domingo, 27 de noviembre de 2011

ENTRE TODOS LO MATARON O BIEN MUERTO ESTÁ


Transcurrieron ya algunos días desde que el pueblo español certificó la agonía definitiva del PSOE. Presagio del hecho letal (era una muerte anunciada, esperanza reparadora para muchos) fue vivir en aquella atmósfera insana, podrida por microorganismos antidemocráticos ayunos de toda ética e inmunes a cualquier ideal que conllevara, incluso en pequeñas dosis, algo de ortodoxia o decencia. Cualquier país donde el bipartidismo se conjugue como única vía de convivencia, como fuente de apelación tendenciosa al voto útil, el declive (real o potencial) de uno, ocasiona graves desequilibrios que ponen en jaque el propio sistema democrático. Obtener ciento diez diputados no se puede concebir descalabro numérico sino franqueo de la línea sin retorno. Es imprescindible el rediseño, la renovación total, del partido.

 

Zapatero (rebosante de visiones, reclamos y extravagancias que intentaban ocultar su indigencia operativa), principal -casi único- protagonista interno del caos en que nos hallamos, necesitó el concurso necesario de conmilitones y medios para amortajar un partido que presentaba achaques crónicos. A su acción desaforada, contraproducente, suicida, se debe este descalabro sin atenuantes, tan pobre cosecha de aceptación social. No obstante, tasar el análisis en el acaso o capricho popular significaría cerrar oídos al clamor cimentado a lo largo de dos legislaturas, donde la argucia y el quebrantamiento monopolizaron gran parte del quehacer gubernativo. Contribuyó, eficaz, el silencio cobarde (quizás constreñido) de quienes anteponen apetencias personales a intereses comunes. Suele ocurrir cuando individuos con poco crédito, enfrentados al recto proceder y virtudes aledañas, parásitos sin oficio ni beneficio, desaprensivos, se revisten de políticos; se atrincheran y convierten en oficio lo que debiera ser coyuntura, extravagancia.

 

Diferentes medios cultivaron una pertinaz línea editorial. Jamás difundieron desacuerdo o crítica a tan altas cotas de torpeza. Esta aceptación plena de la práctica, este asentimiento dogmático, visceral (que no juicioso), los convierte en cómplices prominentes y considerados. Excéntricos comunicadores, asimismo políticos adeptos, ofrecieron a título personal o representativo, infinitos loores sin dejarse oír nota alguna discordante, cuando los hechos imponían serenas reservas. Desde los arrabales, ellos también atesoran su alícuota parte de culpa en la presente ruina. No cabe duda: el desplome del PSOE se sustenta sobre una multitud. Entre todos lo mataron e incluso, a lomos de la ligereza, se detectan maniobras para enaltecer sus escombros.

 

UCD, recién inaugurados los ochenta del pasado siglo, se autoinmoló. Contaba con ciento sesenta y ocho diputados en la Cámara, pero constituía una mezcla heterogénea de grupúsculos cuyo nexo era el poder. La disolución vino fomentada por protagonismos excluyentes. Demasiados gallos. Desapareció el partido que sustentaba al gobierno y no pasó nada. El testigo lo recogieron AP, que se revitalizó en nueva sigla: PP. y una izquierda, virgen aún, exenta a esa hora de sus demonios ancestrales. Así el famoso "clan de la tortilla" (y a su frente Felipe González), señores incuestionados del socialismo patrio, consiguieron el récord de apoyos en unas elecciones generales: doscientos dos diputados en mil novecientos ochenta y dos.

 

Tras el paréntesis de Aznar, vino Zapatero. Oportunista, embaucador, nigromante, supo despertar expectativas irracionales en un partido desorientado, abatido. Una vez dueño del Boletín, arrasó las "viejas glorias", ya sexagenarias, y se rodeó de ladinos ineptos, incompetentes, que han cosechado (con el director a la cabeza) las mayores reprobaciones de los tiempos recientes. El exceso, la discrecionalidad, esa obsesión antiestética de que el dinero público está adulterado por la vaguedad, facultó derroches y trinques abusivos; creando una atmósfera malsana, fatal. Zapatero llevó a España y al PSOE a la bancarrota, con su inutilidad y el amparo (por acción u omisión) de líderes y barones, enmudecidos bien por cobardía bien por acomodo.

 

Conscientes de la encrucijada, juzgan como única salida la reconstrucción del partido o su ocaso inapelable. La UCD les produce un ingrato recuerdo. Postreras noticias permiten, por contra, conjeturar altas cotas de inconsciencia en los próceres. La Comisión Federal de este sábado pergeñó la senda por donde debía discurrir el Congreso Ordinario de Febrero. El objetivo es elegir al nuevo Secretario General que ha de acaudillar la metamorfosis del PSOE, ese quiebro que le devolverá el beneplácito social. Suenan tres candidatos: Rubalcaba, Chacón y Bono. Ganará la "vieja guardia" (Rubalcaba o Bono) a quienes apoyan los barones. Impedirán que salga otro Zapatero capaz de repetir una segunda edición de tierra quemada. Prefieren mantenerse en el despojo que perderlo todo. Se instaura un paradigma de prudente pervivencia. Cualquiera de ellos, convertirá el PSOE en un partido exangüe, burocratizado, mínimo; suficiente para que unos cuantos profesionales de la política vivan con holgura. Esta será su coartada y su meta.

 

Hemos gestado, por desgracia, el monopartidismo; en su defecto el pentapartidismo.

 

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