martes, 1 de julio de 2014

REFLEXIONES EN TORNO AL MACROPROYECTO DE CASA CARIDAD


Las cosas, a veces, no son lo que pareen. Hoy, hablar de idealismo y de servicio a los demás, salvo casos sublimes, se convierte en reclamo contemporizador cuando no lucrativo. Según resulte el desarrollo de los acontecimientos, es necesario -para evitar errores, así como confusión interesada de vocablos, mensajes y normas- deslindar conceptos. Prebostes adscritos a todas las siglas e instituciones administran la maraña entre ser y ente. Faltos de diferencias precisas, este se vislumbra imperecedero, inmutable, benéfico. Aquel se descubre contingente; configura una sustancia putrefacta, viciada. Para Heidegger, ser es tiempo porque las cosas que son no permanecen sino que se dan en un horizonte temporal. Por tanto, puesto que el acaecer supone mejora o deterioro, todo ser está sujeto por igual a la dicotomía bondad-maldad.

Centrándonos en el debate que nos ocupa y utilizando un lenguaje coloquial, altruismo, solidaridad, templanza, incluso justicia social pueden juzgarse entes, principios intachables. Gobierno, Cruz Roja, Casa Caridad, etc., a su vez, alcanzan la consideración de seres, instituciones, cuya encarnadura -contingencialidad- viene determinada por sus correspondientes gobiernos o juntas directivas. Todos ellos atesoran luces y sombras. Mientras existen, unos y otros despliegan comportamientos generosos, loables, para renegar (en circunstancias distintas) de tales probidades y tropezar con los excesos más repugnantes. Quienes representan las instituciones mencionadas, a lo largo de los tiempos, son protagonistas exclusivos de elogios o reproches.   

Los gobiernos abarcan varios siglos de existencia, sin que tal coyuntura añada ningún plus de pedigrí benefactor. No tiene el porqué. Es más, en las últimas legislaturas no han desarrollado un ápice de justicia social, menos una actividad filántropa. Estamos hablando de exigencia no de voluntarismo caritativo o escrúpulo humano. Cruz Roja lleva siglo y medio de vida realizando una labor humanitaria impagable. Sin embargo, tuvo en Carmen Mestre una presidencia onerosa y nefasta. Constituye la iniquidad temporal reseñada. 

Casa Caridad, como ente, tiene el prestigio, la consideración, que sus principios le trasfieren; como ser, lleva un siglo ganándose el reconocimiento de los valencianos. Sucesivas directivas, hasta ahora, han establecido una correspondencia plena entre preceptos y realizaciones. La directiva actual se encuentra en una encrucijada compleja. Sólo ella conoce los pormenores para adoptar una u otra medida ante el dilema que se le plantea. De su fallo depende la suma o sustracción de méritos. El tiempo aclarará si este proyecto de Benicalap, fuertemente censurado por la barriada, oculta o no una especulación inmobiliaria opuesta a los principios gestores de tan añeja y encomiada ONG.

Sospecho que la celeridad e improvisación del Ayuntamiento obedecen a razones políticas, aun económicas. La fanfarria que acompaña al proyecto dista mucho de la discreción que exige la propia doctrina eclesiástica. Que tu mano izquierda, dice, no sepa lo que da la derecha. Claro, la Biblia se refiere a las extremidades y no a las posiciones doctrinales. A mayor inri, su regidora se permite el lujo de recriminar a aquellos vecinos que luchan por un barrio expedito. Los acusa, al menos, de inhumanos e insolidarios. Ignoro qué o quién le concede el derecho de etiquetar a unos contribuyentes que se sienten inquietos por el hábitat en que han de vivir ellos y sus hijos.

Señores gobernantes, dejen de mirar a otro lado cuando inquieran la razón del desapego a la clase política. Sin más, entonen el mea culpa. Por si no se han dado cuenta, están lanzando piedras a su propio tejado.

 

 

 

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