Me viene al pelo para el
epígrafe una novela de Almudena Grandes, cuyo título: “Malena es un nombre de tango” diverge sobre manera del
marco retratado. Tanto que un huevo y una castaña despliegan mayor afinidad.
Bajo esa presentación figurativa, la autora desmenuza sentimientos, frustraciones,
complejos; en suma, vivencias sociales traídas a colación por una familia
burguesa que busca respuesta existencial. Al igual, cualquier individuo debiera
advertir, si se lo propone, el paralelismo entre titular y mensaje a extraer
del presente artículo. Deseo mostrar las enormes diferencias que, a veces,
existen alrededor del vocablo democracia visto en su estricto significado. Como
anticipo, expongo ya el inmenso interés que exhiben partidos y próceres en
contaminar el término imponiendo, con la inestimable colaboración de los medios,
acepciones fuera de toda ortodoxia semántica. Inquiramos nosotros por qué esta
voz ha sido traicionada tanto a través de la historia.
Tal es la avidez de
desvirtuar el lenguaje que días atrás, José García Molina, diputado de Podemos
por Castilla-La Mancha, presentó una Proposición de Ley sobre Memoria
Democrática para “garantizar” el derecho a conocer la “verdad” de los hechos
históricos de la región. ¿Cabe mayor necedad etimológica? ¿Permite presentar un
recurso contra la manipulación y el absurdo? Pese a ser profesor universitario,
¿de dónde ha salido tanto aventurero ignaro, farsante? Tal vez no sea extraña
semejante andanada teniendo en cuenta que Podemos necesita, como el aire que
respira, aparecer virginalmente demócrata. De aquí todo su desmedido afán en
loar con artificio cualquier acto o momento público, a lo mejor mediático. El
resto, con mayor pedigrí democrático pero igualmente exiguo de otras virtudes
socio-políticas, retuercen símbolos y significados antes de enseñar la patita
por algún resquicio al efecto. Llevamos siglos consintiendo fraudes, trueques,
en los mensajes. La realidad no se vela, se oculta plenamente con locuciones que
calan en la conciencia colectiva aniquilando u obstruyendo cualquier posibilidad
clarificadora.
Sé que todos los países
del llamado primer mundo tienen democracias con diferentes grados de
aceptación. No obstante, si nos miramos en el espejo europeo habremos de
constatar, con cierto abatimiento, que nuestro sistema de libertades es uno de
los más imperfectos. Debido, quizás, a nuestra idiosincrasia, al individualismo
disgregador, aparece magnificado este carácter insolidario que nos define.
Asimismo, Machado puso de manifiesto la ruptura entre las dos Españas que
habrían de helar el corazón al español. Semejante dualidad histórica viene bien
a determinados políticos que, para arrancar un puñado de votos, renuevan de
forma irresponsable y trágica el enfrentamiento. Ha venido ocurriendo en los
siglos postreros e incluso brilla en estos tiempos de miseria total. Vivimos,
impelidos por una genética monstruosa, a caballo entre el abatimiento inútil y
una terrible espiral de violencia sanguinaria. Lo marcan tercos procesos
fatalistas, solo arrinconados cuando seamos capaces de abandonar tan estúpido
lastre. Reconozco que nuestro primitivismo hace tal revisión poco probable.
Dicen que España es un
país democrático. Los hechos niegan esa versión tan elogiada como rentable.
¡Cuántos viven de ella! Democracia significa gobierno del pueblo. Es evidente,
y cualquier ciudadano de a pie puede constatarlo, que aquí no gobierna el
pueblo -en sentido estricto- ni mucho menos, como implica por necesidad el
vocablo. Por tanto estamos frente a un formulismo al que se le aplica un giro
equivocado consciente o inconscientemente. Si me apremian, aseguraré que el
yerro es provocado, estafador. Las democracias, más o menos reales, visten
uniforme; es decir, igualdad. Empiezan porque los partidos, tasados como
imprescindibles, deben observar una gestión del mismo calibre. ¿Alguno de
ustedes es capaz de pronunciarse sobre la democratización auténtica (otra cosa
son las apariencias y el reclamo) de cualquier sigla que pulule en esta poética
y seca piel de toro? Continuaríamos con la independencia absoluta de los tres
poderes constitutivos, la igualdad ante la ley, ausencia de privilegios
políticos, etcétera, etcétera. Rotunda quimera.
Puesto que el poder lo
ostenta el pueblo, los partidos -instrumento preciso- debieran someter toda su
acción al beneficio ciudadano por imperio legítimo. Pecar de ingenuos a estas
alturas no solo desvela simpleza supina sino probable embriaguez dogmática.
Llevamos nueve meses (un embarazo psicológico, en este caso) de vivencias
personales. El bienestar ciudadano les importa poco menos que una higa. El
gobierno en funciones, que no funcionario, es la prueba de que a esta caterva
no le importa ni siquiera el ritual democrático. ¿Cuánto les importa la
esencia? Nada. Si alguna vez desplegaron buenas tentativas, fueron desalojadas,
abatidas al instante, por perturbadoras ambiciones y espurios intereses. Lo
dice el proverbio: “Por dinero baile el perro…”. Nadie extraiga doble lectura
del mismo, se apartaría de mi talante. Pese a lo expuesto, digo como Cassen aquel
cómico que tituló alguno de sus gags o terminaba relatos desternillantes con la
famosa coletilla “es broma”.
Ignoro qué grado de purismo
democrático tienen en Inglaterra, Dinamarca o Suecia, por citar algunos países
de nuestro próximo entorno. Sospecho que excelente, aunque pueda mejorarse. Aseguro,
no obstante, que aquí, en España, democracia es un nombre de fantasía.
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