domingo, 19 de febrero de 2012

SINDICATOS, ADLÁTERES Y GOBIERNO


Por puro azar, en consonancia con la ley que rige el mundo y al hombre, he hallado una frase dicha por un piquetero en la última huelga general de dos mil diez. Tras “convencer” al dueño que debía cerrar su local, espetó a los compañeros de piquete: “¿Alguien quiere café o tabaco antes de que cerremos el bar?” Tal actitud muestra rotundo el grado de coherencia que animó a este esforzado menestral,  liberado paradigmático (puede) o aledaño al staff. No estamos ante un caso aislado, insólito; la anécdota franquea el ámbito particular, accidental, para convertirse en sustancia inseparable. Se ha pasado del ardor entusiasta, de la bizarra resistencia gestada en el tajo, al acomodo actual donde el compañero es ahora objeto burocrático distante, sin conexión con el entorno fabril. Los sindicatos españoles han vendido caro su afecto. Ese aroma burgués que despiden (nunca mejor dicho) amortigua la intensidad auditiva, modelan un mensaje extraño -ininteligible- y pierden por ende capacidad de convocatoria.

Desde mi modesto punto de vista, la Reforma Laboral, a semejanza del parto de los montes, ha alumbrado algo insignificante, poco provechoso. Nace ineficaz porque no resuelve la falta de liquidez empresarial  (verdadero escollo). Liquida, menos mal, competencias inoportunas, restringe suavemente -en un sí pero no- el poder sindical cuando se priorizan acuerdos de empresa sobre convenios sectoriales y se reducen trabas administrativas en la tramitación de los EREs. Salvo estos aspectos, la Reforma Laboral se parece como dos gotas de agua a la de Zapatero  y que propició una huelga estratégica, de mentirijillas, benigna, a tres meses vista. Hoy los líderes obreros (es un decir) bregan por sus privilegios, se desgañitan, lanzan soflamas cuando no verdaderos escarnios, amenazan aún sabiéndose frágiles. El personal, pese a que Rubalcaba perciba una campaña “repugnante del PP contra los sindicatos”, deserta; ante su evidente titubeo resolutivo, los problemas sindicales internos le traen al fresco. Se lo han ganado a pulso. Sólo computan para los medios y porque hay que llenar huecos. Ahora mismo, soportan una lamentable situación de excelente bonanza.

Recurrentes, algunos políticos (que constituyen la anacrónica y única reserva europea del más puro marxismo) la calificaron con destemplanza -arrastrados quizás por una inercia inevitable- como “golpe de Estado contra los trabajadores”. Compitiendo en extravagancia, Llamazares calificó la Reforma de “estado de excepción laboral” e hizo un llamamiento a la rebelión callejera. Demuestran una mayor querencia genética a la subversión que al parlamento, signo inequívoco de sólidas convicciones democráticas. Mantienen con laudable disciplina la divergencia entre dialéctica teórica y praxis revolucionaria. Sujetos al marco capitalista y anclados con efusión en lugar y tiempo impropios, se les ofrece dos salidas: adaptarse a los nuevos retos (dificultoso) o preservar su praderas agitando señuelos mohosos, quiméricos, con escaso (por no decir nulo) recorrido. Les motiva, les pone, esta postrera. La juventud asigna a estos partidos obsoletos fecha de caducidad; conformarán, al igual que sus antípodas, reliquias adecuadas para cuatro nostálgicos.

¿Y el gobierno? Extraordinaria pregunta si tuviera una respuesta argumentada y sin sombras. Todavía en la oposición Rajoy, a propósito de perversa inquisición, dijo: “¿Medidas para crear empleo? Bueno, me ha pasado una cosa verdaderamente notable, que la he escrito aquí y no entiendo mi letra”. Esta salida, que el común señalaría de pata de banco, pudiera ser un recurso de chanza a la gallega pero también un reclamo sincero, un reconocimiento sigiloso a su extravío, a su qué sé yo. En el terreno económico, el ejecutivo va cumpliendo su programa electoral sin demasiada convicción, al ralentí, a la espera de algún milagro que le permita conjugar augurios en la oposición y aquiescencias en el poder. La actualidad nos ofrece un panorama peliagudo, siniestro, con unos datos que escapan a cualquier control elemental. Asimismo Europa exige disminuir déficit y paro, originando finalmente un desasosiego semejante al del matemático que se hubiera propuesto la cuadratura del círculo. Algunos aun se atreven a echar leña al fuego. Acongojante. Y dicen, como antes otros, trabajar por el bienestar de los españoles. Si digo ¡qué mentecatos!, elijan ustedes la referencia.

Dentro del contexto económico el presidente posee un margen razonable de pretexto; con todo, no ocurre lo mismo en las demás materias que fueron caballo de batalla meses atrás, ajeno al sillón azul. Leyes opuestas a principios morales y familiares (impresos en la idiosincrasia española), nacionalismos, problemas lingüísticos, Ley de Partidos (ilegalización, si procede, de Bildu, Amaiur…), etc. padecen sospechosos cambios conceptuales, por tanto de enfoque y tratamiento, eclipsando incluso servidumbres electorales. No es de fiar quien mantiene doble discurso porque siempre traiciona. El PP se equivoca. Se les concedió una mayoría absoluta (libre de ataduras) para algo diferente, opuesto. Una mala copia y peores evasivas no convencen. El dogmatismo es leve enfermedad entre la derecha liberal, epidemia en la izquierda progre. ¡Cuidado!

¿Complejo, prudencia o cobardía, como dijo Rosa Díez? Abandono la idea de considerar al PP un estratega tan fino que le impulse a asediar, con su actuación, el espacio de la socialdemocracia europea y favorecer el ocaso definitivo del PSOE; perfectamente canjeable, por otro lado, en su actual pelaje. Una variedad doctrinal y malévola al famoso “Cordón Sanitario”. Demasiado conejo para tan exigua chistera.

 

 

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