Farsa, según el enunciado
uno del DRAE significa: “Obra de teatro cómica, generalmente breve y de
carácter satírico”. Su enunciado dos, expresa: “Acción realizada para fingir o
aparentar. Ambos coexisten en este capítulo de la historia española, más o
menos remota o fielmente descrita, con los episodios que nos están tocando
vivir. El epígrafe procede de un paralelismo entre la obra dramática (farsa) “Del
Rey abajo, ninguno” cuyo autor, Rojas Zorrilla, hace un canto al honor allá por
el siglo XVII y la decadencia implícita del momento actual atribuible a un
sistema que ha corrompido cimientos y estructura.
“Del Rey abajo, todos”
constituye la evidencia de vicios duraderos que acechan nuestro régimen, patrimonio
antitético que cobra protagonismo con excesiva complacencia, tal vez descomposición.
Siglos atrás, con la concepción teocrática del poder, el rey era considerado personaje
juicioso y además se le revestía capciosamente de interminables aditamentos
morales. Hoy, donde no el humanismo sino lo humano ha traspasado todas las
líneas posibles, nos atribuimos una licencia fanática, inquisidora, con el
objetivo de desenfocar nuestras propias miserias. La crítica al personaje -aun
siendo cierta- no blanquea o limpia atropellos de los demás, sean sociales, corporativos
o crematísticos.
Llevamos un tiempo en que
políticos republicanos cuestionan no ya la conveniencia del actual Jefe de
Estado, poco contestada, sino el linaje ejemplar del rey emérito y, como consecuencia,
el basamento legítimo de la Corona, puesta arteramente a debate por su extracción
franquista. Digo políticos y debiera añadir medios de comunicación concretos
cuya filiación y ayuntamiento casi nadie desconoce. Porque la mayoría de
Parlamento y pueblo, sean o no monárquicos, admite que debemos a dicha Institución
casi cinco decenios de paz, algo insólito por estos pagos donde abundan turbados
adictos a la estaca. Durante dos siglos, XIX y XX, los españoles disfrutaron
pocos momentos de tranquilidad. Ahora llevamos, los de mi edad al menos,
ochenta años sin contratiempos espinosos.
Pragmático partidario de
la Monarquía Parlamentaria, que no monárquico convencido ni activo, puedo
reconocer el carácter presuntamente incitador y licencioso del anterior rey.
Hasta, si quieren, su afición irregular a atesorar cierta fortuna por
procedimientos ayunos de decencia, para ser suave y misericordioso. Incluso,
pudiera añadir otros extremos que la gente, poco leída, desubica y coloca en el
campo de la (des)honestidad. Ninguno de estos fustigadores acerbos, mordientes,
le conceden alguna mínima opción empática que contrarreste la penosa secuencia
de sus deslices. Quizás fuera promotor fundamental, verbigracia, del paso pulcro,
sereno, intachable, de la dictadura (menos sanguinaria e infame de lo que algunos
vociferan) a la democracia (más sombría, corrupta y perversa de lo que proclaman
sus panegiristas).
Quienes utilizan el
látigo publicitario, pretendidamente justiciero, inmisericorde, tienen sobrados
motivos para mantener un silencio contenido no vaya a ser que venteen propias tachas
cotidianas mientras siguen acumulando vicios sociales y económicos desaforados.
¿Les suena nepotismo y corrupción ilimitada? Pues eso. Aquí la única inmaculada,
impoluta, sin rastro que pueda envilecerla (en este caso restringir su carga miserable),
es la indecencia. Ignoro qué atajuelos hemos consentido -acaso invocado con delirante
frenesí- para llegar a esta situación, además de deplorable, absolutamente
ruinosa y sin escapatoria cercana. Porque en esta España rústica, zoquete, uno
señala y el rebaño se huracaniza sin calibre alguno.
No niego el presunto
patrimonio del rey emérito -presupuesto conocido e incluso aireado por la
prensa extranjera, sin desmentir- de mil ochocientos millones de euros. Quienes
pretenden aniquilar la institución monárquica, utilizan esta presunta sisa o
comisión con el propósito de deslegitimar al rey Felipe VI. Para ello utilizan argumentos
sofistas, guion que rechazan cuando su razonamiento perjudica a tan “respetados”
lógicos. Las herencias reales, en su doble filiación institucional y
patrimonial, pueden aceptarse o rechazarse, en su conjunto o por partes, sin
que ello cause necesariamente, y a priori, enaltecimiento o menoscabo. Por otro
lado, estudios de genética conductual concluyen reconociendo la gran cantidad
de factores que intervienen en la personalidad del individuo sin inferir de
ningún modo predominio de ninguno específico. La Corona, como institución,
queda (por consiguiente) al margen de escándalos previos aplicables a personas.
Realicemos un ejercicio
de cotejo. Si partimos de mil ochocientos millones de euros, presunto monto del
escamoteo real durante veinticinco años, ¿cuántos miles han desaparecido, supuestamente,
en ese mismo periodo a manos de los diferentes políticos nacionales y autonómicos?
¿Cuántos quedan por desaparecer? ¿Qué beneficio real, notable, han conformado
sus respectivas gobernanzas? ¿Alguien piensa que los setenta y dos mil millones
de euros a “fondo perdido” donados por la Comisión Europea, no van a “encontrar”
un fondo menos perdido? Para qué seguir. Desde luego “no es oro todo lo que
reluce, ni harina todo lo que blanquea”. No procede, en este caso, la
estrategia del “tú más”. Pretendo poner al descubierto esa incesante propaganda
política (corrupción intrínseca) beligerante, reiterativa, hasta conseguir sus
objetivos ocultos.
“Es muy difícil separar
los casos de corrupción de la familia Borbón de la Monarquía”, se dejó decir
Irene Montero. ¿Pero quién se ha creído que es? Una chica universitaria (como
miles de españolas que están en paro) con fortuna, por llamarlo de algún modo. Tuvo
la suerte -en mi pueblo conquense decimos la chorra- de escalar un puesto para
el que evidentemente no está preparada, igual que otros compañeros de gabinete.
Su discurso vacío, acaso esté lleno de odio y avidez de revancha. En cualquier
caso, es indigente en estilo y fondo; puede reconocerse en él a una analfabeta
funcional. Por si alguien quiere recorrer, pese a la solana, los cerros de
Úbeda, adelanto que definición e insulto tienen entornos y acicates distintos.
Viene al pelo Coulomb, con
su Ley sobre atracción y repulsión electrostática, ante el apunte de Iglesias
que quiere a medio plazo una “república plurinacional”. Pareciera que los
líderes podemitas, de parecida consistencia intelectiva, se sienten atraídos (tal
vez junto a su soldadesca) por la república; mientras, repelen -con la misma
intensidad- todo lo que huela a monarquía. Pablo, presuntamente, padece cierta
enajenación como forma patológica de adaptación a la realidad; distinta, en cualquier
caso, a aquella concepción marxista o hegeliana. Desconozco qué apelativo
merecería si, con mayor probabilidad, dijera de forma resuelta querer que, a
medio plazo, le tocara un euro millón”. ¿Idiota?
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