jueves, 23 de febrero de 2012

CARNE DE ANTIDISTURBIOS


Alguien lúcido señaló, poco más o menos, “somos una nación de borregos sometidos al yugo de cuatro lobos que conforman un clan endógeno”. Esta perfecta síntesis que retrata nuestra sociedad viene a cuento por los incidentes ocurridos en Valencia, donde la intervención policial fue claramente desproporcionada. Abundan empero acotaciones de dudosa objetividad que focalizan y desvían el debate a la necesidad de la misma y que nadie, yo al menos no, niega. Personalmente contemplé estupefacto (entonces desconocía cualquier pormenor) cómo unos policías, en medio de un despliegue imponente, sacaban esposados del Corte Inglés a chico y chica quinceañeros como si fueran peligrosos delincuentes.

Los lamentables sucesos se iniciaron en el IES Luis Vives, un instituto histórico ubicado en el centro de la capital. Manipulación sobre los recortes y su influencia en la calidad educativa, así como el efecto multiplicador debido a la carencia de calefacción, dispararon la protesta callejera. Una gestión policial discutible en sus albores y la posterior espiral de torpezas terminaron por ser tediosa noticia diaria. Cuando un país tiene el veinticinco por ciento de paro (cercano al cincuenta en el sector juvenil), un déficit del ocho porcentual, una deuda soberana de setecientos mil millones de euros, una economía paralizada y una clase media -único sostén del Estado- empobrecida, además de un horizonte negro, jugar con fuego es un suicidio más que una irresponsabilidad. Las imágenes de la carga policial encienden los ánimos y el PP puede verse envuelto en llamas.  Creo que la señora Sánchez de León se ha ganado a pulso su cese por “pirómana”.

No existe ciudadano que someta a juicio la extracción ideológica de quienes, justamente ahora, emparejen correcciones presupuestarias con calidad educativa y fracaso escolar. Mis lectores saben la labor docente que materialicé a lo largo de cuarenta años. Tal circunstancia me permite exponer con conocimiento de causa, una vez más, dos asertos. Para empezar, lo básico en la calidad no son los recursos económicos (sin obviar su relieve); es el método y los valores que le asisten. Jamás se consiguieron mejores logros escolares que desde los años setenta a finales de los ochenta; es decir, con la Ley General de Villar Palasí, periodo en que no hubo correspondencia con un abultado presupuesto que facilitara tales prestaciones. Por otro lado, el caos educativo, el hundimiento de la enseñanza pública y el mayor recorte lo generó la LOGSE. El constructivismo como criterio de aprendizaje, la comprensividad como máxima rectora y la falta de acompañamiento de una Ley de Financiación (recorte definitivo) han traído estos lodos que padecemos. Curiosamente son sus panegiristas quienes exigen, cínicos, una escuela pública de calidad. Estafadores.

Marx, Popper, Adorno, Friedman, Keynes y otros pensadores preocupados por el devenir social en sus aspectos antropológico y económico se concretan a una operación de laboratorio, ineficaz en la masa social para protagonizar cambios trascendentales. Revolución implica un cambio profundo en la organización social. Involución sólo es el regreso a una fase anterior. Una burguesía económica protagonizó la Revolución Francesa que aniquiló el Antiguo Régimen e inauguró las democracias liberales en Europa Occidental. Alboreando el  siglo XX, una élite económico-intelectual derrocó el absolutismo zarista ruso, sustituido al principio por un sistema totalitario que, tras diversas vicisitudes, terminó sojuzgando a Europa Oriental hasta la última década del aludido siglo. Ambos conjuntos, divergentes, opuestos, enfrentados ideológica y económicamente contuvieron extraños afanes en sus respectivas áreas de influencia. Así por ejemplo, Francia e Inglaterra apoyaron el alzamiento militar en la España Republicana que adoptaba un preocupante sesgo comunista. Franco probablemente fuera un paréntesis personalista que garantizaba la retaguardia francesa e inglesa.

El statu quo europeo auspicia que los partidos españoles, burgueses en sus diferentes manifestaciones liberales o ¿socialdemócratas? (valga la redundancia), teman por igual cualquier sacudida auténticamente revolucionaria que pueda “engullir” sus privilegios espurios. Permiten, a lo sumo, algún que otro desplante -con el objeto de  calmar tensiones impulsivas- siempre inducido y controlado por “santones” a sueldo. Conforman un jugoso caldo de cultivo para la revuelta minoritaria pero atronadora. Siempre aparecen al rescoldo, difícil encontrarlos en frío porque su tarea es encauzar el descontento hacia la involución (cambio de gobierno menospreciando la voluntad popular). Formalizan una plaga antidemocrática que perturba a países sin cultura política. La Historia reciente enseña la peligrosidad de ciertas siglas, escasamente reformadas, muy incómodas en la oposición.

Al pueblo, tonto útil en una revuelta custodiada, anodina, le interesa la revolución, el cambio rotundo. Cuando un sistema no nos entusiasma, debemos darle la espalda, no participar de él. Ciñéndonos a nuestro caso, lo aconsejable es abstenernos o votar en blanco. Constituye la única manera de dar un escarmiento  corrector a esta panda de vividores. Debemos utilizar armas legales, aquellas que, por ser mayoría, aporten clara ventaja sobre quien ostenta la fuerza legal. El enfrentamiento directo con la policía dejémoslo para feligreses y dogmáticos. Sospecho que nosotros, la gran mayoría, nos negamos a ser carne de antidisturbios estúpidamente.

 

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