Pedro Sánchez, el
renovado secretario general del PSOE, se destapó como gran maquinador a la hora
de conseguir sus objetivos. No es nada fácil superar, vencer, los esfuerzos
realizados por el aparato de unos partidos monolíticos, roqueños. Él fue capaz
de embaucar a militantes, previamente adiestrados (o por mejor decir “siniestrados”),
oponiendo la mentira al establishment, el órdago a la fortaleza. Supo pulsar
dormidas pasiones, fortalecer de justicia popular una víctima inventada,
irreal. Comprobamos con estupor cómo puede reemplazarse fe y confianza por piedad
incitante que cierra el círculo sin apenas lucubración. Aquellas dejan de ser
causa, venero, para convertirse en mero abalorio. Estoy convencido de que un alto
porcentaje de participantes votaron sin cotejo, sin perseguir sus intereses
mediatos, menos los del PSOE y los de España. Pudo más esa pulsión -gestada durante
ocho meses- que inició su andadura tras la memorable Comisión Federal cubierta,
ella sí, de obscurantismo y posterior lucro sin réplica clarificadora.
El señor Sánchez (ebrio
de éxito, cegado por una aureola exigua, fortuita, inoportuna) airea como algo
insólito un nuevo proyecto político, el abandono de hábitos cortesanos porque
ahora el “PSOE es la izquierda”. Apaga y vámonos; tardíos pero hábiles en
llegar a tal conclusión. Empieza difuminando algunos vocablos sempiternos:
humildad, conciliación, esfuerzo, prudencia, generosidad… Pregona, por el
contrario, cesarismo, engreimiento, venganza… aderezados con elevadas dosis de
mesianismo desdeñoso cuando no totalmente sectario u ofensivo. El protagonismo
que dice conceder por derecho a la militancia lo refuta cuando elige portavoz
del grupo parlamentario a una diputada no socialista. Cronos, ese Titán de
razón imperecedera, inexorable, mostrará que el novel secretario general sembró
cizaña y mentira en campos fértiles gracias al sustrato necio, simple, tal vez dogmático.
A su vez, dicho mito le descubrirá la propia resta de libertad que ha levantado
con semejantes argucias.
Decía que esas
innovadoras llamadas al concierto, ese accionar con sobreactuado ardor juvenil un
renacido aldabón político, esas alusiones a la avenencia, se han visto rotos en
los primeros compases. Ni siquiera el Comité Federal recoge la proporción
obtenida en las primarias. Aquí anidó la primera mentira de Sánchez respecto al
cometido que deben desempeñar los afiliados. Al igual que todo farsante, aprovecha
sus apoyos -de forma selectiva- cuando le producen algún rédito, arrojándolos a
la papelera una vez usados. Asoman asimismo dos evidencias: un revanchismo que
le atraerá sinsabores y una preocupante falta de agudeza en quien pudiera ser
alternativa de gobierno. No creo que este señor escriba recto si inicia el texto
con renglones torcidos. Porque él no es Dios, ¿verdad? O sí. Probablemente se
sienta a ratos.
En cualquier caso, la
quiebra que trasluce el nuevo PSOE pasará factura. Olvidada ya toda referencia
a tomar dedal, aguja e hilo, ha devenido una purga oculta bajo retóricas poco
convincentes, casi caricaturescas, mordaces. La conjetura lógica dictamina que
si hubiera ocurrido lo contrario se habría llegado a similar desenlace. Constituye
el débil baluarte de todo poder por mucho que se diluya en esa “soberanía
popular”. Semejante divergencia sobrepasa la simple coyuntura para convertirse
en sustancia política tanto en distintivo cuanto en procedimiento. Quien
pretenda ver o entender escenarios diferentes se equivoca de principio a fin;
desgracia de la que debemos asumir una alícuota parte de responsabilidad.
El césar Pedro Sánchez,
cada vez más próximo al mesianismo herético, da pasos de ciego o, peor aún, de
beodo. Ayer aprueba el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y
Canadá (CETA). Hoy, con los primeros rayos de sol, deserta y desayuna arrebatado
por su adverbio preferido: no. Al atardecer masculla un laberíntico “ni sí ni no
sino todo lo contrario” y se decide -poco satisfecho- por la abstención. Su idoneidad
está inadvertida; aunque, utilizando el lejano e irritante paralelismo castrense
referente al valor, se le supone. Reciedumbre y coherencia, las justas; por
mejor decir, inicuas. Su proceder queda supeditado a ser más papista que el
Papa. Este PSOE nuevo, renovado (sinónimo de amorfo), se nutre solo de
ideología vetusta, radical, surgida al ocaso del siglo XIX. La “España
plurinacional” o “Nación de naciones” -primicias de atajo- asientan las bases
de un rancio esoterismo muy en boga dentro de la moderna praxis política que no
hace ascos a oscurecer con humo el escenario.
Hay prisas por arrebatar el
gobierno al PP. Prejuzgan, sometidos a distintas veleidades fatuas, la
necesidad imperiosa e hipotética de resolver el desaguisado atribuido a un
gobierno nefando. Sin estar en desacuerdo con ellos, dudo que la alternativa no
produjera más miseria y división entre los españoles. Objetivamente estimo que
Sánchez no tiene ninguna oportunidad de ser presidente salvo ganando unas
elecciones generales, marco poco probable a medio plazo. De ahí sus prisas por articular
una moción triunfadora e imposible en el actual marco parlamentario. Mal si se estabiliza,
peor si emprende un camino maquiavélico. Los indicios llevan a esta segunda opción.
Están en juego el futuro político de Sánchez y la propia subsistencia del
partido.
Parece arrojarse, y a las
pruebas me remito, en manos de Podemos; ese partido que aclama a Mayer y
Sánchez Mato por someter la ley a un infundado bien superior. El precedente es muy
peligroso porque la esencia de una democracia consiste en acatar la ley. Tal
argumentación daría pie a comportamientos discrecionales bajo el pretexto, inventado
por el partido o gerifalte de turno, de salvaguardar un bien social. Constituye
la excusa, el discurso lapidario de todo populismo; laboratorio de dictadores
potenciales o reales. Malas compañías retratan nuestros compromisos mejor que
las palabras: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Acepto cualquier
controversia, pero como diría Toffler: “Los analfabetos del siglo XXI no serán
aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender,
desaprender y reaprender”. No existen nuevas políticas; solo políticas teñidas,
farsantes, adscritas a un diseño seductor pero que al final causan mayor desesperanza
y frustración. Lo sensato es hacerles un vacío digno, deliberado, definitivo. Viene
de lejos: “vale más malo conocido que bueno por conocer”. ¿Somos lerdos? ¿Sí?
No hay nada que hacer. ¿No? Cavilemos.
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