El hartazgo del pueblo
español hacia los políticos patrios —si me apuran, también al grueso
internacional, aunque su alcance sea menos sensible— empieza a marcar rasgos
que debiera preocuparles. Pese a su tardanza, desconozco si debido a inercia
secular o insensatez vital, esa sociedad amalgamada (provista con un hálito de estimable
autodefensa) aviva la barbacana que proteja sus derechos frente a las arbitrariedades
y tiranía de un poder adulterino. Existen, no obstante, dificultades
intrínsecas que impiden ensamblar grupos heterogéneos siempre y hoy
discordantes, contaminados, por incentivos legendarios, irreales. La fusión de pasados
episodios tremebundos, conocidos mayoritariamente por referencias, y el fraude beligerante
vertido sobre ellos, sea causa necesaria, lucrativa, para prohijar
enfrentamientos con fanatismo político en exclusiva.
Paliar esta incongruencia
contraproducente solo se consigue, si acaso, con sobriedad y precisión. El
orden social, factor intrínseco en colectividades estables, se obtiene a través
del asenso individuo-entorno hasta encontrar un punto de referencia para
establecerlo. Dichos desvelos, con incierto papel taxativo, suelen encontrar
dificultades anejas debido a las propias deficiencias inherentes a los
elementos y a su reacia combinatoria. Martin Wolf detectó la contrariedad al puntualizar:
“El problema no proviene de las amenazas externas, sino de los conflictos
internos de nuestras sociedades”. Precisamente esa repulsión mecánica —que
algunos desbancan por otra menos indeleble: la doctrinaria— hace difícil, si no
imposible, conseguir una aproximación capaz de rectificar planes conformados
contra las aspiraciones de bienestar común.
Si bien física y
sociología contienen enfoques encontrados, no creo que pueda deducirse de ello incompatibilidad
manifiesta. Ambas interactúan con el mismo espacio bajo aspectos en ocasiones
no tan diferentes. Más allá de Augusto Comte (positivista) y Max Weber
(antipositivista), Renate Mayntz reconoce, pese a la inicial ponderación
pesimista del trasvase metodológico de un ámbito a otro, que han ocurrido
influencias efectivas. La Ciencia se desvanecería si hubiera modificaciones
sustantivas de “sus leyes”, aunque utilice catalizadores para acelerar procesos
químicos, verbigracia. Por el contrario, la Sociología —cuyo fundamento de
investigación es el ser humano, siempre itinerante— provoca serios
desequilibrios al compás de una ingeniería en continuo acecho. Los medios
apuran la acción realizando una grosera labor de resonancia corruptora y
fecunda.
No se nos oculta, por
tanto, que las ciencias sociales están lejos de regirse por el orden o por el
caos; más bien su propia fisionomía engendra una inestabilidad imprevisible (sin
sometimiento a canon alguno) de consecuencias sorprendentes, trágicas a veces.
La sociología teorética merece indulgencia y gratitud por el esfuerzo en aras
al concierto y acomodo ciudadano. Cuando algún ególatra soberbio pretende someterla
a los dictados del desafuero antojadizo, siempre termina en abuso y atropello. La
propia experiencia indica que distinguir, desenmarañar, dominio y poder es
prácticamente imposible, incluso en sistemas democráticos. El dominio, albedrío
conforme al derecho natural, suele ser escarnecido por un poder oligárquico,
opresivo, que se nutre de la indigencia cultural, sobre todo, unida a cierta actitud
insuperadamente fatalista del individuo.
Desplante,
según la RAE, significa “dicho o acto lleno de arrogancia, descaro o
desabrimiento”, definición ajustada a bastantes políticos, sobre todo líderes y
de manera especial al presidente. Cuando el poder se inmiscuye, o lo procura, en
la mente y voluntad del ciudadano —intromisión proverbial, afrentosa e injustificable—
se llega a un estadio de repulsa civilizada: “Tú me desdeñas, yo te excluyo”.
Semejante escenario lleva a la deserción masiva como consecuencia del desafecto
originado. Esta derivación implica actitudes nada edificantes en ningún caso. Patraña
y hojarasca se han convertido en fundamento incuestionable, disparatado, de
nuestra democracia. Su alimento natural lo constituyen mentiras y medias
verdades, incluso argumentos barrocos que más parecen simulaciones caliginosas.
Confío, sin embargo, que tengan urgente fecha de caducidad.
El desplante sigue una
trayectoria biunívoca; es decir, ofrece reciprocidad reparadora en aras a legítimo
y justo arbitraje. Empieza siempre por el poder, que algunos llaman casta y aplican
dicho vocablo como estrategia sutil e invasiva para alcanzarlo. La Historia
ofrece infinitas páginas donde leer, si queremos, incontables desmanes del tirano;
ya que tiranía es por naturaleza efecto inmanente de cualquier poder. Se
advierte, por propio empirismo, una proporcionalidad inversa entre este y la capacidad
intelectiva del depositario. Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy podrían
ofrecer conferencias al respecto si alguno de ellos no fuera consciente de su
indigencia cultural. Sin entrar en disquisiciones peliagudas, escabrosas, no
está de más consignar con qué rapidez y empuje vuelve el PSOE al gobierno tras
aplicarle el ciudadano un disciplinario desplante.
Dentro de los casos
mencionados, cabe destacar a Zapatero y a Rajoy. El primero abandonó al país
(porque no daba de sí) transfigurándose en vate —la tierra no pertenece a nadie
salvo al viento— y “supervisor de nubes en una hamaca”. Regaló a Rajoy la
segunda mayoría absoluta más numerosa de la Cámara. Le sirvió de poco, pues “don
Tancredo”, resultó ser el primero que no pudo completar dos legislaturas. Ahora
tenemos un proceso anómalo. No tiene partido ni ideología, solo una banda que glorifica
su egolatría, narcisismo patológico y engreimiento, sirviéndole para mantenerse
—caiga quien caiga— en el poder. Cautivo de la extrema izquierda (totalitaria,
opresora) y del independentismo nazi, posterga al rey, a la judicatura, a la
Constitución y al ciudadano (a España, en definitiva), para gozar dos días La
Moncloa. Dispendiosa holganza.
Sánchez inadvierte linderos
en su fraude que difumina habilidosa y constantemente con oportunas cortinas de
humo, un auténtico experto. Hasta Rufián, paradigma del tribuno meritorio, íntegro
(“en dieciocho meses dejaré mi escaño para regresar a la república catalana”,
dicho en dos mil quince), se chotea del no
presidencial al referéndum: “usted dijo NO a los indultos, denos tiempo”.
Recuerda, sin pretenderlo, uno de los DESPLANTES que Sánchez factura envanecido
a la democracia, a las leyes y al pueblo. Previo, sobre el mismo tema: los
indultos, preguntó: “¿valentía o necesidad?”. Involuntariamente, o no tanto, al
mencionar necesidad fue portavoz de millones de españoles. Enseguida veremos
qué decide sobre el Tribunal de Cuentas, perseverante auditor de los gastos del
gobierno catalán. Su decisión condicionará a buen seguro el rechazo o acogida social.
“Tener fe significa no querer saber la verdad”, aseguraba Nietzsche. Madrid,
desde el 4-M, debiera ser fosa de la fe y venero fecundo del desplante.
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