Según indica el Génesis y
algunas narraciones mitológicas, la torre de Babel pretendía llegar al cielo en
un acto de soberbia humana. Dios quiso castigar este pecado capital (que con
los seis restantes conciertan vicios sociales varios) multiplicando las lenguas
de quienes osaban tal monstruosidad. Así no podrían entenderse y su objetivo nunca
se vería concluido. Desde luego, fuera de todo análisis sobre la altura
alcanzada, este país ha excedido cotas increíbles de estupidez, defecto sin
clasificar aunque protagoniza gran parte de la situación actual. Efectivamente,
individuos adscritos a cualquier grupo u oficio viven rendidos al naufragio
cultural, introspectivo y cívico. Echemos una mirada tolerante -para evitar
frustraciones nocivas- a los medios audiovisuales. Ellos nos colocan ante
personajes tan dispares, al mismo tiempo tan insólitos, como Rufián o Belén
Estaban. Desde todos los puntos de vista, yo prefiero a Belén Esteban; es más
natural e inteligente.
Bien pudiera apreciarse
cierto paralelismo entre la soberbia que hace cinco milenios llevó al hombre a pretender
acercarse a Dios y el boato hodierno. En ambos casos surge una sentencia clara:
castigados a soportar nuestra pequeñez junto a la confusión comunicativa, asimismo
desdoro, entre iguales. El postrero suplicio incrementa la anatomía en este país
donde cada cual desarrolla un discurso unidireccional, sordo, atiborrado de rigidez.
Aquí, se abre la mano, despilfarramos el dinero público, pero nadie da su brazo
a torcer. No hay nada tan penoso como el diario diálogo de sordos que advertimos
en platós televisivos o, peor aún, en un Parlamento áspero -a veces grosero- e
indocumentado. Las formas, siempre rozando lo inaudible, se dejan excesivos
pelos en la gatera por mor de una escenografía quizás mal entendida. Quien más,
quien menos, representa un papel inmundo porque se aparta definitivamente de
esa vocación de servicio que debiera centrar el rol político.
Ahora tenemos un gobierno
que “eleva el listón de la exigencia democrática” al decir de Cristina Narbona.
Salvo hermeneutas o imbéciles, nadie es capaz de interpretar en sus justos
términos dicha secreción retórica. La señora Narbona no habla, porque su finalidad
está muy lejos de conseguir una comunicación fluida; pervierte el lenguaje y lo
torna herramienta vacía como tal. Eso sí, su intención es clara: manipular
mentes poco o nada dadas a la lucubración serena, lógica, discriminatoria. Se
arma, de forma consciente, ese guirigay propio de quienes esperan eternizarse
en el machito. Es la tormenta perfecta: unos conviven con el esoterismo y la
opacidad mientras otros muestran ciegos afanes de seguir a pies juntillas
cualquier consigna. Los medios colaboran para agigantar las dificultades emisor-receptor,
por encontrarse en diferente onda, amén de otras insalvables relativas a
pensamiento y palabra.
Sería lógico, normal, que
hubiera hondas discrepancias, disentimientos, diferentes lecturas, con personas
ajenas a nuestro credo; con aquellas a quienes el arrebato babélico les hace efectuar
extraños giros lingüísticos, incluso en la misma lengua. Sin embargo, no ocurre
eso ni mucho menos. En personas de igual o parecida doctrina, gana de calle la
improvisación, se habla diferente idioma. Incluso el presidente titubea cuando
interpreta sus propias palabras. Si él no se entiende, porque cambia de
discurso a poco, menos su ministra portavoz con las famosas “bombas
inteligentes” que matan tras una exquisita selección previa. ¡Lo que hay que oír!
Supera esa falta de entendimiento el señor Tarno (PP) cuando asegura que la
ministra Robles no se parece a dicho tipo de bombas, sembrando de rebote recelos
sobre su inteligencia.
Sánchez y su tesis han
batido todos los récords del disloque semántico. A estas alturas dudo mucho que
alguien tenga claro qué y cuándo es plagio. Políticos cercanos, quiero decir
asidos a un poder en comandita, de tapadillo cubren las vergüenzas (puede que
desvergüenzas) para evitar ayunos e intemperies precipitados. Algunos -hábiles,
con más astucia que decencia- empiezan a agitar el acomodo porque temen perder comparsa
si se diluyen demasiado en un gobierno débil, desahuciado. ¡Ah, las elecciones!
Como las moscas, quieren saborear la miel pero temen morir de gula. También
preocupa al ejecutivo (ese sí, pero no) que ha de emplear un lenguaje impostado
para parecer lo que no es o para ser lo que no aparenta. He aquí por qué no se
entienden entre ellos y menos aún con los ciudadanos Exceso de protagonismo,
junto al error de creerse imprescindibles, únicos, sagrados, los ha conducido
al monólogo cerrado, insolidario.
Nadie, yo al menos no, puede
concebir que el Parlamento asista a individuos ligeros de señorío. Considero fuente
de indigencia democrática el hecho de que alguien, ayuno de formas, pueda
representar la soberanía popular. Primero porque simboliza, o debe, el honor
del pueblo y segundo porque en la Cámara Nacional no caben quienes se
manifiestan claramente antiespañoles. Tampoco concibo que se califique método o
estrategia provocativos aquello que llanamente es incultura, ordinariez y
comportamiento bochornoso; todo ello amparado por un privilegio “suprimido” y
renovado en multitud de ocasiones. ¿Tiene usted vergüenza? preguntó Rufián, con
premisas capciosas y sin venir a cuento, en la comparecencia de Aznar sobre la
financiación ilegal del PP. ¿Es esto parlamentarismo? Cada cual quiso adornar su
papel en un escenario histriónico, necio, ininteligible y nada rentable para la
sociedad. Babel quedó pequeña.
Llevamos un tiempo -desde
la aparición de los populismos, sobre todo- en el que muchas palabras actúan
como dioses totémicos. Pese al fondo oscuro, artero y antesala de confusiones continuas,
el individuo deja guiar su vida por esta falsa llama intangible. Hoy, la
televisión se ha convertido en púlpito sacrosanto al socaire de réditos nada
deontológicos. Etiquetas y tics mezquinos, adobados ex cátedra, conforman su alimento
característico, reiterado. Cada interviniente suelta su consideración, casi
siempre funesta para una sociedad ansiosa de aprender. ¿Acaso PP o Ciudadanos
representan la ultra derecha española? Así lo aseguró Monedero no hace mucho en
una televisión nacional. Babel queda muy por encima respecto de España. ¿Dónde
está la ultra derecha patria? ¿Existe? Hemos conseguido un idioma retorcido, diverso;
herramienta prototípica de desinformación, baluarte y desenfreno.
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