El epígrafe rebosa
musicalidad, sugestiva estética, mientras auspicia, como paradoja, emociones
que prefieren la fantasía para desterrar, sin mostrar encono, una realidad con notables
probabilidades de ser siniestra. En efecto, chiribitil significa, desván,
rincón o escondrijo bajo y estrecho. Es sinónimo de trastero (esa pieza que se
vende acicalada con nombre propio en los garajes) cuyo destino es amontonar objetos
inútiles, inservibles. Solo algún romántico, especie desaparecida, se atrevió a
ver en algún rincón oscuro, abandonada y cubierta de polvo, un harpa. ¿Seremos
capaces, también nosotros, sin alicientes románticos, idealistas, remover el
rincón oscuro de nuestra historia reciente, inmediata, para vislumbrar un
mañana más grato, menos yermo —cachivache de trastero— para sustituirlo por
algo sugeridor e ilusionante? Difícil lo veo.
Que el mundo es un
discurrir permanente e incierto, queda constatado por la firma y rúbrica del
escepticismo más rebelde. Sin embargo, el acontecer individual —muro que los
existencialistas fueron incapaces de franquear— se sustenta con ingredientes espirituales,
aun materiales, vinculados a los tiempos. Mitos y ficciones son inmanentes, refugios
humanos para vencer inseguridades camufladas entre sombras. Dicho marco, obligó
a instaurar mitos sacros o épicos que protegieran vida y propiedades. Era su yo
íntimo, medroso, convulso, trasmutado en dioses, titanes invencibles y oráculos.
El individuo erigía mitos contra la desesperanza. Luego, se imponía la realidad
recreando desasosiegos y frustraciones. Los mitos, en el fondo, solo reprimen la
verdad.
Política y religión han
sido doctrinas paralelas en cualquier aspecto vital, incluyendo dogma y
violencia. Séneca decía: “La religión es algo verdadero para pobres, falso para
sabios y útil para dirigentes”. Si sustituimos religión por “política” tendríamos
una frase inteligente, ajustada, incuestionable. Hoy los mitos tienen un germen
externo, de arrabal, llevando al sujeto temores e inquietudes sin par. Antes eran
protectores de convicción, ahora —ni fu, ni fa— son entibiados (héroes legendarios,
futbolistas, toreros, artistas) o aciagos (políticos). Clásicos y entibiados
conforman una mitología inmortal, sobrehumana. Zeus y Artemisa, verbigracia, cohabitan
con Agustina de Aragón y Manolete, aunque tengan desigual relevancia.
Al decir de Séneca, la
España espiritualmente pobre hace mitos a los políticos menos solventes, asimismo
más demagogos, populistas. Perdona aventurerismo, hojarasca, felonía; quizás
falta de escrúpulos, de honradez. Al tiempo, consiente determinadas ruedas de
molino. Se saben mitos, conocen nuestras debilidades y excretan sobre la buena
fe o, peor aún, sobre la estupidez pertinaz. Colocar a los políticos en
hornacinas éticas es el mayor error que pueden cometer las sociedades actuales,
más si nos referimos a un país —España, sin citar ningún otro— que viene perfilando
rápida y holgadamente ortodoxias totalitarias. Es evidente que mi reseña se
ciñe a Europa Comunitaria. El resto, pese al espíritu globalizador, no sirve de
guía dada su escasa contribución empírica.
Claude Lévi-Strauss perfecciona
a Séneca cuando afirma decisivo: “Nada se parece al pensamiento mítico que la
ideología política”. Ignoro por qué muchos ciudadanos señalan, en ocasiones de
forma visceral, diferencias abismales entre distintas siglas, cuando —desde un
cierto nivel de jerarquía, por acción u omisión— solo difieren en la mayor o
menor habilidad para burlar la justicia. Pareciera hipérbole si mantengo que no
hay políticos más o menos honrados, tal vez sinvergüenzas absolutos, porque todos
están hechos con idéntico material. Al efecto Albert Camus expresaba: “La
política y la suerte de los hombres están hechas por hombres sin ideal y sin
grandeza. Los que tienen alguna grandeza dentro no hacen política”. Amén.
Desde luego, los
políticos patrios carecen de grandeza (además de otras cualidades exigibles)
como lo demuestra su quehacer cotidiano. Existen en ellos tres vicios que
debieran castigarse con rigor y ejemplaridad. Obviando el orden de trascendencia,
uno trae cola: su ambición inmoderada les apremia a estar por encima de España
y de los españoles. Patraña, oquedad e ignominia —entre otras taras silenciadas—
escoltan a los prebostes con ecos de oscurantismo cuasi autocrático. Completa
su encarnadura una gestión manirrota, abusiva, de los bienes públicos agravada
por nepotismo evidente y presunto latrocinio generalizado. La falta de sentido
común y desubicación los castiga con actuaciones búmeran. Obran y hablan como
si fuéramos lerdos de calle, para finalmente tener que asumir, sin reconocimiento
previo, lo mismo que aquel célebre personaje de la Televisión “y el tonto soy
yo”.
Aparte minucias que dejan
al descubierto lamentables indigencias en la casta política, hay ejemplos de mentecatez
táctica y estratégica. El mismo día en que se aprueban unos Presupuestos
insolidarios y ruinosos, Vox apuñala a PP; es decir, conforman trincheras enfrentadas.
Menos mal que Iglesias, Bildu y ERC, preparan el hundimiento estratégico de PNV
y JxCat; o sea, quieren arrojar a la derecha burguesa, soberanista, vasca y catalana
para conseguir un gobierno Frankenstein “progresista puro”. Absorber y soplar
al mismo tiempo es imposible. El trío muestra una inteligencia muy deficiente: necesita
mejorar. Preveo tiempos neuróticos, furtivos, inestables; tiempos de desasosiego,
de alarma; por qué no, de pavor.
Repartir papeles,
protagonismo, o enfatizar personajes no pule el artículo ni añade ningún aderezo
indispensable. Extraigo, pese a lo dicho, una colección de “chorradas” dichas
con el tono y autoridad con que cualquier Papa, imagino, hablaría ex cátedra.
Así, Iglesias pomposo, como si tuviera trescientos cincuenta diputados bajo su
tiranía, se atrevió a decir: “España será una república antes o después”.
Claro, nada es eterno ni irreversible. ¡Qué mente tan prodigiosa! Tiempo atrás ya
afirmé (y no es inevitable) que, aunque dicho personaje fuera condenado por
algún delito —hoy presunto— no dimitiría de vicepresidente, ni de líder podemita.
Su inventiva le llevaría a excusas surtidas, indigestas, incluyendo buscar
culpables pintorescos dentro y fuera del propio escenario.
Pero si hay algo extemporáneo, farisaico e insólito, es la admonición hecha por Sánchez a Iglesias: “En el gobierno hay que trabajar con humildad”. Le hubiera faltado añadir “toma nota de mí”. Pone su particular broche (no menciono el metal porque también pudiera ser falso) con la frase final, una vez aprobados los Presupuestos: “España avanza a un futuro de progreso”. Con Podemos, Bildu, ERC y siglas mínimas (elegidas por la ley electoral) de comparsas, con individuos mitómanos y contra media España, como mínimo, vamos abocados al chiribitil económico e histórico. Más allá de embelecos, hazmerreir internacional y fraudes, ese es el auténtico porvenir que nos espera..
No hay comentarios:
Publicar un comentario