El DRAE, en su segunda acepción, indica que astracanada
significa acción o comportamiento públicos disparatados y ridículos. La
rotundidad del concepto deja al descubierto hasta qué punto destaca en él una
burla tácita, supina, a quien recibe los efluvios del actor o actores. Porque
el individuo capaz de generar dicha impureza será tachado, sin duda, de cínico
-tal vez indecoroso y atrevido- pero quien tolera de una forma u otra tanto desatino
extemporáneo bien pudiera denominarse inconsecuente. Resulta comprensible la doble
raíz que violenta el desarrollo riguroso del proceso: temores nacionales e intimidaciones
virtuales, en germen, provenientes del campo internacional. Las primeras carecen
de sentido en un país democrático con separación de poderes, pues cualquier
ataque a este principio deteriora, si lo hubiera, el crédito del personaje. Si acaso
preocupa la reputación internacional, aunque nuestro basamento y fondo jurídico
carece de corrección foránea legitimado por una soberanía popular.
Más allá de nuestras fronteras existen instituciones u
organismos que gozan de la loa general aun presentando tachas e irregularidades
notables. Siempre objeté, verbigracia, la legalidad de una ONU cuando el
Consejo de Seguridad se encuentra viciado por el derecho a veto ejercido por cinco
países. Parecida anormalidad aprecio en el Tribunal de Estrasburgo, conformado políticamente
de forma impecable -en teoría- por jueces de los cuarenta y siete países
miembros. Es decir, cada órgano e institución lleva aparejado suficiente lastre
como para no inmiscuirse, salvo evidencias incontestables, en asuntos internos
de cualquier Estado. Se evitaría de este modo afrentas que alarman a la opinión
pública, poco ducha a la hora de diseccionar complejos vericuetos casi ininteligibles.
Es prueba lógica de la discrepancia entre el difuso armazón reglamentario y el
nítido abandono popular.
Conocemos cuantos intentos preliminares de desprestigio se
hicieron al sumario jurídico abierto a doce políticos independentistas, presos preventivos
casi todos, acusados de rebelión, sedición y malversación de caudales públicos.
El inicio fue una reiteración obcecada de trampear el acto vertiendo los mayores
sofismas que puedan imaginarse. Ignoro qué pretenden los reos a futuro, aunque
la desnaturalización semántica -y sus propias declaraciones- llevan al Tribunal
de Estrasburgo. Insisto, me parece desafortunada, porque ocurre, cierta indulgencia
(hasta paciente) desplegada por el juez Marchena, presidente del Tribunal
Supremo. Sí, ha llamado la atención a inculpados y testigos, pero con la boca
pequeña, como si quisiera evitar algún toque de atención interno (inconstitucional
y poco procedente) o externo, totalmente improcedente. Admito, incluso, que el
señor Marchena tenga a bien exhibir un carácter grato, alejado de brusquedades
y precipitaciones.
Respecto al histrionismo desplegado por los reos, incluso
como táctica defensiva, merece la consideración de vergonzante. En personas
normales, el arrojo mostrado cuando denigraron las resoluciones del Tribunal
Constitucional, pese a numerosas advertencias de los servicios jurídicos, ha de
ser revalidado siempre. Pero no, vista la probabilidad de pasarse varios años
en la cárcel, han optado por un olvido bellaco, sorteando sin suerte el
conjunto de evidencias axiomáticas aventadas por medios audiovisuales. Aquella
representación inicial sirvió solo para mostrar desmayo, pavor, más allá de
pretendidas justificaciones que ellos saben inútiles antes del indulto. Porque percibimos
que, si Sánchez candidata con probabilidades, el indulto es condición sine qua
non para conseguir La Moncloa. Seguramente es algo ya previsto, estudiado y apalabrado.
Testigos precisos han confundido la sala con un púlpito
idóneo para lanzar sus proclamas dogmáticas a los cuatro vientos, donde habita
una feligresía ahíta de mensajes subrepticios, o no tanto. Tardá, Rufián, Colau,
Sáenz de Santamaría, Rajoy, Urkullu y otros, han relatado -algunos- “su verdad”
después de trastear al tribunal. Baños, testigo de la CUP, se ha negado a
contestar las preguntas de la acusación popular, personificada en Vox, excusándose
por “dignidad democrática y antifascista”, premisa reiterativa y común a
cualquier doctrina totalitaria. El señor Marchena ha propuesto como solución
salomónica que la pregunta del señor Smith la repetiría él a Baños. Poco
después, este también se ha negado a esa solución y ha sido expulsado de la
sala bajo una sanción de dos mil quinientos euros. Lo mismo ha ocurrido con
Reguant, también de la CUP. Demasiada paciencia para quien merece únicamente proporcionalidad
legal.
Mención especial merecen las afirmaciones de los imputados.
Turull dijo que “la DUI fue expresión de una voluntad política”, también lo fue
la Constitución y la ley ordinaria; por tanto, no le exime de culpa ni de llevarse
una pena que se corresponda con el delito. Rull imputa “falta de legitimidad
moral al Tribunal Constitucional” para justificar el referéndum. Similar
validez tendría si yo dijera que no reconozco legitimidad a Hacienda para que
me reclame impuestos. Bonito discurso y retorcimiento semántico. Romeva, quizás
padre del argumentario más consistente, aseguró que “el derecho de
autodeterminación no es ilegal en España”. Cierto, la Carta Magna no hace
mención expresa de ilegalidad puesto que remite a la Carta de Naciones Unidas
en donde sí se reconoce tal derecho. Sin embargo, la resolución 1514 constata
la incompatibilidad del mismo si tiene como resultado el quebranto de la unidad
nacional. Por tanto, Romeva (el más inteligente en sus apreciaciones) tampoco
tiene un asidero sólido jurídicamente.
Faltan todavía muchas jornadas para dar por concluido el
proceso jurídico y conocer los términos de la sentencia. Conjeturo que la parte
más entretenida -esa que denomino astracanada- ya ha cubierto su camino. A
partir de aquí resultará trabajoso que veamos un espectáculo semejante al
ofrecido por reos y testigos. Quizás aparezca alguien imbuido de arrogancia o
cinismo suficientes para seguir cautivando por lo irónico a los medios. Los
ciudadanos, acostumbrados al pan y circo, nos dejamos arrebatar (una vez
satisfechas las necesidades prosaicas) por la sátira que es el ingrediente intelectual
accesible al pueblo llano. Sofismas con vocación heurística y severos laberintos
jurídicos hastían al vulgo que, al borde de la paranoia, exige menos reserva y
más holgura en estos rituales tan enmarañados. Total, ¿para qué?
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