domingo, 12 de febrero de 2012

UNA VERGÜENZA, DESVERGONZADOS


La existencia de una ley cíclica que dirige dinámicas y aconteceres parece encontrarse fuera de toda duda. El siglo XVI, triple actor de bancarrotas nacionales, se convirtió en el máximo exponente cultural de aquella España menesterosa. Todavía hoy nos referimos a él con énfasis como Siglo de Oro. Ahora, quinientos años después, abatidos por una crisis aguda, inmersos en la penuria, otra vez arruinados, aflora lozano un extraordinario estado cultural; eso sí, antitético al recordado. Dentro de esta mengua psíquica que nos ahoga, hay sectores cuya relevancia política e institucional la hace aun más alarmante y amarga. Acomodados en distintos departamentos, su labor (evito evaluarla rendido a un residuo piadoso) acentúa el achaque de la débil, insolvente y grotesca, democracia  que encubrimos. 

 

Nos encaminamos a una década extraordinariamente feraz en sandeces, falacias y arrebatos contra la Ley. No podemos (ni debemos) destacar parcela o profesión alguna; tampoco hacer exclusiones ajustadas a comportamientos prudentes, circunspectos. Desde atávicas falsedades y enredos -que inculpan sin excepción al amplio abanico de siglas- hasta insólitas sugerencias vertidas por columnistas cebados con fondos opacos, hemos consumido paciencia, apatía e indignidad. En los últimos meses, el proceso muestra un cromatismo que inquieta: pasó de castaño a oscuro; cunde el desastre, se han rebasado todas las barreras. Una competición de desafueros surge en quien tiene algo que decir e incluso en quien carece de tal capacidad.

 

Partiendo del insondable y meticuloso hábito de calificar caverna, ultraderecha, fascista o similar, a gente discrepante con las propias ideas, los autodenominados izquierda progresista realizan así un ejercicio de afirmación que colme su vacío doctrinal prendido a ruin soporte dogmático. Pretenden, incluso, el beneficio político que resulta de asociar a estos epítetos la perversidad sembrada previamente en la conciencia social y que (a juzgar) conviene exhibir a los afectados una táctica tibia, salvo raras excepciones. Deben especular, unos y otros paradójicamente, provechosas ventajas electorales.  

 

Producto de la estolidez recalcitrante, es fácil coleccionar expresiones burdas, chocantes, irrisorias, patéticas. Sin embargo, las más recientes bordean el delito -al cuestionar el prestigio institucional- cuando no trasgreden abiertamente la Ley. Gaspar Zarrías afirmaba días atrás: “Es un hecho objetivo que en ocasiones se da una sintonía pintoresca entre la juez Olaya y el PP en relación con los EREs”. La frase entraña una grave y gratuita calumnia; asimismo, dicha por aquel que presuntamente se encuentra en el epicentro del terremoto, rechina a cualquier oído decente. En mi pueblo dicen: “quien se pica, ajos come”. Los sucesivos juicios contra Baltasar Garzón (curiosamente otro nombre mago) por supuesta prevaricación, ya confirmada en un caso, trajeron una tediosa letanía de despropósitos. Próceres concretos (típicos), individuos extravagantes (faranduleros) y algún ex fiscal, superaron con creces aquellos extremos que recomiendan la razón, el proceder y la norma. El señor Mas se convierte en protagonista absoluto con exigencias imposibles, contrarias a la Ley y al sano juicio. Vierte, además, tenues amenazas a quien ose pisar unas hipotéticas líneas rojas que él mismo ha diseñado.

 
Un columnista polémico proclamaba el otro día la falta de seriedad en nuestro país. Resumiendo, mantenía que el PSOE era un partido sin parangón en Europa, que la socialdemocracia la encarnaba el PP de Rajoy y el liberalismo oponente residía en el PP de Esperanza Aguirre. A juzgar por hechos, actitudes y declaraciones recientes de los líderes socialistas más representativos, merece la pena considerar la tesis del mencionado columnista. Con estilos e ideas decimonónicos no podemos enfrentarnos a los retos del presente y a los que, en el futuro, nos depare el siglo XXI. UPyD, abandonando cierto lastre -algunos excesos- lograría desempeñar un papel esencial. Los adversarios lo saben, de ahí su crispación. Izquierda Unida, como suele decirse, es el verso suelto de la futura política española. Apremia cambiar la Ley Electoral para que cada uno tenga el mandato que le corresponda.

 

Deseo reseñar la responsabilidad que toca asumir a los medios de comunicación respecto a escenarios pretéritos, presentes y, me temo, venideros. Es más, diría que son  los gestores exclusivos del conducirse social en sus diversas manifestaciones, pues generan opinión y praxis. Si son incapaces de reconocer su propia vergüenza, nunca saldremos del laberinto. Antes o después la sociedad se lo reclamará, una vez  harapienta la clase política hoy por hoy tremenda desvergonzada.

 

 

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