Increíble significa “que
parece mentira o es imposible o muy difícil de creer”. El concepto empieza aparejándolo,
a través de un engranaje empírico previo, con la improbabilidad lógica. Sin
embargo, no excluye definitivamente la realidad por sacrificio que suponga materializar
algo a priori proclive al disparate. Es verdad que cuesta transferir cualquier
precognición a informaciones subsiguientes capaces de alterar dominios,
estructuras, que se consideran inmutables. Tal circunstancia procura dos
consecuencias de gran calado en el comportamiento social respecto a decisiones
que afectan de manera clara a la interacción política, a una presunta y contundente
conculcación gubernamental de los derechos ciudadanos. Por un lado, despeja
todo horizonte divergente a lo que podría entenderse absurdo porque la alarma
indiciaria es insensible al tosco umbral perceptivo. De otro, consecuentemente,
el ulterior abandono del individuo a su propia eventualidad.
A efectos de ejemplo
clarificador, preciso, resumo la historia ocurrida el pasado siglo que reviví
cuando, días atrás, un meteorólogo televisivo hablaba de granizadas y
pedriscos. Exponía diversas esferas, simulando granizo, desde el centímetro de
diámetro hasta los diez. Comentaba que hasta cinco centímetros era un tamaño
asequible, pero poco probable. Si aumentábamos la magnitud, se convertía en
algo prodigioso, quimérico. Interesa comprender cómo existen contingencias
increíbles, porque escapan a lo normal, pero no por ello hay que arrojarlas al
rincón de nuestra mente o voluntad.
Pues bien, ocurrió el
verano de mil novecientos sesenta y tres sobre las cinco de la tarde. Estábamos
en el horno (mi padre era panadero) Mariano -un amigo estudiante de cuarto de
bachiller a quien enseñaba física y química- mi hermano y yo. De pronto, el
cielo se puso plomizo y, tras terrible chasquido, empezaron a caer piedras muy
espaciadas -tal vez varios metros- irregulares y de un tamaño que sobrepasaba
los diez centímetros en cualquier dirección. Lo que avistábamos no era
verosímil. Al día siguiente, Víctor (alcalde a la sazón) pesó una de ellas, sin
fragmentar, llegando al kilogramo. No hubo desgracias personales, solo perecieron
animales amén de destrozos incalculables en tejados e infraestructuras
múltiples. Fue increíble, paralizador, angustioso y real. Nadie en su sano
juicio habría podido imaginar que tal hecho fuera posible, pero acaeció.
El ejemplo no lo he referido
a humo de pajas. Desconozco mejor método para percibir un mensaje embarazoso que
desmenuzarlo adecuándolo a usos y costumbres cotidianos, familiares. Lo
expuesto, deduzco, lleva al común la idea paradójica de que lo increíble no
excluye la realidad. El abandono, esa desidia producida por inacción, por
sospechar que es imposible llegar al súmmum del desajuste, de lo delirante,
marca el comienzo del auténtico desastre al alimentar en los poderosos pasiones
desatadas, sin censura. Es decir, ante vicisitudes extrañas, desazones, pesadillas
de un mal sueño, debemos advertir la existencia de situaciones impensables y
ponernos en guardia antes de que sea demasiado tarde. Por ejemplo, se dice
últimamente que este gobierno social-comunista quiere llevarnos a un sistema
tiránico tras apropiarse de todos los poderes del Estado. Parece poco factible,
pero… Aportemos nuestra parte y rehuyamos dejar sola a Europa.
