Seguramente al lector le
extrañe que no enfoque este artículo con la premisa del momento: moción de
censura. Desde mi punto de vista, salvo anécdotas donosas, ofrece poca (más
bien ninguna) sustancia digna de análisis. Convendrán conmigo si califico estas
sesiones vividas como el mejor número circense jamás realizado bajo esa carpa
nacional denominada parlamento. Hemos sido testigos, y se ha repetido hasta
aburrir, de una tercera moción desde que se restableciera la democracia. Todas tuvieron
raíces espurias, muy alejadas del objetivo propio; es decir, derribar, deponer,
un gobierno incompetente por otro -mediante la suma matemática- que ofrezca a
priori buenas vibraciones. Semejante oportunidad constituye la esencia en las
democracias parlamentarias. Nada que alegar si de verdad prevalecieran los
intereses del ciudadano sobre el partido, incluso sobre sus líderes. Pura
quimera.
Asombrará también que
evite repudios, litigios, así como opiniones propias sobre dardos, gestos
antiestéticos y falacias vertidos por los principales protagonistas. Mis
ocasionales lectores conocen esa querencia inevitable (porque no quiero evitarla)
a examinar al gerifalte que acopia réditos, casi siempre injustificados, o
exterioriza una apariencia seductora pretendiendo ocultar delirios siniestros.
Nuestros políticos forman un linaje digno de estudio. No los actuales
individuos, que también, sino desde su aparición allá por el paleolítico. Sometido
a intereses pedagógicos, hablaría del candidato señor Iglesias. Callo, no
obstante, después de intervenir la diputada canaria, señora Oramas, tanto en el
turno cuanto en la réplica. Solo me queda acuñar tan acertada actuación con un
sentido y aprobatorio amén.
Me resulta muy
complicado, imposible, comprender algunas identificaciones, todas ellas
artificiales, que se hacen en esta piel de toro tórrida los últimos días. ¿Por
qué bandera e himno se atribuyen al franquismo? ¿Por qué se identifica a la
derecha actual con el alzamiento, presente todavía por oscuros intereses
electorales? ¿Por qué la derecha ha de ser monárquica y la izquierda republicana?
¿Por qué se confunde tan fácil monarquía con monarquía parlamentaria? ¿Se es
más español o más progre si prendes en tu balcón una enseña republicana?
Conozco a un vecino desde hace tres décadas y nunca, excepto hoy, había visto
una bandera republicana colgada de su balcón. Admito solo dos posibilidades: le
van patinando las neuronas (el tiempo no perdona) o su fe republicana tiene
menos consistencia que la flecha de una veleta.
Que se saque a relucir
ahora la disyuntiva monarquía-república con la anuencia y silencio del resto,
indica a las claras el grado de desorientación e ineptitud que muestran los
partidos en este país. Según el barómetro del CIS correspondiente al mes de
mayo, los principales asuntos que (pre)ocupan a los españoles son: el paro, la corrupción,
los problemas económicos y ustedes, los políticos. Es decir, aunque sea de
forma tangencial, los políticos aparecen como integrante común. Sin embargo,
ellos hacen florecer un conflicto inexistente: monarquía o república. Reciben,
como siempre, la asistencia cómplice, felona, de medios concretos que rematan operaciones
medulares en este contubernio estafador.
Si el personal espera
argumentos indiscutibles para cobijar o acogerse a una u otra forma de Estado,
lamento no poder ofrecerle más que una opinión personal basada en la Historia y
el sentido común. Carezco de filias o fobias a cualquiera de ellas porque,
desde mi punto de vista, solo concurren matices aunque haya quien vea espacios
insalvables. La Historia nos enseña que la Primera República (febrero de 1873 a
diciembre de 1874) tuvo cuatro presidentes antes de la restauración monárquica
con el pronunciamiento del general Martínez Campos. La Segunda República (abril
de 1931 a abril de 1939) concluyó con la vida de quinientos mil compatriotas.
En medio, octubre de mil novecientos treinta y cuatro, Companys -presidente de
la Generalitat, perteneciente a ERC- proclamó El Estado Catalán. Corroboraba,
ni más ni menos, que la independencia de Cataluña. Espero que signifique algo
para quienes niegan (Iglesias) el independentismo de ERC antes de Rajoy.
El sentido común, por
otro lado, me indica que monarquía y república adolecen de parecidas virtudes e
idénticos defectos. Proudhon afirmaba: “Si monarquía es el martillo que aplasta
al pueblo, la democracia es el hacha que lo divide; ambas matan igualmente la
libertad”. Una monarquía parlamentaria soporta cualquier soberano porque carece
de poder real. Un presidente de república debe tener alguna capacidad,
competencia, de gobierno pues, en caso contrario, ¿qué sentido tendría? Igual
que un rey elegido. República implica desequilibrios y campañas electorales con
todos sus inconvenientes. Hay ejemplos de monarquías y de repúblicas en nuestro
entorno que funcionan bien, o no tanto. Vistos pros y contras, estimando la
información histórica, asimismo valorando la especial idiosincrasia del
español, yo me decanto -sin tener ningún arraigo- por la monarquía. Solo progres
de salón, de boquilla, junto a comunicadores circunscritos a torrentes de
incompetencia, debilidad o crédito escaso cuando no nulo, se sienten aparejados
con ese yugo tricolor efímero y trágico.
Permítaseme un inciso a
modo de epílogo. Estoy absolutamente de acuerdo y reafirmo la predicción de
Rafael Hernando cuando manifiesta rotundo que Iglesias nunca será presidente
del gobierno. También (méritos aparte) de que doña Irene debe la portavocía a
su coyuntura sentimental. Quien piense lo contrario que observe, analice, el
espejo Errejón, desechando gestos, tics y máscaras. Es penoso, injusto,
inmundo, condenar a quien manifiesta una opinión, no a quien la genera.
¿Sumisión, cobardía? Rémora de aquella España medieval.
No hay comentarios:
Publicar un comentario