domingo, 1 de abril de 2012

HACER UN PAN COMO UNAS TORTAS


Mis paisanos de la Manchuela conquense, poco dados a escrúpulos de monja, hubiesen utilizado otro término para cerrar la comparación. Parece, no obstante, que ambos incorporan un significado semejante. El epígrafe que abre estos renglones suele emplearse siempre que los resultados previstos, en un proyecto u operación, divergen con exceso de lo concebido. “Llevarse un chasco”, dibujaría el mismo escenario de forma más sintética pero escasamente castiza.

Dos son los episodios (próximos, adyacentes) que han turbado la quietud casi exánime con que nos enfrentamos a esta crisis horrible: las elecciones en Andalucía y Asturias y la Huelga General. Uno y otro pusieron de relieve la falta de sintonía entre las mentes, afectas a prebostes políticos y sindicales, que pretenden encauzar una determinada iniciativa y la voluntad caótica de los ciudadanos libres del repugnante lastre impuesto por el dogmatismo acrítico.

El veinticinco de marzo, cerrados los colegios electorales y a pie de urna, hasta las encuestas adversas daban, en Andalucía, ganador al PP con mayoría absoluta. Después, al correr del escrutinio, se imponía una realidad muy diferente. El PP lograba una victoria pírrica, derrota sin paliativos en el trasfondo. La cuarta de un Arenas cuyo rostro dejaba traslucir cierto asomo de estupor e incredulidad. ¿Merecía él tanta reticencia en consumar la codiciada (quizás dispuesta) celebración? Asturias, dando ganador al PSOE, ofrecía un laberinto confuso y complejo; tanto que las últimas noticias vaticinan una probable nueva convocatoria electoral si UPyD se abstuviera de apoyar a bloque alguno. Salvo un gobierno de concentración, punto casi imposible, podrá gestarse uno aquejado de congénito equilibrio inestable.

La Huelga General del veintinueve, junto al fracaso mitigado por los piquetes informativos (paradigma definitivo de eufemismo),  constituyó el exabrupto político de unos sindicatos extemporáneos, indigentes y garantes acaso de su propia lozanía; objetivo único cuya consecución  acaba  dificultada, día a día, por la inercia perniciosa de morder la mano derecha que también le procura alimento vital. Persiguen una estrategia errónea cuando gran parte de la ciudadanía reclama que se acabe con las subvenciones a patronal y sindicatos. Les salva el hecho medular de que esa demanda venga acompañada al tiempo (cual condición sine qua non, con forzosa imbricación) por eliminar asimismo la que afecta a partidos políticos; verdadero brindis al sol.

Los resultados electorales en Andalucía muestran dos evidencias. Por un lado, la izquierda sociológica digiere dogmas y demagogias sin límite. Rechaza, repudia, aquel escenario que ponga en juego su hacienda. Al PSOE andaluz le llevó a perder ochocientos mil votos un treinta por ciento de paro y el presunto saqueo, a pesar del PER; esa tela de araña en cuyas redes se encuentra cautiva la democracia. Sin embargo, la derecha se mueve por principios y coherencia; no transige, en general, frivolidades ni argucias. Tampoco suscribe hipotecas. El incumplimiento hipotético e inmediato de Rajoy respecto a compromisos fiscales, morales e institucionales, alimentaron una abstención que privó al partido de la mayoría absoluta.

En Asturias, el electorado castigó a Álvarez Cascos por prepotente, o poco pedagogo, y al PP por retorcido. Conjeturo un gobierno tripartito con estos dos “clarividentes” y el diputado de UPyD que, a la sazón, debería convertirse en presidente del Principado por ética política. Un error podría pasarle a Rosa Díez una factura demasiado cara en próximas confrontaciones. Le interesa huir del PSOE para recoger sus frutos cuando este se pudra, pronto antes que tarde, en Andalucía; ralentizando su estertor con la agonizante compañía de IU, ambos económicamente anoréxicos a falta de más “deudas históricas”,  bocado recurrente en pasadas épocas de esplendor y gobiernos nacionales socialistas.

De los sindicatos, con poco está dicho todo. La huelga general, aparte una legitimidad en cuarentena, fue una acción preventiva (puesto que no hay aprobada ninguna reforma laboral), política, excesiva, que terminó en Barcelona de manera inicua. Aquí sí que se “hizo un pan como unas hostias”, con perdón.

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