A mis años, casi setenta
y siete, me siento más perplejo que cuando avistaba aquel meteoro soberbio, gigantesco,
anormal. Era comprensible que, con diecinueve años, mis emociones transitaran del
análisis silencioso e interrogativo al terror. Puede que, a Mariano (algo más
joven) y a mi hermano -menos reflexivo- les atenazara solo un sentimiento de
inseguridad. Ahora acontecen hechos diarios que me transportan a aquella
vivencia inexplicable. Mejor preparado, con buen bagaje, ahuyento cualquier
atisbo de aquella sensación paralizante. Contra el consejo de Augusto Cury:
“Recuerda la sabiduría del agua, ella nunca discute con un obstáculo,
simplemente lo elude” hoy, ni eludo, ni me acongojo (léase el vocablo exacto,
aunque grosero), sino que me rebelo ante este lamentable escenario que venimos
vislumbrando desde hace algún tiempo.
Considero que, muerto
Franco, el devenir de los acontecimientos se orientaban raudos a sueños
ilusionantes, deseados. Sin embargo, pronto empezó a cubrirse un cielo que no
interesaba tan límpido. Aparecieron personajes y siglas dispuestos a torcer los
instintos de una sociedad empeñada en disfrutar la calma esperada largos años.
Recuerdo aquel engañoso golpe de Estado (allá por febrero de mil novecientos
ochenta y uno) que maceró, mortificó, el cuerpo electoral. Constituyó la
primera tormenta antidemocrática que inauguraba una trayectoria espuria, rutinaria
en épocas pretéritas. Quedaba por revestir el amaño con inmaculado ropaje
democrático. Aun advirtiendo los presuntos protagonistas, pagaron el pato
algunos cabezas de turco, tal vez tontos útiles. Por inexplicable que parezca,
aquella fecha marcó la degradación de una democracia recién nacida, pero sana a
primera vista.
Felipe González y Aznar,
desde mi punto de vista, siguieron la inercia marcada e incluso deterioraron el
itinerario político concediendo competencias indebidas y consintiendo abusos
(quizás atropellos) en Cataluña y País Vasco, autonomías útiles para ambos. Llegó
Zapatero para complicar, corromper, de forma casi definitiva la democracia que
hasta ese momento había protegido, al menos, una convivencia serena. Rajoy se
abstuvo de corregir nada, aunque se depositara en él la última esperanza. Aparto
cualquier especulación sobre usos legítimos, o no tanto, de dinero público. Cabe
destacar otra cuestión especialmente curiosa, ilógica: el PSOE no ha aguantado
más de ocho años fuera del gobierno. Produce cierta desazón, pero la izquierda ha
subido al poder después de tres hechos confusos: el golpe de Estado (1981), el
acto terrorista en Madrid (2004) y la moción de censura (2018) realizada por
partidos con claro pedigrí antidemocrático (Podemos), hoy -puede que siempre- antiespañoles
(ERC, JxCat, PNV) y con historial terrorista (Bildu).
Ahora, el gobierno
social-comunista exhibe sobradas prerrogativas, tics, que superan los límites
de una democracia convencional. Birlar al Parlamento un Estado de Excepción, “crisis
constituyente”, previsión de nacionalizaciones, controlar la justicia (de
momento se queda solo en conato), cesar y perseguir a “apóstatas”, culpar al
lucero del alba (si quieren a Viriato) de su incompetencia, transferir millones
a los medios amigos, etc. etc., lleva a evidencias que sugieren el intento de
instaurar un Estado Totalitario. Seguramente, un mundo globalizado, formar
parte de la UE, el bienestar social, una cultura determinada, asimismo vivir al
abrigo del siglo XXI, hagan pensar que llegar a esa situación tiene una
verosimilitud parecida a la que durante un pedrisco caigan piedras de más de
diez centímetros. Sí, sí, pero ese marco increíble, desatado, ya lo padecí.
Por cierto, ¿qué le
aporta a Núñez Feijóo pedir el final del Estado de Alarma en su Comunidad?
Nada, salvo pequeña y superflua renta electoral. A cambio, enaltece a Sánchez brindándole
una falsa imparcialidad mientras debilita a Pablo Casado, único que puede
desbancar a este gobierno sangrante. Lo dicho: Una España increíble.
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