La palabra impostor,
vistas diversas acepciones, descubre como fundamento común el espíritu artero o
aparente. En esta época de tribulaciones, estafas y charlatanerías, la artimaña
solo pervive porque una ola de cretinismo arrasa el inconsciente soberano. Al apático
individuo patrio lo vistieron de ciudadano dándole un papel de comparsa. Cree,
pobrecillo, que democracia y derechos se funden en rituales concretos. Votar
cada tiempo, manifestarse bajo el ojo policial (cuando no violentado), pedir
derechos (olvidando deberes) y “largar” sin causar estruendo, acapara su máximo
horizonte democrático. Desterrar exigencias que conforman una soberanía plena y
someterse a normas ad hoc, cuestionan gravemente la calidad del Estado instituido.
Si a semejante escenario añadimos una corrupción escandalosa, crisis terrible e
incapacidad completa para abordar tales desperfectos, estamos brindando un halagüeño
caldo de cultivo a aventureros y embaucadores.
El CIS, contrahecho oráculo
de los tiempos modernos, anticipa en su última respuesta las propensiones
ciudadanas respecto al voto. Según él, desparece el bipartidismo protagonista de
tres decenios democráticos. Motor que ha conducido, desde mi punto de vista, a la situación actual. Penosa en el aspecto
económico. Delicadísima si nos limitamos al carácter institucional. Hasta ayer
parecía imposible desbancarlo. Sin embargo, se impone una realidad
incuestionable. Inquirir qué motivos han conducido a su ocaso, nos lleva
irremediablemente a converger todas las culpas en políticos indoctos y
trincones. El devenir patrio está lleno de episodios parecidos al actual. Cada
tiempo, el marco de convivencia se vuelve casi insostenible, por unas u otras
razones. Crisis económica y diferentes divergencias, atenazan a unos
gobernantes inseguros e indignos. Les es más cómodo tirar por la calle de en medio.
Provocan enfrentamientos sociales que acarrean dramáticos desenlaces. Y vuelta
a empezar tras lo infructuoso de las dolorosas experiencias anteriores. Es una
cruz pesada, recalcitrante.
Sería injusto
personificar únicamente en ellos toda culpa. El pueblo debe admitir un
porcentaje significativo. Si bien es cierto que los prebostes conducen a la
sociedad hacia el precipicio, es ella quien da el último paso. No caben
titubeos. Somos apáticos, despreocupados, individualistas, viscerales, algo
cazurros y dogmáticos. Enemigos de la cavilación, del cotejo, caemos sin
remedio en actitudes maniqueas y, por ende, radicales. Faltos de ecuanimidad,
somos pasto de una violencia aniquiladora. Por tal motivo, nuestros dirigentes
mantienen viva, fomentan, una rivalidad infausta. Así, plenos de fervor -cuando
no de odio- damos bandazos desequilibradores. Saltamos de la pasión al
desprecio sin causa aparente. El corazón se impone al intelecto. Necesitamos una
metamorfosis imposible. Unamuno, confidente ocasional de Ortega, afirmaba que
era preciso españolizar Europa. Divertido e inoportuno sarcasmo.
Podemos (un movimiento
de raíz elitista) convertido en partido, consigue un ascenso inusitado,
sorprendente. Ayuno de crédito sólido, ha mancillado a todas las siglas existentes,
sin excepción. En sí, es una técnica nazi, totalitaria. Desprestigian el
soporte democrático, la pluralidad doctrinal, para convertirse en partido exclusivo
que conforme una limpieza ética, hoy por hoy indemostrada. Ignoran, detestan,
toda reforma. Desean imponer “su solución”. Los demás hemos de insuflarnos de
fe. ¿Quién asegura, demuestra sobre todo, que poseen la fórmula mágica que se
requiere para acabar con la crisis económica y restituir una democracia plena?
¿Acaso ofrecen la democracia popular? Mi respuesta personal es: no, gracias. Me
bastó la democracia orgánica para conocer el paño mejor que vosotros percibís la
enmienda a los problemas diversos que nos atenazan.
“Aún no asamos y ya
pringamos”, alecciona el refrán. Monedero, un padre glamuroso del ahora
partido, dijo altanero (proceder particular de estos líderes injustificados) en
una tertulia televisiva: “El pueblo está por encima de la ley”. Toda una
propuesta de intenciones, síntesis de principio rector. Con parecidos
argumentos, Hitler justificó el Holocausto a mayor gloria de Alemania y Stalin
los millones de mencheviques sacrificados para lograr el bienestar del pueblo
ruso. Cuando la dignidad personal, los derechos individuales -“del hombre y del
ciudadano” que proclamaba la Asamblea Francesa- quedan supeditados al deseo de
la mayoría (visada por el politburó), la democracia se convierte en pura
evocación. Vamos superando una “casta” inepta, atracadora, para caer en manos
de una “élite” sin acrecentamientos empíricos de eficiencia; pero, además,
tiránica porque no admite ninguna controversia. Prefiero un sistema plural
podrido, que sea reformable, a un régimen totalitario, presuntamente virtuoso,
que se obceque en confeccionar una sociedad a su imagen y semejanza. Al menor
descuido, haremos un pan como unas tortas.
Conjeturo innecesario enfocar
los rasgos que se vienen observando en Podemos. Un líder ególatra (al decir de
alguien que asegura conocerlo); un asambleísmo presa fácil, como todos, de astutos
retóricos huecos, mercaderes de humo; unos círculos que ambicionan atenazar,
dirigir, las estructuras sociales; un sindicato que regule, atenúe, las
ruidosas reivindicaciones laborales, etc. Cuatro académicos leídos, un experto
polemista y comunicador, asimismo un grupo de arribistas proyectan sacarnos del
desastre. Ellos solos. Vislumbro, veo claramente, su porte, sus tics, y no me
gustan nada. Ofrecen un déjà vu a lo largo del siglo XX bajo la máscara de una
democracia nueva, pura. Desconozco si invitan o amenazan con el prodigioso gobierno
del siglo XXI.
Me inquieta, eso sí, el
pueblo iletrado, incapaz de realizar un estudio sosegado de la situación, de
los salvadores que se insinúan. ¿Cómo puede entenderse tan insólito trasvase?
La gravedad del momento, el hartazgo general -hasta el cabreo extremo- lo
admito y comparto. Lo que me parece increíble es que se piense que Podemos disponga
de la solución, aun pulcritud, necesaria para conseguirlo. ¿Por qué? ¿Cuál es
la base, si no ha demostrado nada de nada? Se acentuará la miseria y, encima, perderemos las libertades que
ahora gozamos. Es lo que se desprende de sus propuestas económicas y sus
presupuestos doctrinales. Sin duda, políticos impostores y pueblo irreflexivo
constituyen una maldita combinación.
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