Antes de nada, preciso un
apunte al margen, más por gentileza y hábito generoso que por requisito
estético. Mis críticas, ácidas o menos, siempre van dirigidas al hombre público,
nunca al soporte individual. Asentado tal principio, riguroso desde el primer
artículo cuya fecha de inicio he olvidado por completo, paso a analizar el PP
de Feijóo, renovado o reconstruido a gusto del consumidor. El porcentaje de
votos favorables le acerca peligrosamente a aquellos congresos autócratas que
se denominaban —con evidente, a la vez que penetrante, reproche
antidemocrático— “a la búlgara”. Desde ya, y antes, confieso honradamente que
el recién nombrado presidente del PP no me fascina en absoluto. Fuera de fobias
o filias, tengo argumentos razonados (que iré exponiendo a renglón seguido) tan
sólidos, o no, como los que defiendan tesis diferentes u opuestas.
Permítaseme un pequeño
inciso. Creo que Casado pudo ser buen presidente (ignoro si tanto como
estratega), pero tuvo un pésimo secretario general. Por el contrario, advierto
a Feijóo un mal presidente con una aceptable secretaria general. Si en el
primer caso García Egea desempeñó un papel decisivo en la defenestración de
Casado, absuelvo a la señora Gamarra del probable revolcón electoral de Feijóo.
Aquel, motu proprio o inducido, erró al elegir a sus enemigos: (Abascal y
Ayuso); este, me temo, se equivocará al determinarse por el amigo: (Sánchez).
En política, presentir los acompañantes óptimos para recorrer el camino y
salvar las dificultades que entraña lograr la satisfacción ciudadana,
constituye casi un ejercicio de prestidigitación. Sánchez debe tener con su
gobierno y apoyos un sabor agridulce, tal vez amargo, que seguramente le desazona.
Gran parte de las adhesiones
y apriorismos que aclamaron la candidatura exclusiva de Feijóo, para presidir
el PP, tienen un cimiento poco sólido. Sus cuatro legislaturas consecutivas no
avalan con rigor capacidad de gestión ni ninguna otra virtud política. Sin ir
más lejos, Chaves ha presidido la Junta de Andalucía diecinueve años (excluyo
los cuatro de Griñán y los seis de Susana Díaz); Bono presidió Castilla la
Mancha veintiuno; Extremadura fue presidida por Rodríguez Ibarra durante
veinticuatro. Aparte el retraso actual de tales Comunidades Autónomas, dudo que
alguien entregue el aprobado a ninguno de ellos. Rechazo, pues, que permanecer
algunas legislaturas presidiendo Galicia implique necesariamente ningún plus extra.
Gloria Lago, fundadora de Galicia Bilingüe, podría explicar con pelos y señales
vida, palabra y obra de Feijóo.
Cierto que el candidato,
hoy presidente, fue proclamado con el noventa y ocho, punto, treinta y cinco por
ciento de los tres mil compromisarios y casi cuarenta mil afiliados del amplio
total que presuntamente tiene el PP. Sin embargo, entre los múltiples titulares
que dejó el fin de semana destaca “necesitamos mayorías indiscutibles para no
depender de Vox”. Incluso prometió recuperar la mayoría absoluta. Desde “ganar
el cielo por asalto” no había advertido ninguna otra alucinación, fuera de las
continuas que atenazan a Sánchez. Supongo, y a las pruebas me remito, que los
políticos hacen común lo improcedente incluyendo a aquellos con reputación de
sobrios y ecuánimes. Aunque sea pertinente advertencias amenazantes tipo “vengo
a ganar para luego gobernar”, se crean esperanzas infundadas que luego
propician frustraciones profundas.
A mí, personalmente, me parece que cualquier
nacionalista autonómico queda inhabilitado para presidir un partido nacional.
Feijóo es un nacionalista gallego con presuntos tics anticonstitucionales,
desde mi punto de vista. Me explico. El artículo tres, uno, de la Constitución
dice: ”El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los
españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”.
Los Estatutos de Autonomía tratan el tema lingüístico de forma especial. Por
ejemplo, el Estatuto Gallego en su artículo cinco, dos, expresa: “Los idiomas
gallego y castellano son oficiales en Galicia y todos tienen el derecho de
conocerlos y usarlos”. Es decir, solo se habla de derechos. “Deber”
comporta obligación en tanto que “derecho” conlleva exención, franquicia,
privilegio. Distinto es que ningún partido presente recurso de
inconstitucionalidad o que el propio Tribunal trampee con la obligatoriedad de
dar en castellano el veinticinco por ciento del tiempo lectivo, y que algunos
pretenden incumplir.
Feijóo, o su gobierno, en
unas oposiciones públicas exigió una prueba en gallego de carácter eliminatorio.
Inconstitucional de cabo a rabo, según el artículo catorce. Presidiendo ya el
PP, sigue obstinado cuando afirma salvaguardar un “bilingüismo cordial”. Llevo
en la Comunidad Valenciana desde mil novecientos ochenta y dos “gozando” de ese
bilingüismo como docente, padre y abuelo. Aclaro que las posturas, con
diferentes ejecutivos, no son comparables al radicalismo sufrido en otras
Comunidades que todos identificamos. A raíz de lo expuesto, la unidad que
reclama un nacionalista alberga objetivos materiales, pecuniarios, no
convicciones programáticas.
Sumo a estos
considerandos otros dos contra la certera elección de Feijóo al frente del PP.
He observado que, en ciertos medios y debates, tertulianos vasallos del
sanchismo encomian a don Alberto (Núñez Feijóo) mientras descalifican a doña
Isabel (Díaz Ayuso). Desde luego, el repertorio de alabanzas alcanza el clímax
cuando se le compara con Vox, al que denigran “colocándole carteles” a la vieja
usanza del oeste. Que Ayuso y Vox sean los verdaderos rivales de la izquierda, que
motiven todos los apelativos parapeto, defensa, del auténtico populismo, es
para preocupar. El novato presidente del PP, en su discurso inicial enarboló
satisfecho la ventura fraguada por el Estado Autonómico. Sintetiza una
dispersión nefanda: ruina económica, descentralización y nepotismo; un caldo
complejo.
Vislumbro —pese al
aplauso generoso y probablemente infiel de gente que se aparea con la bicoca
gubernamental— un fracaso matizado del PP en las próximas elecciones generales,
que vienen de camino. Desde luego no lo hago como votante, dado mi
abstencionismo irredento, sino por pulsiones lógicas. Si la lógica, tan escasa
como el sentido común, se ejerciera a todos los niveles, Sánchez sacaría
alrededor de cincuenta diputados toda vez que PP, Vox y Ciudadanos (redivivo)
deberían repartirse doscientos cincuenta, dejando el resto para
independentistas, nacionalistas afines, comunistas, bildu y “unitarios” de la
España vaciada; máximo, “trinitarios”. Como estamos aquí, Sánchez, PP y Vox,
con orden variable, rondarán cien cada uno. El resto será para los citados en
segundo lugar con Ciudadanos ausente. Feijóo tendrá dos opciones: pactar con
Vox o con un PSOE serio, sin Sánchez ni su tropa. Si relanza el bipartidismo huérfano
de sustancia, es probable que las próximas elecciones (entre el dos mil veintiséis
o veintisiete) las gane Vox por mayoría absoluta. ¿De dónde sacó Rajoy once
millones de votos?
Por cierto, la única
forma de servir a España es “estorbando” (¿ayuda o estorba?, preguntaba
Sánchez, hoy miércoles, al PP en el Parlamento) al gobierno social-comunista.
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