Por puro azar, en
consonancia con la ley que rige el mundo y al hombre, he hallado una frase
dicha por un piquetero en la última huelga general de dos mil diez. Tras
“convencer” al dueño que debía cerrar su local, espetó a los compañeros de
piquete: “¿Alguien quiere café o tabaco antes de que cerremos el bar?” Tal
actitud muestra rotundo el grado de coherencia que animó a este esforzado
menestral, liberado paradigmático (puede)
o aledaño al staff. No estamos ante un caso aislado, insólito; la anécdota franquea
el ámbito particular, accidental, para convertirse en sustancia inseparable. Se
ha pasado del ardor entusiasta, de la bizarra resistencia gestada en el tajo,
al acomodo actual donde el compañero es ahora objeto burocrático distante, sin
conexión con el entorno fabril. Los sindicatos españoles han vendido caro su afecto.
Ese aroma burgués que despiden (nunca mejor dicho) amortigua la intensidad
auditiva, modelan un mensaje extraño -ininteligible- y pierden por ende capacidad
de convocatoria.
Desde mi modesto punto
de vista, la Reforma Laboral, a semejanza del parto de los montes, ha alumbrado
algo insignificante, poco provechoso. Nace ineficaz porque no resuelve la falta
de liquidez empresarial (verdadero
escollo). Liquida, menos mal, competencias inoportunas, restringe suavemente
-en un sí pero no- el poder sindical cuando se priorizan acuerdos de empresa
sobre convenios sectoriales y se reducen trabas administrativas en la tramitación
de los EREs. Salvo estos aspectos, la Reforma Laboral se parece como dos gotas
de agua a la de Zapatero y que propició
una huelga estratégica, de mentirijillas, benigna, a tres meses vista. Hoy los
líderes obreros (es un decir) bregan por sus privilegios, se desgañitan, lanzan
soflamas cuando no verdaderos escarnios, amenazan aún sabiéndose frágiles. El
personal, pese a que Rubalcaba perciba una campaña “repugnante del PP contra
los sindicatos”, deserta; ante su evidente titubeo resolutivo, los problemas
sindicales internos le traen al fresco. Se lo han ganado a pulso. Sólo computan
para los medios y porque hay que llenar huecos. Ahora mismo, soportan una
lamentable situación de excelente bonanza.
Recurrentes, algunos
políticos (que constituyen la anacrónica y única reserva europea del más puro
marxismo) la calificaron con destemplanza -arrastrados quizás por una inercia
inevitable- como “golpe de Estado contra los trabajadores”. Compitiendo en
extravagancia, Llamazares calificó la Reforma de “estado de excepción laboral”
e hizo un llamamiento a la rebelión callejera. Demuestran una mayor querencia
genética a la subversión que al parlamento, signo inequívoco de sólidas
convicciones democráticas. Mantienen con laudable disciplina la divergencia
entre dialéctica teórica y praxis revolucionaria. Sujetos al marco capitalista
y anclados con efusión en lugar y tiempo impropios, se les ofrece dos salidas:
adaptarse a los nuevos retos (dificultoso) o preservar su praderas agitando
señuelos mohosos, quiméricos, con escaso (por no decir nulo) recorrido. Les
motiva, les pone, esta postrera. La juventud asigna a estos partidos obsoletos
fecha de caducidad; conformarán, al igual que sus antípodas, reliquias
adecuadas para cuatro nostálgicos.
¿Y el gobierno? Extraordinaria
pregunta si tuviera una respuesta argumentada y sin sombras. Todavía en la
oposición Rajoy, a propósito de perversa inquisición, dijo: “¿Medidas para
crear empleo? Bueno, me ha pasado una cosa verdaderamente notable, que la he
escrito aquí y no entiendo mi letra”. Esta salida, que el común señalaría de
pata de banco, pudiera ser un recurso de chanza a la gallega pero también un
reclamo sincero, un reconocimiento sigiloso a su extravío, a su qué sé yo. En
el terreno económico, el ejecutivo va cumpliendo su programa electoral sin
demasiada convicción, al ralentí, a la espera de algún milagro que le permita
conjugar augurios en la oposición y aquiescencias en el poder. La actualidad
nos ofrece un panorama peliagudo, siniestro, con unos datos que escapan a
cualquier control elemental. Asimismo Europa exige disminuir déficit y paro,
originando finalmente un desasosiego semejante al del matemático que se hubiera
propuesto la cuadratura del círculo. Algunos aun se atreven a echar leña al
fuego. Acongojante. Y dicen, como antes otros, trabajar por el bienestar de los
españoles. Si digo ¡qué mentecatos!, elijan ustedes la referencia.
Dentro del contexto
económico el presidente posee un margen razonable de pretexto; con todo, no
ocurre lo mismo en las demás materias que fueron caballo de batalla meses
atrás, ajeno al sillón azul. Leyes opuestas a principios morales y familiares
(impresos en la idiosincrasia española), nacionalismos, problemas lingüísticos,
Ley de Partidos (ilegalización, si procede, de Bildu, Amaiur…), etc. padecen sospechosos
cambios conceptuales, por tanto de enfoque y tratamiento, eclipsando incluso
servidumbres electorales. No es de fiar quien mantiene doble discurso porque
siempre traiciona. El PP se equivoca. Se les concedió una mayoría absoluta (libre
de ataduras) para algo diferente, opuesto. Una mala copia y peores evasivas no
convencen. El dogmatismo es leve enfermedad entre la derecha liberal, epidemia
en la izquierda progre. ¡Cuidado!
¿Complejo, prudencia o
cobardía, como dijo Rosa Díez? Abandono la idea de considerar al PP un
estratega tan fino que le impulse a asediar, con su actuación, el espacio de la
socialdemocracia europea y favorecer el ocaso definitivo del PSOE;
perfectamente canjeable, por otro lado, en su actual pelaje. Una variedad doctrinal
y malévola al famoso “Cordón Sanitario”. Demasiado conejo para tan exigua
chistera.
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