Rendido al titular,
cuesta trabajo si decidirme por darle el mismo enfoque que se concedía en mi
pueblo (con la trascendencia o costumbre de la época, iniciados los años cuarenta
y posteriores) a quienes mostraban una ingenuidad casi ofensiva. Tal vez se
ajuste más a tiempos en que sobrellevamos la reacción antitética: “tener mente
sucia, obstruida”. Porque ese corazón “visceral” acoge sentimientos, emociones,
impulsos. La cabeza, en cambio, es templo —no siempre— de ideas, juicios,
resoluciones. Pudiera, asimismo, que limpios de corazón no nos remitiera a
individuos con dicho músculo puro sino vacío, seco. Creo que cualesquiera de
ambas alternativas reflejan nítidamente cuantos ánimos lesivos sacuden a los
que ostentan poder incluso legítimamente. Lo perverso, pese a todo, es la
sangre derramada por órdenes cobardes, repugnantes, impunes.
Aunque paz o guerra
constituyan elementos sustantivos a la hora de tasar menor o mayor inhumanidad
en la limpieza coronaria, semejantes aspectos debieran explicitarse
considerando algunos matices notables. Es evidente que guerra introduce una
carga peyorativa de difícil evasión creando sentimientos rencorosos,
virulentos, de existencia imposible en zonas pacificas aun con deterioros sociales,
económicos e institucionales. Condenaría la falsa creencia de que mis palabras
pudieran entenderse como un elogio canallesco a la guerra. No ya solo por lo
visto durante los últimos días con el genocidio de Ucrania sino por constituir
uno (guerra) de los dos (hambre) aleatorios y terribles jinetes del
Apocalipsis. Los otros dos (poder) y (muerte) son inmanentes e ineludibles, pudiendo
paliar sus indeseables alcances con resignado acatamiento.
Los acontecimientos han
hecho proverbial un pensamiento de Erich Hartman, no por cotidiano menos
sustancioso: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se
odian se matan entre sí por la decisión de viejos que se conocen y se odian,
pero no se matan”. Conforman la cara ejemplar de la dualidad coronaria, los
jóvenes limpios en su concepción más auténtica y los viejos intérpretes de una
aridez ruin. Cierto que a río revuelto hay ganancia para ciertos “pescadores”.
No obstante, a la vista de informaciones mayoritarias, debemos admitir que el
común no halla reparos para ayudar obviando intereses y seguridad personales.
Siempre las circunstancias extremas sacan a relucir lo mejor y lo peor del
género humano. Resulta una incongruencia que solamente periodos espeluznantes
tengan la clave para abrir las emociones más dispares del individuo.
La guerra, peor las
invasiones con alegatos de “legítima salvaguarda”, nos descubre a personajes
“limpios” de corazón, yermos, alimañas. Estos especímenes característicos,
particulares, tal vez psicóticos, vienen ensamblados desde su nacimiento a toda
anormalidad, a cualquier barbarie. En paralelo, pero desde una óptica opuesta,
reactiva, se encuentran los “limpios” de mente; es decir, gobernantes cortos de
magín (el vocablo “cortos” prueba mi generosa clemencia y bonhomía). Descubriría
poco si sostuviera que la necedad que anida en casi todos los prebostes
mundiales carece de límites. Pareciera plaga nociva más que espectacular
atributo riguroso imputable a aquella élite cleptómana. Desde luego, nuestro
país seguramente aventaja en cantidad y calidad a cualquier otro de nuestro
entorno por tradición, atraso e idiosincrasia; idiocia, si se quiere.
Ignoro si la frase, cada
pueblo tiene los políticos que se merece, resulta una frivolidad jugosa o, por
el contrario, instituye un axioma nítido. Creo que el pueblo español exhibe
limpieza de corazón en espléndida pureza literal. Le acompaña también grandes
dosis de fatalismo, asimismo desidia, ignorancia e ingenuidad. Encontrar
ejemplos que demuestren lo acertado de la aseveración inicial del párrafo es quehacer
facilísimo; sin embargo, parece difícil seleccionar los más estridentes. Como
tanteo preclaro podemos citar a Sánchez y Colau, dos políticos que se asientan
exclusivamente sobre su habilidad. El primero utiliza de forma primorosa la
farsa, una y otra vez sin que, aparentemente, nadie advierta ninguna
trapacería. La segunda —utilizando como trampolín la Plataforma de Afectados
por la Hipoteca (PAH), entusiasta también del subterfugio y demagogia— alcanza
altas cotas de poder sin que ética ni estética pueda descabalgarla.
Repudio arremeter (criticar
sería vocablo demasiado adulador) contra mindundis alzados al poder porque, a
veces, el azar puede apellidarse caótico en sentido muy restrictivo. Si el
ejecutivo, salvo algún ministro capaz, lo conforman inútiles de tomo y lomo —a
cuya cabeza sobresale su presidente— entregar veinte mil trescientos diecinueve
millones de euros para que los ¿gestione? Irene Montero, mientras la gente no
llega a final de mes, parece una broma siniestra. No es suficiente con que sea
la ministra más incapaz del gobierno, encima exterioriza un sectarismo osado,
estúpido. (Pido disculpas por quebrar mi tono, pero el acaso me lo ha puesto a
huevo y no he podido contenerme). Reconozco las oportunidades que ofrece el epígrafe
para sacudir, quizás enlodar certera y justamente, a dirigentes y opositores
igualmente olvidadizos del pueblo al que dicen representar.
Alguien, estos días, me
mandó un WhatsApp que revivía la frase de Shakespeare: “es el mal de estos
tiempos, los locos guían a los ciegos”. Probablemente debamos deslizar algún
matiz definitorio, pero no puede negársele estricta actualidad. Dudo si la
psiquiatría aportaría un diagnóstico claro sobre Sánchez, hipotético paciente.
Nadie pone en cuestión su egolatría exacerbada y la trayectoria —emprendida por
él— que nos lleva fatalmente a la miseria general. Hace dos semanas, de nuevo,
estábamos “en la champions league” de Zapatero y ahora confiesa una economía escuálida
“por culpa de la guerra de Ucrania”. Estoy convencido que, si fuera preciso,
Viriato sería autor. Por cierto, Podemos nunca va a romper el gobierno de
coalición, aunque Sánchez incumpla los acuerdos. Dejar moqueta, boato, sueldos
y nepotismo al por mayor, para desaparecer, no seduce.
Esta oposición, reajuste
incluido, tampoco contiene el corazón limpio ni la mente abierta para llevarnos
a buen puerto. Ciñéndome al adelantado nuevo presidente y factible secretario general,
González Pons, especulo que las primeras manifestaciones de ambos priorizan
alianzas con el sanchismo antes que con Vox. Quiero suponer que a nivel
nacional pasará lo mismo que ahora en Castilla y León donde, al parecer, han pactado
un gobierno de coalición. Lo contrario llevaría al PP a una situación especialmente
complicada, tanto que los viejos complejos e indigencia estratégica y moral supondría
llevarle a la irrelevancia. Recrear el bipartidismo nefasto —tal como lo hemos vivido,
con parecidas arbitrariedades, abusos y derroche saqueador— engendraría hartazgo,
furor, amén de movimiento (puede que estallido) social incontrolable.
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