El paso del tiempo no es
baladí ni inútil pues todo se ve con perspectiva más amplia, reflexiva y
enriquecedora. Hace una semana se celebró (así, con expresión imprecisa) el
aniversario de la Constitución que muchos desprecian entera, por diversos
motivos, y otros analizamos negativamente el título octavo, referido a la
organización territorial, y artículos sueltos. Excuso una descentralización del
Estado lógica, viable, pero no acepto el derroche económico que supone sufragar
diecisiete gobiernos. Si oímos los argumentos de cualquier partido —a
excepción, quizás, de Vox— llegaremos a la conclusión de que no hay alternativas
posibles. Haberlas, haylas, como las meigas, pero eso supondría la desaparición
de incontables momios. Además, los nacionalismos se nutren provocando obesidad mórbida,
amén de pelaje aparente, con esta ley electoral ad hoc.
Creo que, los presentes en
el acto institucional—peor quienes huyeron para exhibir una pedante censura,
siempre descortés, electoralista e ignominiosa—por diversas razones carecían de
fe en la actual Constitución. El gobierno social-comunista, relumbrón, la
embiste (nadie lea el vocablo con segundos matices) cuando interesa sin que
ello lleve aparejado (¡vaya por dios!) ningún rechazo o enmienda social. Al
resto de izquierdas que no gozan, más ahora con los rigores invernales, del
calor generado por “ese dinero sin dueño” que pregonaba Calvo, la Constitución
le origina un sinvivir histórico. Como humanista agnóstico siento cierta
conmiseración por esta izquierda nacional siempre inmersa en laberintos
doctrinales. Resulta “milagroso” ver una comunista hilvanando quehaceres
evangélicos con el Papa. Ignoro si despertó piedad o náusea.
Casado, presidente —cada
vez más diluido— del PP junto a miembros destacados de la estructura orgánica,
ahora parece el primo de zumosol cuando hace decenios que viciaron el cauce
constitucional. Maridarse con Pujol, incluso hablando catalán en la intimidad
como le ocurrió a Aznar, es un estigma demasiado inmundo para admitir enmiendas
inaplazables. Le traiciona la memoria cuando ahora exige activar el artículo
ciento cincuenta y cinco tras años de insensibilidad con el tema lingüístico en
Cataluña. Al decir de Hegel: “Cuando contemplamos el pasado, esto es, la
Historia lo primero que vemos es solo ruinas”. Cierto; PSOE y PP cultivaron, sobre
todo pero no exclusivamente, una política educativa tibia (casi cambalacheada) con
el nacionalismo catalán y vasco. Dejación culposa se mezcla con alientos
infames y aldabonazos mezquinos.
La Constitución permitió
al comunismo realizar un punto y aparte del conflicto civil que le pesa como
una losa porque afianzó y alargó el desenlace que gustaría omitir. Suele
afirmarse que la Guerra supuso una derrota republicana y no es cierto, ni
siquiera el Frente Popular; solo lo fueron los comunistas. Alcalá Zamora,
Manuel Azaña, Julián Besteiro, Segismundo Casado, Melchor Rodríguez o Cipriano
Mera, entre otros republicanos puros, socialistas y anarquistas, no prodigaron la
capitulación. Evitaron, eso sí, un inútil derramamiento de sangre pese a los
terribles acontecimientos iniciados el seis de marzo de mil novecientos treinta
y nueve en Madrid. Otra evidencia incontestable fue el reconocimiento de Franco
por Inglaterra y Francia ese mismo mes. Occidente no permitió que Stalin
tuviera la llave plena del Mediterráneo. Consideraciones esenciales eran la
situación política en Europa y el temor al totalitarismo. Sin duda, la Guerra
Civil, y no solo a nivel nacional, estaba tiempo atrás liquidada.
Ignoro si la estrategia adherida
a la sectaria “Memoria Democrática” persigue una incruenta cruzada para que el
comunismo extremo gane una guerra tras ochenta años de haberla perdido. Opino,
no obstante, que es una idea “fishing” (según definición de Ortega), “que se
anuncia y proclama porque se sabe que no tendrá lugar”. Lo vivido nos lleva a
la conclusión, bastante tormentosa, que es lo que parece; es decir, que los políticos
mediocres buscan vivir de los frutos ubérrimos cultivados con el mencionado
estiércol, inmejorable abono orgánico. Ocurre que al fertilizante le avistan ya
todas las filfas.
La desazón, en estos
momentos, ocupa y preocupa a los agudos estrategas que conforman el corazón de
partidos o bandas. Sánchez, junto a su tropa, ya conoce el futuro inmediato
según augurio del oráculo. Sabe, por tanto, que este gobierno Frankenstein durará
dos telediarios. Personalmente, tiene como única salida el pacto PSOE-PP para
continuar con la presente vida de lujo y opulencia. Abandonará previamente todo
desviacionismo comunista e independentista para acomodarse a una
socialdemocracia centrada que renace en la Europa del bienestar. Su auténtico
rival, al que debe temer y teme, es Vox. En el contexto político actual,
Podemos e independentistas son meros apéndices de hecho y deshecho. Histriónico
y postizo, antes muerto que fiel o sencillo.
Una profunda reflexión
afirma: “el pensamiento no es un don del hombre sino adquisición laboriosa,
precisa y volátil”. Premisa absolutamente certera, más durante tiempos de
zozobra como vive el ciudadano, político o contribuyente en absoluta divergencia.
Casado lleva meses febril, erróneamente obsesionado —tal vez bajo los apremios
de alguien cercano— contra Isabel Díaz Ayuso. Teme que le quite la presidencia
nacional del partido cuando carece de indicios. Tal brecha estúpida, onerosa
(sumada a los humillantes complejos y ardores si murmuran de Vox), le obliga a
aventurar una discutible coalición con Sánchez o PSOE cuyos antecedentes son
poco o nada recomendables. Casado también teme a Vox. Preso por tanta alarma, adiós
presidencia.
Siempre que se emprende
un conflicto superfluo, absurdo, aparecen daños impensados de consecuencias
imprevisibles. Vocablos y argumentos equívocos suelen agravar, hasta pudrirse,
escenarios controlables. El dilema lingüístico catalán, llevado a extremos
insólitos, ha propiciado un movimiento social que empieza a preocupar al
gobierno central y autonómico. El primero permanece insensible, pasivo,
irresponsable. Pere Aragonés, altanero y prepotente, ha exigido: “Dejad en paz
la escuela catalana” (desconocía que Cataluña fuera país independiente) para
añadir, a renglón seguido, “la neutralidad en educación no existe”. ¡Si lo
sabrá él! El equívoco es ya un principio ético.
A propósito, o no, me
vienen a la mente las palabras de Platón: “El hombre es un ser ignorante. Solo
Dios y la bestia no ignoran nada. Dios porque posee todo saber; la bestia
porque no lo ha de menester”. Citaré algún ejemplo donde la necedad se quiere
revestir con máscara de confusa sabiduría. Sobre la sentencia contra Juana
Rivas, anulando su libertad, Irene Montero denunciaba “la estrategia
reaccionaria” de poderes no electos. Aventa un ataque furibundo a la división
de poderes, fundamento de cualquier sistema democrático. El menoscabo consiste
en ubicar ideológicamente la “reacción”. El PSOE sobre la honradez de Sánchez
al dar subvenciones a la antigua empresa de su padre: “El presidente es
ejemplar”. Sí, pero… ¿con quién hemos de compararlo? Veremos qué dicen los
medios afines. ¿Hay dudas? Callarán y seguirán pregonando el engañoso
predominio hegemónico de la izquierda. Han renacido los juegos semánticos.
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