Vivimos tiempos
extremadamente convulsos, pero tenemos la experiencia histórica de que casi
siempre hemos salido de ellos reforzados. Me inquieta, asimismo, el manejo
indiscriminado del poder político en perjuicio de una democracia que se ve así adulterada,
cuando no prostituida. España presenta gravísimas lagunas en el proceso de
aprendizaje. Debido a múltiples y diferentes causas, no aprenden las élites
reñidas con el bienestar ciudadano, pero tampoco lo hace el común que prioriza
su ensimismamiento, su mundo reducido e inconexo, mientras frena el bienestar
general. Algunos reparten por igual flaquezas y negligencias, hasta nulidades.
Además de estéril, no es justo que pueda hacerse entre gobernantes y pueblo una
comparación suelta, perversa, sin ningún matiz compensatorio a favor del último.
El sistema democrático, aquí bastante indigente -quizás figurativo- distribuye cetros
y custodias de forma arbitraria, castigando al vulgo que ve reducida su contribución
a introducir una papeleta en la urna cuando lo decretan.
Habitualmente, los
acontecimientos muestran, de modo manifiesto, una necedad ostentosa, inagotable.
Mis amables lectores, ocasionales o consolidados, saben la actitud distante,
áspera, que despliego hacia el colectivo político (sin excepciones) desde un
cierto nivel hasta la cima. Llevamos semanas en las que diferentes cargos de la
plantilla gubernamental, incluido el propio presidente, caminan desorientados
entre mentira y mentira atiborrada de magia frustrante. Jamás pude imaginar que
predicadores de las virtudes éticas, de la veracidad, pudieran ser presuntos
responsables, deliberada o involuntariamente, de cuantiosas muertes y pérdidas
milmillonarias. Al ciudadano, incluso provisto de fe contumaz e inconsciencia,
le sorprende que el día ocho hubiera pocas incertidumbres sanitarias y
veinticuatro horas después aparecieran por el horizonte nubarrones negros,
tormentosos. Constituye la prueba mejor, el principio indiscutible e
inexorable, de que somos sus siervos, sus cobayas de ingeniería social.
Tras China e Italia, hay
que ser muy necios para despreciar las experiencias acumuladas por ambos
países. Es la prueba axiomática, ineludible, de que nosotros solo aportamos credenciales
para manipular el poder y su gozo. Conforman el dominio pleno, antojadizo, en
una democracia infecta, desahuciada. Algunos alcanzan un grado de cinismo e
incoherencia tan prominentes que resultan impenetrables. Destaco a un desertor
de la incursión anticasta. Pablo Iglesias, antiguo miembro de la trinchera
antisistema, cuya voz era martillo de herejes asentados en las indulgencias del
régimen, se ha transformado por magia potagia en santón bendecido por la casta.
Hoy ha aparecido (nunca mejor dicho) junto al señor Simón haciendo alarde de
una inutilidad contagiosa (el colmo del personaje), pues sus palabras pudo
hacerlas cualquier otro miembro del ejecutivo con menos afán de protagonismo,
parvo en arrogancia y sin tener que observar ninguna cuarentena. ¿Somos todos
iguales? A otro perro con ese hueso.
Aunque mereciera juzgarse
como descubrimiento científico o social -y no lo es porque resulta ratificado
desde los albores- que todo estado de estulticia genera el aplauso o la adscripción
de medios (aparte esa “intelectualidad” artística, cómica y cinematográfica) necesario
para congeniarse por prurito progre, aun óbolo sustancial, básicamente con el
poder de izquierdas. También las derechas exploran parecido sendero subvencionado
atraídas por la inercia velada de auténtico pavor al calificativo. Medios y comunicadores
específicos, días atrás reiteraban incontinentes, ávidos, asilvestrados, que el
coronavirus no pasaría de gripe normal y que en abril nos habríamos olvidado de
él. Alguno, divulgativo, quitó importancia al tema afirmando que curaría el
noventa y siete por ciento de infectados. Ferreras con rotundidad llegó a
afirmar: “El miedo cierra el Mobile World Congress”. Hoy, todos ellos afectos
de mayor incontinencia, avidez y fiereza, exhortan a la observancia del
confinamiento sin encomendarse a dios ni al diablo. ¡Hipócritas!
Dicen que cuando llega
una situación infausta hay que unirse para bregar juntos y vencer la
adversidad. Debiera ser lo lógico y establecido, pero para todos. Recuerdo dos
escenarios espeluznantes, miserables, con Aznar y uno con Rajoy. Aquel sufrió
el chapapote y el 11-M; este la plaga del Ébola. En todos los casos, nuestra
izquierda patria (extrema o menos) encabezada por un PSOE oportunista, desleal,
hizo virguerías para sacar provecho político de las desgracias ciudadanas.
Ahora, con el país en estado de confinamiento reducido a sus sinónimos: cautiverio,
prisión, encarcelamiento, cautividad, quieren sacar rédito de su torpeza y negligencia
echando culpas a los recortes que realizó el PP por desbarajuste del “ínclito”
Zapatero. Madrid se ha convertido en foco disuasorio y de distracción popular. La
izquierda, pese a la propaganda, a la pretenciosa hegemonía moral, exhibe una secular
ausencia de ética y estética públicas.
Pese a los precedentes,
la oposición practica una política que trata de ajustar su papel discrepante
con el que recomienda esta brusca situación de zozobra nacional. Dicho trance
obliga a PP, Ciudadanos y Vox, a posponer legítimas pugnas contra el gobierno
en aras al encaje que exige el momento. Guardándose viejas rencillas, por qué
no frágil desquite, Casado se pone al servicio del país auspiciando un
equilibrio estable en lugar de desplegar el despecho censor para sacar rédito
político. Hasta Vox que ha sufrido el vituperio desmesurado, altivo, (a veces
grotesco), ha hecho gala de relego y mesura. Resulta curioso que sea el propio
gobierno, responsable del desquiciamiento actual, quien pretenda obtener encima
frutos que -a lo sumo- debieran ser amargos. No imaginaba siquiera que iban a
aparecer cada día distintos ministros repitiendo naderías sin solución de
continuidad. TVE, siguiendo la farsa, dijo ayer. “El coronavirus ha reducido la
crisis del cambio climático”. No encuentro adjetivos y lo prefiero porque me
dispararía.
Estar encerrado, prisionero
-véase la acepción dos en el DRAE- (como todos ustedes) por culpa de unos villanos
incompetentes, me produce una indignación -para no desbarrar- especial. Creo
recordar que, asistidos por esa enorme caja de resonancia mediática puesta a su
servicio, PSOE y Unidas Podemos conformaban el gobierno progresista (percibo
que esta caterva da al verbo “progresar” un significado privativo) que iba a
sacar a España del retroceso económico y social a que le condujo el nefasto
gobierno de Rajoy. Analizando el asiento contable de la época Sánchez, sus
respectivos haber y debe, presumo que no quede sitio para ningún jolgorio, ni
comparación. Si añadimos el viacrucis del coronavirus, albergando toda caridad,
habremos de admitir que su gestión es catastrófica. Constituye la secuela de preferir
el personal manejable, doméstico o domesticado, al prestigioso. Sin embargo,
siguen obcecados con la proclama, el reclamo, como si fuéramos medio bobos y, a
lo peor, tienen razón si tenemos en cuenta los resultados electorales y las
expectativas socio-métricas de futuro.
Obviamente, hoy (séptimo
día de prisión) muestran un desinterés ultrajante; paguémosles con la misma
moneda. Este pueblo nuestro, jamás aprenderá la lección.
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