Bien pudiera ser el
título de una sección periodística o el blog siamés de un observador riguroso
que gusta de la chanza. Este monstruo adherido por alguna parte de su anatomía
al hermano, presenta un cuerpo u otro según convenga al interés general. No
resto un ápice de comedida sorpresa, el que alguien pudiera exponer cualquier
argumento bicéfalo en esa doble vertiente. Imagínense qué atractivo
desprendería tratar el tema catalán, verbigracia, revistiéndolo de narración
guiñolesca, restándole todo viso trascendente, a fin de darle una vis cómica integral.
Igual sucediera con temas deportivos, religiosos, simplemente de corazón, menos
dados -por su carácter liviano- al envoltorio cáustico. Constituye una paradoja
natural afrontar lo sustantivo con talante satírico, intrascendente, para sacar
a la luz el fingimiento de su causa.
Bromas aparte es la forma
sutil u odiosa de hacer un alto en el rosario de epítetos, generalmente
malintencionados, que se realiza a alguien para -tras un respiro del verdugo
parapetado tras esa insidiosa frase- seguir aplicando la tortura cruel al
maltrecho interlocutor. Suele completarse el tormento en un hábitat próximo,
acariciando amor y encono extemporáneos entre reo y sádico. Nuestros políticos
capitalizan tan terrible realidad social cuando invierten sobre seguro al recibir
información privilegiada y su fracaso, improbable, queda subsumido por la más
alevosa impunidad. Nunca cejan de agredir al ciudadano y cuando se demoran es
para tomar impulso. Aquí, el estigma toma cuerpo de proyectos que se enuncian y
de inepcia o idiocia que impiden su realización. Ambos estadios están aislados por
esa proposición, mampara exótica, que los separa sin apenas discreción.
Decía Joseph Conrad: “Una
caricatura es poner la cara de una broma en el cuerpo de una verdad”. Deducimos,
pues, que la política es una caricatura de la realidad social. Expongamos hechos
que lo constatan. Rajoy, jugándose la barba, fue el político del PP que mayor
apoyo electoral consiguió: ciento ochenta y seis diputados; tres más que Aznar.
La conclusión es clara: este último gozó de menos tirón que don Mariano que se
llevó por poco “el gato al agua”. No obstante, ambos atesoraron escasa vehemencia
ciudadana. Bromas aparte, quienes reventaron las encuestas fueron Felipe
González y José Luis Rodríguez Zapatero con sus atroces resultados gubernativos.
Uno y otro, pusieron a España al borde de la bancarrota. Aznar menos, pero
Rajoy se sentó a la puerta para ver pasar el cadáver de su enemigo. Después se
levantó cansino, apático, desabrido, sin saber darle la vuelta al calcetín.
¡Menudo lince!
Pablo Casado, su
sustituto al frente del partido, lleva meses sufriendo los vaivenes de la cuna
que mecen PSOE y Podemos a dúo. Quizás les falte algo de vigor o de ingenio
porque el líder popular se va escabullendo fácilmente, si no atacando con
bastante acierto. Es verdad que Casado no despega; está dilapidando el crédito
apriorístico que afiliados y medios le suponían al compás de aquel valor supuesto,
fabuloso, sacrosanto, testado al recibir la cartilla militar. Como hace siempre
el pueblo, este pueblo lánguido, su etiqueta de calidad la recibió contra
Soraya Sáenz de Santamaría, no a su favor. Ahora, si lo ha dejado alguna vez,
ocupa el tiempo buscando -de forma ciertamente inútil- el trabajo de un máster
que aparece y desaparece cual Guadiana travieso. Asimismo, una defensa política
intangible. Desde el punto de vista jurídico, se abre un trance poco lesivo, digerible.
Bromas aparte, conjeturo una dimisión forzada para evitar convertirlo en
carroña electoral. Considero que el PP queda desvencijado, pero no es tarde
para que tome las riendas Teodoro García, un oasis nobel, de última ola, en el
desierto popular.
Pedro Sánchez, al que unos
le llaman el Nono y otros el Inquilino, demuestra ser un bluf. Es difícil
contrastar su quehacer gubernamental con otros presidentes, incluso del PP.
Creo a pie juntillas que es el peor, con diferencia, pese al ejército de panegiristas
que loan con insistencia tonta estos cien días recién cumplidos. Jamás pude
imaginar que la vida política pudiera ser un tanteo, una enorme humareda de
diferentes colores para potenciar huidas, ignoro si defensivas, liberadoras o
humillantes. Miente, quizás exagere, quien ose airear que ha propuesto,
siquiera, algún programa socio-económico que tenga visos de objetivo tangible y
realizable. Gesto tras gesto, consigue aumentar el cisma social, emprendido por
Zapatero, para maniobrar contra media España; la mala, franquista y facha.
Ahora se ha de desnudar, intelectualmente, para ¿evitar? una dimisión que se
otea en el horizonte. Bromas aparte, descubre, al menos, que aquel “cum laude”
esconde una mediocridad acreditada, aglutinante. No dimitirá para no echar a
perder esfuerzo, apetito e ignominia, pero quedará tocado más allá de los fervores
mediáticos.
Me aborrece y subleva que
un comunista hable de democracia tomando la Historia a su antojo. Son muchos
los que defienden la exhumación de Franco, como si ello significara una aplazada
derrota del vencedor. Algunos, rozando lo esquizofrénico, afirman que
constituiría el triunfo de la democracia. Imagino que al noventa por ciento de
ciudadanos les causa indiferencia lo que se haga. Solo un cinco por ciento exige
sacarlo y otro cinco retenerlo. Pero esa proporción exigua lleva metiendo ruido
meses; digo meses, años. Adulterar el pasado con mentiras o medias verdades,
impide a las nuevas generaciones establecer una convivencia asentada sobre
errores múltiples de todos. No solo errores, también vandalismo sádico,
torturas y crímenes absurdos, cometidos alternativamente en nombre de una
legitimidad (democrática o no tanto) más que sospechosa. Bromas aparte, ese diez
por ciento -lleno de dogmatismo y manipulación- difumina, consciente o
inconscientemente, el grave escenario que ofrece el país en estos momentos. Dejemos
la cohetería hipócrita para atacar con eficacia el parasitismo operante.
Parece que nuestros
políticos han copiado de Cicerón aquella sentencia: “Si quieres ser viejo mucho
tiempo, hazte viejo pronto”. Los prohombres patrios reciben su bautismo de
fuego público alrededor de los diecisiete años. Así, nadie puede obtener
licenciaturas, másteres, doctorados, de manera natural. Necesitan ayudas
externas para presentar a la sociedad credenciales magníficas, seductoras. Falsedad,
junto a desvergüenza, se acosta a currículo y eminencia. Bromas aparte, aunque el
sustrato sea algo huero, nimio, importa el simbolismo, la actitud.
Inopinadamente, tras múltiples abusos impunes, el prócer se enfrenta a un arma simple,
torpe, de juguete, pero políticamente letal.
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