El momento (calamitoso,
objetivamente convulso, casi trágico) se vive diferente según el grupo de que
se trate. Teóricos en economía, arriman el ascua a su sardina liberal o
socialdemócrata. Ahora mismo la crisis capitalista parece conceder un plus a
las hipótesis intervencionistas. Arrinconan, sin embargo con descaro u horror,
esa miseria pertinaz -asimismo sumisión laboral-
privativa de estados totalitarios. Suelen utilizar, sofistas, los países
escandinavos como ejemplo incuestionable. Olvidan a propósito el carácter especial,
único, exclusivo, de estas naciones ricas, despobladas y estables. Cada dogmático
a su soflama.
Arteros políticos
(valga la redundancia) con diferente pelaje, junto a esa repugnante cooperación
de medios e informadores afines, serviles o mercenarios, arriman también el
ascua a su sardina electoral. Apetecen quedar limpios, inmaculados, sin tara,
tras una gestión infausta. Ninguno admite responsabilidad ni culpa por nimia
que se tase. Sirve cualquier excusa para asear su currículum. Ora imputan a la
globalización, ora emergen desavenencias reales o postizas en el tratamiento
conjunto. Todo poder aparta de sí la crisis; sus orígenes, alcance y proceso.
Condensa su torpeza, quizás un talante antiestético, la evanescencia e
impunidad más absolutas. El individuo absorbe estoico, circunspecto, cualquier
afrenta. ¿Hasta cuándo?
Es el pueblo, el
contribuyente (nunca ciudadano desde hace un tiempo), quien sufre las
consecuencias de elucubradores y mandatarios. Absortos en pequeños lances de
honor, unos y otros -economistas y políticos- olvidan su quehacer con preocupante
menudeo. Algunos, es verosímil, confunden los verbos con sus formas
pronominales. El amable lector intuirá la tremenda divergencia que existe entre servir y
servirse. En definitiva, crisis y confort político no se rigen por ninguna ley
de proporcionalidad; más bien son términos sin conexión.
Un periodista directo,
minucioso (tal vez provocador), preguntó no ha mucho a Rajoy qué opinión le
merecía el rescate de la banca española. El presidente esquivo, algo mosca,
contestó con una larga cambiada: “No me venga usted con nominalismos” para
asegurar, a renglón seguido bajo rutinario disfraz, que el BCE había adjudicado
un crédito a las entidades financieras patrias, en excelentes condiciones. Aseguraban
así su liquidez y podrían asignar diferentes préstamos a empresas y
particulares. Pretendió quitar hierro al marco que contenía la operación.
Después, entre barruntos y certezas, supimos (vislumbramos de paso) un cúmulo
de compromisos y condiciones impuestos. El laberinto tiene su origen en esta
peculiar manera que exhibe don Mariano de cumplir con la verdad pregonada. Los
eufemismos, esa corrección retórica superflua, nunca alteran la realidad; sólo
la suavizan.
Nominalismo, según el
DRAE, significa tendencia a negar la existencia objetiva de los universales,
considerándolos como nuevas convenciones o nombres, en oposición a realismo e
idealismo. Rescate, apunta el mismo diccionario, tiene dos acepciones
fundamentales: Recobrar por precio o fuerza lo que el enemigo ha cogido, y, por
extensión, cualquier cosa que pasó a mano ajena. Más restringido: Recuperar
para su uso algún objeto que se tenía olvidado, estropeado o perdido. La
primera acepción me trae a la memoria el rescate de Cervantes en mil quinientos
ochenta por los frailes Trinitarios. La segunda se acopla a la perfección con
la España actual; negada, maltrecha y errante.
El gobierno, además de
regatear el vocablo rescate (antes lo hizo, terco, con la voz crisis Zapatero -todavía
inquiero cómo pudo llegar a presidente-), ha sostenido que la ayuda europea
saneará la banca, fortalecerá su liquidez y podrá conceder los préstamos que
han de revitalizar nuestra exigua economía. Expongo unas cuestiones para la
reflexión. España tiene una deuda pública que alcanza los setecientos setenta
mil millones de euros. A su vez, la deuda privada supera los dos billones. Hemos
pasado en breve tiempo de las magnitudes macroeconómicas a las astronómicas. ¿Puede
alguien explicarme cuánto hemos de desembolsar al año para pagar intereses y
amortización de ambas? ¿Serán suficientes cien mil millones? ¿De qué liquidez
hablan? ¿Nos siguen tomando por idiotas? ¿Lo seremos?
Para colmo, los pesos
pesados del PP acreditan tener la orden de anunciar al orbe, para el cuarto
trimestre, una lenta recuperación que se hará notable a lo largo del dos mil
trece. Venga, don Mariano, déjese de nominalismos e intente rescatar la
confianza del español (bajo mínimos) divulgando la verdad. Ya soportamos antaño
suficientes embelecos con ZP. Las quimeras no engendran optimismo sino
desvarío.
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