viernes, 10 de abril de 2015

LUCUBRACIONES AL CALOR DE LAS ELECCIONES ANDALUZAS



Desde un punto de vista político, el año que se nos presenta viene cargado de innumerables sobresaltos. Por exceso o por defecto, huelga la lectura ecuánime tras el cotejo electoral andaluz. Todo son desaciertos conscientes; ceguera ejercitada. Algunos pueden ahogarse de audaz satisfacción, de vanagloria. Pese al campo (marcadamente tramposo, adiestrado) presto a falsear los datos, el bipartidismo no está muerto ni mucho menos. Goza de excelente salud y, si uno u otro -PP o PSOE- no cometen más torpezas en el futuro devenir, le espera larga vida. El español, bien dogmático bien costumbrista, es un votante fiel; belicoso, visceral, pero fiel. Quienes han lanzado las campanas al vuelo, quienes vendieron la piel antes de cazar el oso, les cabe ser justos damnificados de su absurda arrogancia.

Vivimos un año electoral por excelencia. Como suelen asegurar mugidores fariseos, holgaremos la constante fiesta democrática. Aquellos que limitan la democracia al ritual -apreciable pero jamás sustantivo- sueñan con el apaño, la milonga, a que hemos desembocado. Tal caterva de buscavidas debe ser sustituida por políticos que confirmen una voluntad de servicio; asimismo, coherencia, integridad y honradez. Imagino que la regeneración ansiada por el ciudadano, y que Joaquín Costa articuló a principios del siglo XX, implica un cambio ético, severo, en las reglas del juego. El estrangulamiento partidario debe dar paso al libre arbitrio soberano. Si cualquier método añade reparos, será más legítimo y preferible el fallo (en su doble acepción) de la muchedumbre que no el de la élite.

La masa social evidencia un hartazgo extraordinario. Ajeno al análisis que ofrecen los resultados obtenidos en las elecciones andaluzas, se venía observando un gran desapego hacia la implicación política. De ahí el asombroso surgimiento de partidos angélicos. Unos, realistas; otros, quiméricos y con encarnadura totalitaria. La confirmación tozuda me cubre de asombro. Jamás imaginé tanto afecto por lo radical. Incluso en el franquismo, que tanto se vitupera, la radicalidad era personificada por cuatro viscerales. Izquierda Unida -polo opuesto, ya en la Transición- acreditó ser sigla democrática y contenida. Su mayor éxito electoral fueron aquellos veintiún diputados conseguidos siendo coordinador Julio Anguita. Los extremistas de izquierda ahora votan a Podemos.

Tras las elecciones autonómicas, Andalucía exhibe presidenta “in péctore” que se remoza a sí misma pero con mayoría precaria. Pretendía fortalecer un gobierno “inestable”, en su propia definición, y se ha topado con el desahucio práctico de San Telmo. Las condiciones exigidas para conseguir una investidura decorosa la colocan entre la espada y la pared. O descubre sus vergüenzas (quizás desvergüenzas) o abandona en el pudridero a sus mentores Griñán y Chaves. Ella no se arredra y ventea la irresponsabilidad de los otros. Argumenta, falsariamente, que los andaluces han hablado y se autoproclama dueña de su voz. Si bien es cierto que goza de la minoría mayoritaria, también lo es el hecho de haber recibido un verdadero rechazo por tantas divergencias entre decir y obrar. Ahí se encuentra su verdadero mérito. El resto corresponde, para bien y para mal, al partido que estructuró en treinta años una sociedad fatalista y familiarizada con la asignación.

Analistas, correveidiles varios y enterados de primera mano, empiezan a sembrar hipótesis bajo el yugo de sus afinidades. En ocasión anterior mantuve que Andalucía no era un laboratorio fiable para exportar reacciones ni productos. Sin embargo, puede servir como indicador que refuerce métodos y estrategias. Así lo han entendido todas las siglas a excepción del PP. UPyD tomó un camino equivocado y se desangra tan rápido que muy probablemente estemos presenciando los últimos estertores de su corta existencia. Rosa Díez acusa, a quienes materializaban el armazón dirigente, de buscar soles más cálidos cuando ella, negándose al encuentro con Ciudadanos, pretendió saborear en solitario sus rayos benefactores.

Decía que el PP sigue encerrado, terco, en el error. Esa laxitud de la que hace gala puede hacerle torpedear las aspiraciones autonómicas y, posteriormente, perder el gobierno central.  Por el contrario, el PSOE, siempre que Pedro Sánchez abandone axiomas marxistas y atesore textura socialdemócrata, pudiera dar una campanada aparatosa. Debe abandonar algunos tics populistas y adoptar una política de Estado, de pactos. Haría bien si abandona aquellas contradicciones que alimentan dudas sobre su capacidad para protagonizar el giro copernicano que necesita la política española. Si ambos -Mariano y él- se empeñan en recorrer ese yermo sendero, viciado y vicioso, el ciudadano les dará la espalda definitivamente y tomará decisiones aventuradas si no terribles. Sin duda, el PP necesita un recambio joven, inmaculado. El futuro de España se encuentra en las manos de Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera y Alberto Garzón, o viceversa, con los matices precisos y preciosos.

Ciudadanos tiene la oportunidad de empuñar el testigo y convertirse en la alternativa nacionalista. Es la mejor llave en un bipartidismo recto, apto, inteligente y deseable. Podemos entraña la quimera extemporánea de promotores y simpatizantes. Ultras, románticos desorientados e ingenuos, constituyen la fauna que se extinguirá paulatina y necesariamente en este hábitat, asfixiante para ellos, que supone el mundo capitalista. Son incompatibles y el capitalismo, pese a yerros y excesos, rebosa de fortaleza. Izquierda Unida trastabilla aturdida entre un marxismo superado y una socialdemocracia proscrita. Prefiero su existencia a su desaparición porque determina los atributos del último mohicano civilizado.

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