A lo largo de los setenta
del pasado siglo, partidos comunistas de Europa occidental, entre ellos el
francés, italiano y austriaco, propiciaron un eurocomunismo al que se incorporó
Santiago Carrillo. El insólito comunismo reconocía los sistemas democráticos
como eje básico de su doctrina, negando además todo carácter revolucionario.
Grecia y Portugal siguieron sin cortar ese aditamento umbilical que los
mantenía unidos a la URSS, en vías ya de cierto revisionismo ideológico.
Carrillo, secretario general del PCE, tuvo un papel destacado en la Transición
cooperando activamente no solo en la elaboración del texto constitucional sino
en los famosos Pactos de la Moncloa. Sobre ellos descansaron las bases
políticas y económicas que fortalecieron la democracia en España permitiendo, a
su vez, el periodo más largo de paz y de bienestar social.
Hacia mil novecientos
ochenta y seis, en torno al PCE como célula vertebradora, se constituyó
Izquierda Unida. De índole plural y organización federativa, ha desarrollado
importantes servicios al país, tanto a nivel metropolitano cuanto autonómico
con desiguales resultados. Lo mismo que otros, tuvo épocas gloriosas junto a
momentos menos laudatorios. Sin embargo, dentro de su agitada historia, orlado
por un currículo abarrotado de deserciones y sonoros rechazos, fue fiel a
aquellos principios que implicaban la defensa singular del trabajador, de la
justicia social y de la concordia. Superó diferentes cánticos de sirena que le
proponían maridajes inconvenientes, quizás adulterinos. Probablemente, este
detalle cuente a la hora de ser el único partido comunista sólido existente en
un país industrializado. No computan ni
Grecia ni Portugal.
Allega hermético, pese a
todo, un peligro amigo. Son los peores porque te pillan despreocupado, entusiasta,
sin defensas. Tal desarme ideológico impide discernir el bien del mal; en
definitiva, la catástrofe subyacente. Un partido opiáceo, quimérico, pero
triunfador en esta coyuntura, es el perfecto incentivo para atraer a su seno a
Izquierda Unida. Esta goza de un crédito, amasado en años, pero infecundo;
aquel -mancebo osado- debe mostrar virtudes que no le avalan, ni mucho menos,
sus frutos electorales. La propuesta esconde un claro afán de rapiña, de
absorción, asimismo de apuntalamiento ante ciertas dinámicas sociales que
preocupan a quien hace de la política su medio de vida. Izquierda Unida no debe
dejarse arrastrar por el pretexto, pues sus carnes electorales están
contusionadas por el abandono de pequeñas organizaciones, territoriales o no,
que buscan un sol más candente.
Alberto Garzón -que me
producía buenas impresiones, seguramente inmerecidas a lo que se ve- si llega a
la Secretaría General, pudiera consentir y completar el desalojo de su partido.
Según todos los indicios, la sigla (ilustre otrora) podría desparecer devorada
por Podemos, con o sin complementos. Aunque lo preguntara insistentemente,
jamás obtendría una respuesta razonable. ¿Cómo es entendible que decenios de
protagonismo ejemplar en la Transición se arrojen por la borda con tanta
inconsciencia? ¿Qué puede ofrecer Podemos más allá de cháchara hueca? ¿Qué
especulación inclina a Garzón, o a quien sea, para pactar una alianza de la
izquierda moderna, libre de prejuicios y lugares comunes, con un clan vetusto
que pretende hacerla añicos? Ni derecha ni izquierda, proclaman; defienden un
credo vertical dirigido, al modo de ese anuncio lavavajillas, a los de arriba y
a los de abajo. Desentierran, en sus propuestas, los viejos sindicatos
franquistas. No me extraña nada. ¿Por qué no puede conjugarse alrededor del
PSOE o la misma Izquierda Unida? Es evidente, importan solo intereses espurios
y ambiciones personales. Desde mi punto de vista, avideces dramáticas para los
españoles si se consumaran.
Sea cualquiera el
avanzado estado de las conversaciones para conformar el bloque Podemos/IU,
Garzón no solo traiciona un digno devenir de su partido, sino la democracia y
las libertades individuales de los españoles, que tanto dicen defender por otro
lado. Ayer, una vez más, Pablo Iglesias mostró sin rodeos la esencia fascista
que suele exhibir muy a pesar suyo. Lo mismo que una lagartija, verbigracia, no puede
revestirse de oso panda, tampoco a Iglesias le ajusta la máscara democrática.
Yerra quien advierte únicamente singulares episodios de carácter. Este tiene un
componente genético y otro adquirido. Por tanto, el carácter es un atributo; no
constituye capítulo de la esencia humana. El espíritu fascista es connatural,
sustancia del ser. El señor Iglesias rezuma fascismo, le fluye por los poros.
Los que amamos la libertad hemos de desenmascarar a quien pretenda
limitárnosla. Sin rodeos ni descanso.
Pese a su naturaleza
totalitaria, a los intentos de embozar la libertad de expresión y de
información, aun es más delicado el atrevimiento de atribuir mayor solidez a un
acto universitario que a las ruedas de prensa. A su pesar, ningún comunicador
convirtió el salón de conferencias en una casa de lenocinio, vulgarmente casa
de putas, como hizo él años ha cuando Rosa Díez pretendió dirigir su palabra en
aquel recinto, hoy elevado a los altares por un miembro de la endogámica
institución, no sé si educativa.
Conjeturo escasa
probabilidad, salvo alarmantes signos psicóticos en mis compatriotas, de que
Podemos -absorbida y silenciada Izquierda Unida- supere al PSOE. No obstante,
Garzón dejará de ser el fetiche de la izquierda para convertirse, junto a un
Iglesias desaforado, en cómplice maligno de la ultraizquierda. No lo olviden
amigos, los extremos se tocan.
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