Si hacemos caso a
“expertos, eruditos o exégetas”, democracia consiste en fingir que se otorga soberanía
a la sociedad, para luego “cederla” a los políticos. Conviene recordar que se
asienta sobre tres poderes clásicos: Legislativo, ejecutivo y judicial, cuya división,
autonomía e imparcialidad debiera ser elemento sustantivo del Estado
Democrático. Quienes tienen algún proyecto putrefacto, totalitario, entremeten “formas”
artificiales a su esencia. Es habitual oírles: “Las formas constituyen un
elemento característico, importante, del sentir democrático”. El objetivo, no
obstante, consiste en equiparar lo principal a lo accesorio, primando este
sobre aquel y consiguiendo, al final, ser aceptado como eje dominante. Abren
una puerta ilegítima a la manipulación para obtener frutos sabrosos, pero que invaden
espacios antidemocráticos. Estos políticos falaces, caros, ajustan las formas -
convertidas ya en basamento democrático- a sus talantes y apetencias.
Días atrás leí que el
gobierno destina catorce mil millones de euros a fondo perdido. Me recordaba a
mí mismo cuando -en la rebeldía quijotesca propia de los años jóvenes, hace ya
mucho de ello- ante le proliferación de carteles: “Propiedad privada, prohibido
el paso”, solía añadir el latiguillo: “Ni tanta ni tan privada”. Era, sobre
todo, la condena vana a aquellas prohibiciones. Ahora, cubierto de años, tampoco
me gustan las barreras porque pretenden amarrarnos utilizando nuestras propias
cadenas mentales. Con parecido talante, recurro al “ni tanto fondo ni tan
perdido” en relación a la noticia que abre el párrafo. Catorce mil millones suman
una cantidad excesiva para subvenciones de toda índole y linaje, más si acaban engullidas
por “un fondo perdido” o la nulidad caótica (recuérdese a Zapatero y los
famosos planes E). Este es el enunciado de algo sombrío, oscuro, licencioso,
revestido con prendas que le aportan cierta pátina solidaria, necesariamente persuasiva,
admirable. Luego, realidad y principios rectores suelen acabar reñidos.
Esos catorce mil millones
representan uno coma ciento veinticinco por ciento del PIB español. Todos
imaginamos (por utilizar un vocablo amistoso) que esa pila de millones financia
fundaciones, asociaciones culturales, oenegés, residencias de ancianos, centros
del jubilado y chiringuitos diversos. Generalmente, sus promotores se definen
progres como si el apelativo fuese llave maestra capaz de abrir cualquier
puerta. Este gobierno social-comunista les ofrece un campo lleno de puertas (giratorias
o no) y ocasiones. Conforma, en frase tópica, “el chocolate del loro”. Hay, sin
embargo, dos cuestiones que me tienen inquisitivo, perplejo. ¿Es posible que
abunde por estas latitudes tantísimo loro? Mientras existan empleos precarios,
miserables, capaces de acrecentar la pobreza, ¿es lógico mantener un país manirroto,
subsidiado, sin estima individual ni colectiva? Por lo visto, a ello nos
encaminamos padeciendo unos impuestos más que confiscatorios a la vez que acumulamos
una deuda impagable. Europa lo sabe, pese a las mentiras de Sánchez.
Nadie niega ya el efecto
sombrío que ha producido la pandemia en la economía mundial. Europa no queda
excluida de esta coyuntura lamentable que se ha cebado con Italia, España y
Francia, principalmente. A consecuencia de tan fatídica resultante, el Banco
Central Europeo se encuentra en difícil equilibrio. Las naciones citadas, junto
a otras de menor influencia, piden financiación para iniciar la remontada.
Alemania, Holanda y otros países -sin graves secuelas- exigen avales para
conceder los préstamos precisos.
Tras múltiples
conversaciones, y si no hay cambios de última hora, España recibirá ciento
cincuenta mil millones, de los cuales la mitad se recibirán a fondo perdido; es
decir, setenta y cinco mil millones. Si el fondo perdido español me dejaba
perplejo, este europeo me produce inquietud. Recuerdo aquel lejano mensaje “el
dinero público no es de nadie” y su asunción exige especulaciones nada clementes.
Quisiera pensar que tal inyección económica sirva únicamente para asentar el
bienestar ciudadano, pero no puedo; la deriva política conocida me lleva a sospechar
apropiaciones, ilustres y abundantes, guardadas en paraísos (nunca mejor dicho)
fiscales. Cronos será juez inflexible, riguroso.
Hay cosas ininteligibles,
inexplicables, por mucho que intentemos encontrar una lógica mínima. Si nos
preguntáramos cómo es posible que un individuo -normal tirando a menos- pueda
dirigir un partido y un país a su antojo, sin obstáculo alguno, con sumisión
exasperante, no encontraríamos respuesta racional. Menos si añadimos que el
individuo garantiza cada día mentiras y tretas indigestas. Hanlon enunció un
principio o navaja: “Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por
la estupidez”; o sea, es más peligroso un estúpido que un malvado. Sin duda,
pero necesita el concurso pleno de gente que no le va a la zaga, incluida una
masa desvertebrada. Purgar al coronel Pérez de los Cobos para desmantelar la
supuesta “policía patriótica” en ciernes, según dijo en el Parlamento, fue un
argumento delirante. Da igual, este rebaño lo aguanta todo.
Nuestra democracia lleva
camino de deslizarse irremisiblemente al despeñadero, al abismo, sin préstamo
ni reversión, a fondo perdido. Ignoro si inquieta más Iván Redondo o Pablo Iglesias;
uno por agresiva audacia que le predispone a huir hacia adelante, otro por practicar
un comunismo extremo y exógeno mientras profesa una placentera praxis capitalista
endógena. Sánchez ha montado un gobierno de la paradoja, del ardid. Perseguir
el poder absoluto -libre de contrapesos- a través del Estado de Alarma,
sobornar a los medios, construir ficciones inconcebibles para desprestigio de
investigadores judiciales (aun de la propia judicatura), verter ignominiosas
calumnias contra la oposición, etc. etc., viejas tácticas bolcheviques, presuponen
acciones que implican, supuestamente, un golpe de Estado. Pues bien, ahora
resulta que quienes proyectan darlo son PP y Vox. Fabrican torpes, fantásticos,
relatos cuyos efectos cada vez deforman menos la conciencia social. Sibilinamente
suman más poder, pero menos credibilidad y ascendiente.
Los medios, en general, se ubican al abrigo
del gobierno alejándose, por tanto, del pueblo que día a día advierte dicha
trayectoria. Aparecen en ellos tertulianos atiborrados de dogma, adscritos a la
irracionalidad que propicia argumentos peregrinos al defender un aspecto y su contrario
parodiando el silogismo. Mientras, un aura de desatino envuelve la jurisdicción.
¿Son también presuntos golpistas? No me atrevería a refrendar semejante juicio,
pero abrigo plena certidumbre en que asemejan tics, mensajes y métodos. Alguien
reconocía que “quien no está con nosotros, está contra nosotros”. Desconozco si
la proposición forma parte vertebral del apetito dictador o constituye un simple
aviso a navegantes. Dicho escenario potencia mi escepticismo natural
obligándome al análisis profundo. La conclusión no me lleva a ningún
pronunciamiento claro, preciso, pero me siento desanimado, intranquilo.
Por cierto, nepotismo y
meritocracia no tienen por qué negarse; el primero carece de circunstancia
atenuante y excluye componendas, su concepto no se puede difuminar.
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