Alguien lúcido señaló,
poco más o menos, “somos una nación de borregos sometidos al yugo de cuatro
lobos que conforman un clan endógeno”. Esta perfecta síntesis que retrata
nuestra sociedad viene a cuento por los incidentes ocurridos en Valencia, donde
la intervención policial fue claramente desproporcionada. Abundan empero
acotaciones de dudosa objetividad que focalizan y desvían el debate a la
necesidad de la misma y que nadie, yo al menos no, niega. Personalmente
contemplé estupefacto (entonces desconocía cualquier pormenor) cómo unos
policías, en medio de un despliegue imponente, sacaban esposados del Corte
Inglés a chico y chica quinceañeros como si fueran peligrosos delincuentes.
Los lamentables sucesos
se iniciaron en el IES Luis Vives, un instituto histórico ubicado en el centro
de la capital. Manipulación sobre los recortes y su influencia en la calidad
educativa, así como el efecto multiplicador debido a la carencia de
calefacción, dispararon la protesta callejera. Una gestión policial discutible
en sus albores y la posterior espiral de torpezas terminaron por ser tediosa
noticia diaria. Cuando un país tiene el veinticinco por ciento de paro (cercano
al cincuenta en el sector juvenil), un déficit del ocho porcentual, una deuda
soberana de setecientos mil millones de euros, una economía paralizada y una
clase media -único sostén del Estado- empobrecida, además de un horizonte
negro, jugar con fuego es un suicidio más que una irresponsabilidad. Las
imágenes de la carga policial encienden los ánimos y el PP puede verse envuelto
en llamas. Creo que la señora Sánchez de
León se ha ganado a pulso su cese por “pirómana”.
No existe ciudadano que
someta a juicio la extracción ideológica de quienes, justamente ahora,
emparejen correcciones presupuestarias con calidad educativa y fracaso escolar.
Mis lectores saben la labor docente que materialicé a lo largo de cuarenta
años. Tal circunstancia me permite exponer con conocimiento de causa, una vez
más, dos asertos. Para empezar, lo básico en la calidad no son los recursos
económicos (sin obviar su relieve); es el método y los valores que le asisten.
Jamás se consiguieron mejores logros escolares que desde los años setenta a
finales de los ochenta; es decir, con la Ley General de Villar Palasí, periodo
en que no hubo correspondencia con un abultado presupuesto que facilitara tales
prestaciones. Por otro lado, el caos educativo, el hundimiento de la enseñanza
pública y el mayor recorte lo generó la LOGSE. El constructivismo como criterio
de aprendizaje, la comprensividad como máxima rectora y la falta de
acompañamiento de una Ley de Financiación (recorte definitivo) han traído estos
lodos que padecemos. Curiosamente son sus panegiristas quienes exigen, cínicos,
una escuela pública de calidad. Estafadores.
Marx, Popper, Adorno,
Friedman, Keynes y otros pensadores preocupados por el devenir social en sus
aspectos antropológico y económico se concretan a una operación de laboratorio,
ineficaz en la masa social para protagonizar cambios trascendentales.
Revolución implica un cambio profundo en la organización social. Involución
sólo es el regreso a una fase anterior. Una burguesía económica protagonizó la
Revolución Francesa que aniquiló el Antiguo Régimen e inauguró las democracias
liberales en Europa Occidental. Alboreando el siglo XX, una élite económico-intelectual
derrocó el absolutismo zarista ruso, sustituido al principio por un sistema
totalitario que, tras diversas vicisitudes, terminó sojuzgando a Europa
Oriental hasta la última década del aludido siglo. Ambos conjuntos,
divergentes, opuestos, enfrentados ideológica y económicamente contuvieron
extraños afanes en sus respectivas áreas de influencia. Así por ejemplo,
Francia e Inglaterra apoyaron el alzamiento militar en la España Republicana
que adoptaba un preocupante sesgo comunista. Franco probablemente fuera un
paréntesis personalista que garantizaba la retaguardia francesa e inglesa.
El statu quo europeo auspicia
que los partidos españoles, burgueses en sus diferentes manifestaciones
liberales o ¿socialdemócratas? (valga la redundancia), teman por igual cualquier
sacudida auténticamente revolucionaria que pueda “engullir” sus privilegios espurios.
Permiten, a lo sumo, algún que otro desplante -con el objeto de calmar tensiones impulsivas- siempre inducido
y controlado por “santones” a sueldo. Conforman un jugoso caldo de cultivo para
la revuelta minoritaria pero atronadora. Siempre aparecen al rescoldo, difícil
encontrarlos en frío porque su tarea es encauzar el descontento hacia la
involución (cambio de gobierno menospreciando la voluntad popular). Formalizan
una plaga antidemocrática que perturba a países sin cultura política. La
Historia reciente enseña la peligrosidad de ciertas siglas, escasamente reformadas,
muy incómodas en la oposición.
Al pueblo, tonto útil
en una revuelta custodiada, anodina, le interesa la revolución, el cambio
rotundo. Cuando un sistema no nos entusiasma, debemos darle la espalda, no
participar de él. Ciñéndonos a nuestro caso, lo aconsejable es abstenernos o
votar en blanco. Constituye la única manera de dar un escarmiento corrector a esta panda de vividores. Debemos
utilizar armas legales, aquellas que, por ser mayoría, aporten clara ventaja
sobre quien ostenta la fuerza legal. El enfrentamiento directo con la policía
dejémoslo para feligreses y dogmáticos. Sospecho que nosotros, la gran mayoría,
nos negamos a ser carne de antidisturbios estúpidamente.
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