Llevamos tiempo en que
los oídos sociales sufren una agresión injusta, falaz, repulsiva, aplicable a
cierta izquierda carente de toda compostura democrática. Entre una superioridad
ética inexistente -autoaplicada al marxismo, más o menos radical- y el complejo
manifiesto del PP, hoy abundan las etiquetas tóxicas, perversas. Ignoro cuál
puede ser la causa concreta, pero no veo motivos objetivos para ello. Antes,
destacaba el vocablo “facha” proveniente de la Revolución Rusa para definir a
quienes no comulgaban con el bolchevismo. Ahora, perdido su vigor juvenil, se
le sustituye por un sinónimo jovial en apariencia: “fascista”. Incluso las
formas alejan cualquier posibilidad de concordia por su similitud con un
grosero ademán expectorante.
A la par -como técnica
abrasiva, agresora- avanza, cual torrente fragoso, un epíteto grueso, casi
infame: “ultra”. Procedente también de la izquierda totalitaria, desea
enmarañar la semántica al objeto de confundir el dinamismo social. Aquella
famosa frase: “Al pan, pan y al vino, vino”, ha sido difuminada por una
estrategia añeja, al punto que es difícil distinguir pan y vino. Nos salva de
caer en manos de populismos y demagogias esa imbricación que origina el mundo globalizado.
Ética y estética van diluyéndose a la misma velocidad con que surgen los afanes
espurios de quienes se hacen con el poder, incluso utilizando formas
exquisitamente democráticas. Consiguen así colmar ambiciones personales, pero a
medio plazo deterioran el partido.
Nadie queda exento de
culpa o responsabilidad. Los líderes, porque imponen una omnipo-presencia en
ocasiones poco convincente y menos oportuna. Las bases, actuando sin
honestidad, al albur de intereses extraños a la finalidad requerida. Uniendo
estas y otras excentricidades, consentidas en silencio, terminamos aceptando cualquier
desnaturalización del sistema. Luego, marchitos los sopores del letargo, les
dedicamos un agresivo rosario de atributos ciertos; quizás algo inmoderados.
Constituye el famoso derecho al pataleo tan estúpido como ineficaz. Eso sí,
sigue siendo un consuelo al ser mal de muchos. Por lo menos, todavía no ha
creado un estado de desasosiego y desesperanza notables.
Ultra, según el DRAE,
refiere una actitud radical que se da en ciertas clases o movimientos sociales,
no identificable con doctrina o ideología concreta. Parece evidente, a la luz
del concepto, que solo doctrinas o grupos revolucionarios podrían ser tildados
de “ultras”. En los dos últimos siglos europeos, quedan los tales -estrictamente
hablando- limitados a la izquierda marxista complementada por fascismos y
nazismos. Resulta, por tanto, falsa dicha etiqueta cuando se refiere a grupos o
partidos ajenos a los descritos; difunden mensajes emponzoñados, insalubres,
que se nutren de corrupción semántica.
Revisando someramente la
revolución rusa, tanto bolcheviques como mencheviques pertenecían al Partido
Obrero Socialdemócrata de Rusia. Los primeros, comandados por Lenin, radicalizaron
sus posturas revolucionarias adoptando un enfoque ultra. Asimismo, el grupo menchevique (comandado por Mártov)
deseaba cambiar la sociedad de forma natural, moderada, prudente. Vencieron las
tesis leninistas suministrando un frente ultra que marcó desde entonces el
talante marxista-leninista. Todavía hoy -tal vez con mayor empuje- las
doctrinas anejas a la revolución rusa, leninismo-estalinismo, persiguen una
radicalización en los planteamientos que retrotraen a épocas felizmente
caducas. Esta circunstancia, engendra el aislamiento general de la izquierda en
Europa septentrional. También, curiosamente, en algunos que tiempo atrás formaban
parte del intitulado Pacto de Varsovia. Solo aquellos países míseros de la UE,
denominados PIGS, mantienen a la izquierda, más o menos ultra, en sus
respectivos gobiernos.
Por todo lo expuesto, la
derecha (conservadores, liberales, demócrata-cristianos) -en puridad- nunca
puede ser acusada de “ultra” sin abordar la falacia o la manipulación. Pueden
existir grupos específicos partidarios de acciones correctoras que no agraden a
otros, también definidos, ambos lindantes o adyacentes con procederes
fascistas, cuando no abiertamente totalitarios. Observemos el Frente Nacional
francés, Liga Norte italiana y Cinco Estrellas, también italiano. Los dos
primeros se acercan al fascismo de tinte moderno; el último, al populismo
marxista actualizado. Hemos de tener claro que brotan doctrinas radicales cuando
las crisis económicas crean un estado de shock social. En esta coyuntura, las
democracias liberales cayeron en descrédito y emergieron sombrías dictaduras
que mostraron total capacidad de resolución tras la crisis del veintinueve. Se
pagó un peaje muy sangriento, pero es un hecho empírico, irrefutable. Jamás en
otras circunstancias.
Sánchez, en su
desorientación e inepcia, practica una política radical, importuna. Ayuno de
proyecto para solventar las congojas ciudadanas, abraza al estilo Zapatero los
peores tics del gobernante necio. A cambio de lucir zafiamente una presidencia alfeñique,
mínima, átona, se ve obligado a realizar la cuadratura del círculo. Debe mostrarse
siniestro, sin matices, y catalanista con pocas enmiendas. Semejante escenario
le lleva a destapar las esencias de la intriga y a actuar en consecuencia.
Espectacular receptor de migrantes, agita la exhumación de Franco y acuña a
Ciudadanos y PP el precinto ultra. He aquí, aparte dedo selectivo y falcon, las
únicas hazañas de nuestro presidente.
La sociedad debe evitar
caer en las múltiples trampas lingüísticas. Hablar de la derecha “ultra”, o
ultraderecha, constituye un postizo manipulador, miserable. Luego proponen hacer
política depurada, irreprochable, cuando utilizan sin sonrojo los peores y más
rastreros métodos para convencer al ciudadano ahíto. Ninguna novedad. Revelando
mínimas diferencias de matiz, todo proceder se corresponde con aquella
expresión de Pablo Iglesias en el primer cuarto del siglo XX: “Este partido (el
PSOE) está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que
necesita, fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus
aspiraciones”. Cada sigla, a su manera, viene realizando una política timadora,
provocativa, degradante, ultra.
Para concluir, una remembranza
de Facundo Cabral: “Mi abuelo era un hombre muy valiente, solo tenía miedo a
los idiotas. Le pregunté por qué y me respondió: porque son muchos… y al ser
mayoría, eligen hasta el presidente”. Extasiado por tan categórica frase y
horrorizado ante estos bochornos que -incluso en Cuenca- maltratan cuerpos y
almas, permanezco mudo y solo se me ocurre cerrar con un contundente amén.
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