Ignoro si las pugnas entre
concepto, acción y cátedra (más o menos intachable), han disparado hasta el
clímax divergencias sempiternas. Pertrechado de curiosidad e interés, temo que
sea así. Dejando aparte las acciones, ubicadas en zonas inteligibles, empíricas,
concepto y cátedra deambulan intangibles tolerando licencias expansivas acordes
a su multiplicidad. Tal marco suele aprovecharse por individuos parcos en
escrúpulos para conseguir dividendos fortuitos e inmerecidos. Bien solos o con
ayudas generosamente retribuidas, logran una solvencia inusual, injustificable.
Verdad es que, de forma lenta, los censuran incluso acompañantes leales desencantados
con tanto atropello y grotesca supremacía. Cuando alguien tiene sueltas las
costuras ideológicas, resulta enrevesado que los demás comulguen, no ya con
piedras de molino sino con el clásico pan ácimo.
Doctrina indica
“enseñanza que se da para instrucción de alguien”. El concepto queda inscrito
en la epistemología del conocimiento y, por tanto, requiere un método
atractivo, motivador. Surgen, al menos, dos dilemas hoy por hoy irresolubles:
Falta de avidez ideológica y profesores capaces de mitigar o compensar tan
importante ausencia. El primer problema se intenta resolver desviando los
cuerpos dogmáticos hacia arrabales vaporosos, tal vez extravagantes, estúpidos.
Para resolver el segundo sería necesario descubrir políticos capaces de garantizar
un único testimonio (solo uno) que muestre el mínimo sentido común. Quien
puede, no quiere y deja libre el campo a aventureros infames. Así hemos llegado
a este erial que amenaza con dejar una España desequilibrada, atrasada, respecto
al resto de países europeos punteros.
Nos movemos todavía con
mayor iniquidad en la cátedra doctrinaria. Doctrinario monopoliza una
concepción repugnante, corruptora en sí misma. Aclara: “persona que sigue de
forma dogmática doctrinas o ideologías”; es decir, que somete la praxis a
ambas, que antepone retórica a servicio. El doctrinario prodiga -dilapida,
incluso- ingentes esfuerzos en propaganda hueca, aunque sugerente. Sirve a la
entidad política o religiosa como experto mercadotécnico, pero envilece, al
mismo tiempo, en el primer caso su propia ascendencia social. Sé, y acepto sin
alegatos, que libertad y fe legitiman voluntad o juicio para ilustrar el camino
que conlleve al individuo a metas satisfactorias. Los probables errores
cometidos en cualquier aspecto pueden subsanarse con sentido crítico si es que
se tiene. Analizando el marco actual, esta hipótesis resulta remota.
Inercia e imputación son
aliadas para atribuir vicios, salidas de tono y mezquindades solo a políticos
cuando existen otros actores que avientan, con rutinaria e impúdica insistencia,
dicha plaga. El personal, por pitos o flautas, rechaza la monotonía de las
sesiones parlamentarias cualesquiera que sean sus discursos, notorios fuegos
dialécticos llenos de cinismo cuando no de agresividad. Luego, agitados, sectarios,
eligen los púlpitos mediáticos preferidos cuya misión consiste en reforzar ese
papel doctrinal perfilado tácitamente en programas extraños, oscuros. No hay
excepción, todos practican el arte del camelo utilizando cruzadas falsas contra
el rival al objeto de desprestigiarlo aun fortaleciendo la inobservancia del
deterioro democrático. Resulta bastante curioso que medios audiovisuales,
tertulianos y prensa de papel, utilicen un único lema como argumentario grupal.
Significa la consigna convenida para destruir al disidente.
Los medios (firmes
doctrinarios) fundamentan percepciones teledirigidas, deslucen disidencias atentatorias
contra las “verdades” oficiales convertidas en axiomas irrefutables. Son, definitivamente,
creadores de opinión y, en mayor medida, sunamis electorales. He aquí la razón
que impulsa a lograr su control, quizás exigirlo a golpe de talón. No obstante,
algunos -tal vez los menos- prefieren mantener puentes con todas las fuerzas
políticas porque el poder se muestra bastante arbitrario, veleta y exclusivo.
Definirse resulta
desastroso a medio plazo, aunque al poder, como explorador de un mercado
concreto, le interesan medios con gran audiencia. El buen doctrinario, en
sentido peyorativo, detesta la libertad de expresión ajena. Este afán
dominante, exclusivista, antidemocrático, tiene un reflejo inmediato tras las
declaraciones de Felipe González sobre el gobierno y la respuesta de este, removiendo
un GAL vetusto a tropel, por boca de distintas siglas que se suman a Sánchez en
momentos críticos; mientras, si saboreamos tiempos bonancibles, guardan alguna
distancia artera, histriónica, de boquilla.
El Parlamento, ahora,
diluye desavenencias entre doctrina y doctrinarios. Oyendo a distintos líderes,
uno es incapaz de discriminar cuándo el interviniente sustenta doctrina o se
reviste de doctrinario. Probablemente mezcle ambos escenarios para aprovechar
las contadas ocasiones, si es oposición, en que pueda “agenciarse” algún
titular. A veces, con demasiada frecuencia, la Cámara sirve de trinchera para
lanzarse desde ella chungas displicentes y vituperios nada fraternales como
sostiene un distintivo que conforma el lema oficial de la República Francesa:
libertad, igualdad, fraternidad, y que tan buena acogida ha tenido por la
izquierda moderada europea. Atiborrado de precedentes, quien provoca se siente
provocado; el susodicho, es víctima lesa e injusta; el golpista, pasa por actor
pasivo; en fin, quien se extrema intenta transvasar a un segundo su marca
innata.
Tezanos -siempre difuso,
cuando no contrahecho- sumiso doctrinario enturbia la paz del PP al inquirir,
en su última encuesta, si prefieren a Casado, Feijóo o Almeida candidatos a la
presidencia del gobierno, suponiendo un hipotético adelanto electoral. Tal
movimiento me resulta sorprendente, curioso. Puede que el PSOE esté sopesando
adelantar elecciones ante una coalición indigerible para el BCE o dañina si
Podemos regurgita las condiciones europeas. Considerando muy probable esta
opción, interesaría descabezar en vísperas al PP, único partido que despliega
el papel de alternativa. Ahí podríamos encontrar también la agudeza (no cabe en
el vocablo mayor contrasentido) de conjuntar a Vox y PP con el latiguillo de
extrema derecha. ¿Acaso Podemos puede considerarse árbitro de moderación? Sobra
desfachatez y suciedad. ¡Ojo! El cretinismo, como ayer el miedo, empieza a
cambiar de bando.
No parece que la
pretenciosa “nueva realidad” haya conseguido ningún cambio sustantivo, pues
sigue ofreciendo a todos los niveles viejas ruindades y desenfrenos. Habría
nueva normalidad si cambiaran dialécticas y rituales políticos, pero -a lo que
se ve- aumenta el encallamiento, asimismo encanallamiento, en las relaciones generales
y privativas. Crece no solo el grosor del lenguaje sino los rictus coléricos,
utilizando tácticas guerracivilistas que consiguen (igual que un imán y de
forma irresponsable) ordenar las “cargas” emocionales. Así consiguen formar
grupos compactos, discordantes, que impiden cimentar políticas de prosperidad ciudadana.
Sánchez no tiene doctrina ni plan. Buñuelo de viento, le embriaga ser doctrinario
fementido e hiperbólico. Veremos qué medidas adopta cuando acusemos la crisis
galopante que se cierne sobre España.
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