Mis amables lectores, añejos
y novicios, conocen mi expresa renuncia a filias o fobias para no rendir en sus
brazos un ápice de mi libertad, ni independencia. Ligero de aditamentos emocionales,
mantengo vivo el escepticismo que me caracteriza y practico la abstinencia
electoral en defensa propia. Dicho esto, reconozco cierto recelo del socialismo
por su falta de limpieza genética y vital. Asimismo, rechazo totalmente el
populismo de Podemos por la idea totalitaria y tiránica que exhiben en dichos y
hechos sus líderes más representativos. Tras estas palabras claras y precisas,
pido respeto y exigencia por igual al resto de siglas que excluyo en mis muy
tasadas reflexiones. Ciudadanos me parece un partido refrescante que anda un
poco extraviado. Reconozco el laberinto que debe transitar en su papel mediador
sin darle tiempo a corregir obstáculos. Izquierda Unida tiene en Alberto Garzón
un político íntegro que debiera abandonar algo de la ganga que aún le acompaña.
Puede ser la esperanza del marxismo democrático, aunque la afirmación parezca
una contradictio in terminis.
El PP pareciera ser el
origen de todas las maldades y desgracias que atemorizan a la sociedad. Todos
quieren hacer leña del presunto árbol caído cuando, en realidad, su suelo
impide que caigamos en manos nocivas, desalmadas, a las que España importa
menos que una higa. No puede negarse que
la corrupción le invade por doquier, igual que a cualquier partido que haya
tenido competencias de gobierno. Vislumbro, además, actitudes -en este marco-
poco tranquilizadoras en siglas que se enorgullecen de su “virginidad”,
básicamente porque todavía no han tenido oportunidad de meter mano a la bolsa.
Es decir, hacen de la necesidad virtud, pero ya empiezan a pringar. Volvamos al
caso. Por fas o por nefas, los medios y la conciencia colectiva inunda de
podredumbre al PP y solo lo percibe como un cuerpo corrompido. Por este motivo,
es preciso sanear a fondo el partido mediante una operación quirúrgica que
elimine toda servidumbre por acción u omisión, caiga quien caiga. El ciudadano
vota un partido, no un líder. Rajoy es un lastre, quiérase o no. El PP necesita
al frente una persona joven, limpia, depurada; distante de cualquier presunta iniciativa
o gestión malsana e indigna. Lo demandan los tiempos, las modas. Hay que
eliminar, al menos, las coartadas de uso falaz e innoble. Obcecarse por orgullo
o prurito no lleva a ninguna parte. Se realizaría un ventajoso ejercicio de
estrategia política y electoral.
La ambición ilimitada,
perturbadora, de un individuo está poniendo a España en un tenso dilema. Quiere
ser presidente un señor capaz de excluir a siete millones y medio de españoles.
Aumenta su atrevimiento, de forma inusitada, cuando dice pretender un gobierno
progresista y reformador. Dejando para el debate lo de progresista, este iluso
(no tiene otro calificativo quien pretenda hacer reformas sin contar con el PP,
por simple iniquidad numérica), empieza a exhibir un proceder conocido hace
años; tanto que puede superar al original. Al menos se muestra tan insustancial
como el primero. Se emplea en un paripé permanente. Ahora parece abordar un
gobierno quimérico con Ciudadanos y la abstención obligada, generosa, mártir, imposible,
de Mariano Rajoy. Al mismo tiempo, como salida de emergencia, sibilinamente, se
deja querer por un Pablo Iglesias beodo de poder, ególatra, enajenado de gozo,
de éxito; por una Izquierda Unida -más
comparsa que sustantiva- y por un PNV, que pretende ser alcaide de ETA, con la
espantada prevista, astuta, de CDC y ERC. Deduzco que el gobierno resultante
sería conflictivo y de escasísimo recorrido. Un caro capricho. Decía Confucio
que “Solo los sabios más excelentes y los necios más acabados, son
incomprensibles”. No creo que Pedro Sánchez se encuentre entre los primeros.
En realidad, solo hay un
gobierno deseable. Presenta, no obstante, un escollo definitivo pese a
presiones reflejas, augurios optimistas o deseos incontenidos. El pacto
PSOE-Ciudadanos es capaz de satisfacer las más exquisitas exigencias nacionales
e internacionales. Aparece un muro en tan idílico escenario: se necesita la
abstención del PP. Ya en aquel lejano mayo de dos mil quince, Sánchez dejó
clara su envergadura de estadista cuando afirmó arrogante que él pactaría con
todos menos con PP y Bildu. Ahora, altavoces, santones, analistas (incluso
próximos), medios y fauna diversa, presionan para que el PP se abstenga como
ofrenda a un supuesto dividendo para España. Afirmo, sin ambages, que el
beneficiario inmediato sería un Pedro Sánchez espuriamente legitimado e inepto.
Cabría la probabilidad de que España pospusiera su calvario, porque la
auténtica enfermedad somos los españoles y Podemos; es decir, los primeros.
Rajoy debe dimitir pero el PP (pese a quien pese) ha de decir no, y mil veces
no. ¿Por qué no puede presidir el gobierno Albert Rivera con los mismos
acuerdos y la abstención del PP? ¿Hay algún impedimento? Ninguno. ¿A que no
quiere el PSOE oficial? Es evidente; el PSOE no cuenta, ni España tampoco. Importa
Sánchez y su sillón presidencial.
Evidenciada la cuestión
del bloqueo electoral, confirmado que el problema es Sánchez, suscribamos su
unión con Podemos y pandilla. Tardaría meses en ser un pacto explosivo,
desintegrador. Habría elecciones anticipadas, pero el elector conocería el paño
y cambiaría la escena política. Es mejor padecer unos meses que tener encima
durante tiempo indefinido la espada de Damocles. La negativa, pues, del PP a
confirmar un gobierno extraño, inusual, presidido por Sánchez serviría -a medio
plazo- para quitar vendas y curarse el español en salud. De rebote, caerían bastantes barreras conceptuales y algún que
otro mito, tan impostor como interesado, sobre ética política y social. El
individuo queda satisfecho cuando desenmascara los fantasmas que le han creado
un dudoso prestigio y una autoridad moral maniquea e inexistente.
Quizás sea cierto que un
Podemos inmaculado, sin la erosión de gobierno, adelantara al PSOE si este no
obliga a sus pares a marcar diferencias claras con el populismo, en lugar de
darle cobijo. El PSOE necesita, a la vez, una catarsis ideológica para hacerlo
homologable a la socialdemocracia europea y concluir para siempre con el
enfrentamiento guerracivilista que, en mala hora, innovó Zapatero. Entre tanto,
si yo fuera el PP diría sí a España, sí al PSOE, sí a Ciudadanos, pero a Pedro
Sánchez no, y mil veces no.
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