Las
cosas, a veces, no son lo que pareen. Hoy, hablar de idealismo y de servicio a
los demás, salvo casos sublimes, se convierte en reclamo contemporizador cuando
no lucrativo. Según resulte el desarrollo de los acontecimientos, es necesario -para
evitar errores, así como confusión interesada de vocablos, mensajes y normas-
deslindar conceptos. Prebostes adscritos a todas las siglas e instituciones administran
la maraña entre ser y ente. Faltos de diferencias precisas, este se vislumbra
imperecedero, inmutable, benéfico. Aquel se descubre contingente; configura una
sustancia putrefacta, viciada. Para Heidegger, ser es tiempo porque las cosas
que son no permanecen sino que se dan en un horizonte temporal. Por tanto, puesto
que el acaecer supone mejora o deterioro, todo ser está sujeto por igual a la
dicotomía bondad-maldad.
Centrándonos
en el debate que nos ocupa y utilizando un lenguaje coloquial, altruismo,
solidaridad, templanza, incluso justicia social pueden juzgarse entes,
principios intachables. Gobierno, Cruz Roja, Casa Caridad, etc., a su vez, alcanzan
la consideración de seres, instituciones, cuya encarnadura -contingencialidad-
viene determinada por sus correspondientes gobiernos o juntas directivas. Todos
ellos atesoran luces y sombras. Mientras existen, unos y otros despliegan comportamientos
generosos, loables, para renegar (en circunstancias distintas) de tales probidades
y tropezar con los excesos más repugnantes. Quienes representan las
instituciones mencionadas, a lo largo de los tiempos, son protagonistas
exclusivos de elogios o reproches.
Los
gobiernos abarcan varios siglos de existencia, sin que tal coyuntura añada
ningún plus de pedigrí benefactor. No tiene el porqué. Es más, en las últimas
legislaturas no han desarrollado un ápice de justicia social, menos una actividad
filántropa. Estamos hablando de exigencia no de voluntarismo caritativo o escrúpulo
humano. Cruz Roja lleva siglo y medio de vida realizando una labor humanitaria impagable.
Sin embargo, tuvo en Carmen Mestre una presidencia onerosa y nefasta.
Constituye la iniquidad temporal reseñada.
Casa
Caridad, como ente, tiene el prestigio, la consideración, que sus principios le
trasfieren; como ser, lleva un siglo ganándose el reconocimiento de los
valencianos. Sucesivas directivas, hasta ahora, han establecido una correspondencia
plena entre preceptos y realizaciones. La directiva actual se encuentra en una
encrucijada compleja. Sólo ella conoce los pormenores para adoptar una u otra medida
ante el dilema que se le plantea. De su fallo depende la suma o sustracción de
méritos. El tiempo aclarará si este proyecto de Benicalap, fuertemente censurado
por la barriada, oculta o no una especulación inmobiliaria opuesta a los
principios gestores de tan añeja y encomiada ONG.
Sospecho
que la celeridad e improvisación del Ayuntamiento obedecen a razones políticas,
aun económicas. La fanfarria que acompaña al proyecto dista mucho de la
discreción que exige la propia doctrina eclesiástica. Que tu mano izquierda,
dice, no sepa lo que da la derecha. Claro, la Biblia se refiere a las
extremidades y no a las posiciones doctrinales. A mayor inri, su regidora se
permite el lujo de recriminar a aquellos vecinos que luchan por un barrio expedito.
Los acusa, al menos, de inhumanos e insolidarios. Ignoro qué o quién le concede
el derecho de etiquetar a unos contribuyentes que se sienten inquietos por el
hábitat en que han de vivir ellos y sus hijos.
Señores
gobernantes, dejen de mirar a otro lado cuando inquieran la razón del desapego
a la clase política. Sin más, entonen el mea culpa. Por si no se han dado
cuenta, están lanzando piedras a su propio tejado.
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