios tienen un epílogo común: el hundimiento
económico y la indigencia social. Estamos en ello por irresponsabilidad,
desvergüenza y cobardía.
Queda, al margen, ese
muro de las lamentaciones donde algunos millones de compatriotas están ubicados
desde hace tiempo y que, a poco, se irá llenando de una gigantesca masa
informe, desvertebrada, impotente, acérrima. En las afueras, lejos, se
encontrarán (cómodos) financieros y políticos incapaces de entonar el mea culpa
penitencial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario