Nos desalienta una coyuntura turbadora, temores justificados
por la enorme estupidez con que los partidos asumen un protagonismo jactancioso,
fraudulento. Ahora, a estas alturas, resultan importantes, básicos, ciertos
mohines que antaño carecían de entidad (quizás se encontraran fuera del debate)
llenos de prejuicios vitales en el pedigrí, particularmente sustantivo, de siglas
heterodoxas. Jamás entenderé que partidos como Bildu o Podemos causen menos
rechazo que Vox; todo ello fruto de auténtica corrupción lingüística, ideológica,
intelectual y social. La moda, los nuevos fetiches, causan verdadera adicción
entre jóvenes y adultos sometidos al relativismo y a la frivolidad tediosos, nocivos.
¡Cuánta culpa acumulan esos medios desleales, falaces, sacrílegos, que se
siguen ciscando en su ministerio deontológico!
He oído decir a un personaje de esta auténtica caterva de
aventureros incompetentes e indocumentados, que la ultraderecha (Vox)
constituye el mayor peligro para la democracia. El ineficaz calumniador abriga
esperanzas evidentes en quebrar pactos de la diestra para que Ayuntamiento y
Comunidad de Madrid caigan en manos de Carmena y PSOE. Otro, adscrito a similar
calaña, aseguraba taxativamente que Madrid era el centro de la corrupción del
PP exclusivizándola, casi, en dicha sigla cuando es clamor en todas las demás.
Cualquier persona conocedora de estas y otras revelaciones podría defender su
veracidad con mayor o menor anuencia. Sin embargo, a poco sensata que fuera,
debiera sospechar del proceso reincidente, terco, unidireccional, sobre
determinados partidos. Supone una consecuencia tóxica de la tesis sobre
hegemonía cultural y ética que Gramsci apuntaba, como sugerencia pragmática, a
la izquierda.
Dos periodos liberales (republicanos, cortos, horrendos) tuvieron
claros responsables: políticos desleales, codiciosos y de cortas miras. Ahora, pese
a disponer de la experiencia democrática más larga, tenemos los mismos mimbres sumados
al contagio lingüístico que manipula y degrada la percepción social. Verdad que
el PP -algunos de sus miembros, demasiados- puede considerarse partido
corrupto, pero también PSOE y todo aquel que administre fondos públicos. No hay
en España partidos de extrema derecha, bajo estricto diagnóstico; sí existen de
extrema izquierda porque el marxismo-leninismo utiliza vías radicales, concluyentes,
para conseguir sus objetivos. Incluso recomienda la violencia, el atentado,
como norma revolucionaria. Loar una superioridad moral de la izquierda por los
propios adeptos tiene parecido valor y certidumbre a que lo hiciese la derecha.
Visto el escenario que nos envuelve, nadie tiene argumentos sólidos, cabales, justos,
para dar lecciones a sus contrincantes. Los medios, en este aspecto, desempeñan
un papel insidioso, determinante.
Hitler y Stalin, enemigos declarados, firmaron el pacto
Ribbentrop-Mólotov. Churchill declaró: “Para ganar la guerra me aliaría incluso
con el mismo diablo” y lo hizo con Stalin a quien después quiso derrocar por ser
un peligro para Europa. Ciudadanos -con menos envergadura que los nombrados y,
desde luego carentes de la calidad que atesoraba Churchill- teme “mancharse” al
sentarse con Vox en una mesa de negociación. Ignoro si es consecuencia de
afanes distintivos (innecesarios porque tal vez haya bastantes puntos
coincidentes, aunque sean muy estimables las diferencias ideológicas) o tienen
otro origen menos autónomo. En cualquier caso, esa piel demasiado sensible,
selectiva, puede dar al traste con objetivos largamente pregonados, tal vez
añagaza especulativa, fecunda, y la culpa sería única y exclusivamente del
partido naranja.
Hagamos un ejercicio de política ficción. El Ayuntamiento y
la Comunidad de Madrid, al final, quedan en manos de la izquierda a
consecuencia del desencuentro entre Ciudadanos y Vox. Si así ocurriera, desde
mi punto de vista, toda la culpa sería de Rivera por hacerle ascos a un partido
perfectamente legal, constitucionalista y alejado del averno. Estoy seguro de
que sus votantes le pasarían factura en los próximos comicios. Quizás le interesara
a Ciudadanos hacer una profunda reflexión sobre lo expuesto por Daniel Eskibel:
“De la capacidad de hacer acuerdos y alianzas depende el destino político de
candidatos y partidos”. Considero una barbaridad antidemocrática prejuzgar, que
se aísle sin fundamento, a cualquier sigla que propicie el bien de los
españoles. Menos, cuando sus votos son absolutamente imprescindibles para
conseguir el objetivo que otros dicen desear: desplazar a la izquierda en
instituciones medulares. Vete a saber.
Ábalos, ese elefante al que embriaga hocicar cacharrerías,
afirmó que los socialistas no pactarían con los abertzales. A buenas horas
mangas verdes. En un dislate muy de su cosecha, aseveró también: “Vox no es ni
más ni menos constitucional que Bildu”. Sin tanto engaño ni maldad, se
ajustaría mejor a la realidad: “PSOE no es ni más ni menos constitucional que
Podemos”. ¿Verdad que tal conjetura pone irritable a cualquier socialista juicioso?
¿Qué sacralidad medieval u hodierna concede al prócer valenciano el derecho de
zaherir sin ton ni son a los votantes de Vox? Siguen obrando tal que si
fuéramos memos; o peor, idiotas.
Podemos derrocha tenacidad e ilusión mezclada con algo de
abatimiento por la actitud desdeñosa de Sánchez. Hace tiempo que advierto un embeleco
más para añadir a la cuantiosa colección de Pedro el engatusador. Espero que, a
poco, quien no disfrute del pesebre vea cuantas argucias conforman su
currículum y terminen por mandarlo al lugar de donde nunca debió salir. Cierto
que, concluido este extremo, quedará un itinerario abarrotado de cadáveres
mutilados en el yermo marco funerario. Iglesias ocupará, entre ellos, un lugar
preferente como corresponde a su alcurnia. Llega el final de una muerte lenta,
incansablemente peleada. Villa Tinaja constituye cual semilla pecaminosa, letal,
un panteón necesario, solemne, tortuoso.
Calvo, ministra visceral para quien el dinero público no es
de nadie, hizo ayer un panegírico excesivo, sin bordes, del PSOE y sus ciento
cuarenta años de existencia. Llegó a evacuar la boutade de que es el único
partido que lleva en su acrónimo España. Vino a decir que fuera de él ninguno
es capaz de dar respuesta social a las demandas ciudadanas con su actitud ética
y progre. Olvidó mencionar el pacto con Primo de Rivera, por cierto, general
poco democrático o aquella huelga revolucionaria (golpe de Estado) contra la
República en octubre de mil novecientos treinta y cuatro con miles de muertos.
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