Nadie, que yo sepa,
renuncia a sus raíces ni al rasgo cardinal acumulado con siglos de vivencias,
en ocasiones perfectibles. Tal coyuntura, me lleva a reseñar frases que acuñan el
sello vaporoso distintivo de cada pueblo o zona, algo así como una etiqueta que
proclama su peculiaridad. Mis recuerdos juveniles, plantean genialidades hoy errantes
si no prescritas. Una de tantas era: “tiene hambre y sueña con bollos”. Todavía
ignoro si el mensaje pretendía asentar los pies en tierra a quienes quimeras y
apetencias transportaban al mundo irreal ingeniado para compensar una realidad espantosa.
Tal vez fuera la forma desdichada e inútil de sobrellevar la miseria material que
mortificaba los cuerpos y que ahora moralmente atenaza las almas. Pudiera,
además, contener aspectos de pura animadversión -en aquellos tiempos brumosos-
hacia individuos que presentaban claras expectativas de futuro.
Tener hambre física es un
díscolo efecto instintivo que impulsa a nutrirse. Si se manifiesta de forma
insistente constituye una enfermedad rara, una patología que produce en la
lactancia hipotonía (falta de tono muscular) y dificultad para succionar. Ocasiona
anormal funcionamiento del hipotálamo, responsable del equilibrio y de la
producción de hormonas. Es decir, el hambriento pertinaz se convierte necesariamente
en un ser famélico, desequilibrado y pobre glandular. Semejante tipología fisiológica
coadyuva a provocar sociedades complejas, discordes, plurales en ámbitos inespecíficos.
Dice Jovellanos: ”Los pueblos tienen el gobierno que merecen”. Objeto tal
aseveración porque este siempre lleva en su fundamento -configurando su ADN- la
corrupción artificiosa, impúdica, de la sociedad. Jamás puede lograrse nada
bueno cuando el origen viene determinado por un impulso corrupto.
Sí, el prodigioso (por mediocre,
cismático y hostil) gobierno de ¿coalición? social-comunista, proporciona ministros
con hambre de siglos. Algunos, incluso, muestran voracidad por distinguirse del
tropel ya que su ego exige un plus de distinción, de especificidad. Desprecian ser
número, quieren cualificación aunque se conformen con una realidad menguada.
Esta paradoja inoportuna, de momento si no a plazo inacabable, introduce un
malestar permanente, existencial. He aquí la razón que les lleva, advirtiendo el
raquitismo de Sánchez, a encarecer su apoyo. Pese a los intentos que hace el
círculo íntimo del presidente -probablemente bajo su auspicio- por restar lucimiento
a Podemos, Iglesias se rebela contradictorio y saca la lengua a pasear procurando
avenir incoherencias notables con estratagemas arcaicas. Debemos reconocer con
qué pericia realiza maridaje tan poco afín. Si fuera es peligroso, dentro del
gobierno es letal.
Iglesias tiene hambre insaciable
desde hace tiempo, pero no se ajusta a las pautas del hambriento recalcitrante.
Exhibe, sustituyendo la presunta hipotonía, una formidable (a la vez que
preocupante) musculatura política mientras, lejos de aquella dificultad para poder
succionar, se agita inquieto, vivaracho, conformando ese género humano que alguien
adscribió a la especie “chupóptero”. En
él, hambre y evocación son magnitudes inversamente proporcionales, pues ayer
era “martillo de herejes” mientras hoy apostata de su fe primigenia
convirtiéndose en mercenario ateo. Sospecho que siempre ofició por interés sin
sufrir trueque ni merma; tampoco involución más allá de una apariencia a todas
luces falsa. Personifica, o mejor materializa, el talante hediondo, infecto,
con que la Historia retrata a los líderes comunistas más dañinos. Sorprende cómo
después de descubrir su jugada, algunos ya lo advertimos tiempo atrás, sigue
atesorando un suelo electoral relevante por inmerecido. “Vendeobreros” es epíteto
irrefutable, pero suave.
Pulsiones democráticas y salvaguardar
la libertad de expresión, pruritos que galantea con obsesión, las pierde (a
buen juicio, nunca formaron parte de su patrimonio personal ni político) al
momento en que alguien le contraríe. Suele ver la paja en ojo ajeno, pero no la
viga en el propio. Muestra tics perturbadores aun sin poseer ese poder que
hambrea y exuda desahogado por cualquier poro. Mendigando influencia, ilusorio el
codiciado caudillaje tiránico, manifiesta intensos deseos de encarcelar a
periodistas incompatibles que airean sus contradicciones e inconsistencias. Asimismo,
de forma sibilina también manifiesta el mismo empeño con Casado. Estos profundos
anhelos me recuerdan el terror “antiséptico” utilizado sin remisión,
cruelmente, por Stalin. Sus propios compañeros de ejecutivo han saboreado sonoras
salidas de tono: “En las excusas técnicas creo que hay mucho machista frustrado”,
dijo a propósito del retraso sobre la ley del “solo sí es sí”. Se enseñorea hambriento
y cínico, dos características despreciables en cualquier político.
Sánchez debe preguntarse
con infinitos signos de interrogación cómo ha llegado a La Moncloa. Ambición le
sobra, pero es el paradigma de aquellos voraces antañones (hoy redivivos) a
quienes, dada su indigencia, tenían que asentarles los pies en la tierra para reducir
su exacerbado onirismo. Pese al acontecer deportivo que notifica, observamos
cierta hipotonía (tal vez forzada) que afecta a su musculatura política, aunque
no le hace mermar la actividad succionadora. Realiza un sinfín de contorsiones
para complacer a independentistas y constitucionalistas sin encender ningún
fuego purificador. Exterioriza ser un jugador ventajista ya que aprovecha los
tiempos dulces, benéficos, para llenar espacios informativos y telediarios. Sin
embargo, cuando vienen mal dados esconde la cabeza bajo tierra -cual avestruz
temeroso- imitando una huida vergonzante. Prefiere protagonizar lucimientos, sin
compartirlos con nadie, a la vez que capea fracasos exponiendo peones al reproche
ciudadano entre evidentes rasgos de aprensión e irresponsabilidad.
Ciertos medios caben, del
mismo modo, en el epígrafe y procuran reparar su hambre activando programas
burdos, triviales, o adoctrinando machaconamente al personal. Todo esfuerzo es
poco para rentabilizar la cadena. Defienden a ultranza una libertad de
expresión sui géneris, particular, y utilizan hasta el desprecio un maniqueísmo
selectivo. No hace mucho, la portavoz popular -Cayetana Álvarez de Toledo-
levantó enorme polvareda, incluso en sus propias huestes, con la frase: “La Sexta
está haciendo negocio con la erosión de los valores constitucionales”. Dos puntos
se han esclarecido una vez disipados exégesis y desahogos. El primero cuestiona
qué grado de implicación mantiene Ferreras con la libertad de expresión ajena; pues
se permite masacrar al PP, pero no admite su respuesta. El segundo descubre la
inopia de Núñez Feijóo y Moreno Bonilla al ignorar que Álvarez de Toledo,
aparte razones o sinrazones, pretende cortar el cordón umbilical que une al PP
con infinitos complejos y apocamientos. La defensa de Casado debe aportar cambios
reales en actuaciones futuras, aunque vacilo si fue por propia firmeza o incitado
por Vox.
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