Dar la nota es una
expresión popular utilizada a menudo. Significa tener un comportamiento extemporáneo
o no acorde con lo esperado. El tópico indica que España es diferente. Ignoro
si esta insinuación se refiere al hecho indicado o, aun siendo así, se
complementa además con otros aspectos de mayor o menor encomio. La diversidad no
tiene porqué centrarse solo en perspectivas censurables. Somos un país capaz de
acciones rastreras, pero también de conseguir logros, proezas, insólitos.
Tenemos gran capacidad para levantar pasiones variadas y variopintas. Al final,
nos odian y envidian a partes iguales. Esta circunstancia, tan paradójica como
real, permite que nuestro entorno haya comprendido -quizás empiece a hacerlo-
tan especial idiosincrasia.
Pese a lo dicho, la
sociedad española basa su diferencia, respecto a aquella que conforma la media
europea, en su naturaleza indolente, casi fatalista. Llegamos tarde al
humanismo. Como consecuencia padecimos orfandad de clases burguesas y de
democracias liberales. Semejante marco, origen de todos los males posteriores,
ocasionó un retraso social de dos siglos en relación a los países más avanzados
de Europa. Su consecuencia lógica fue el surgimiento de un pueblo sumiso y con
abundantes déficits democráticos. Es verdad que nuestros políticos dan la nota
a diario. También, y es mucho más grave, que esquilman al individuo
aprovechando la falta de juicio crítico. Cualquier sociedad inculta es caldo de
cultivo para sembrar una conciencia dogmática y sectaria. A lo largo de los
siglos, nuestros gobernantes han potenciado la desunión, el enfrentamiento,
como medio para conservar inalterable su status quo.
Hoy, seguimos de forma
similar a tiempos pretéritos. En ocasiones he recordado que si Ortega viviera
no cambiaría una coma a sus lamentos de hace un siglo. Larra escribiría los
mismos artículos que realizó doscientos años atrás. España cambia algo, poco,
pero sus prebostes nada. Se consideran dueños de esta bendita tierra convertida
en aprisco con nocturnidad y alevosía. La masa, desvertebrada, rota, ha servido
y sirve de carnaza cuando se quiere solventar las diferentes contiendas propiciadas
por un poder insaciable. El horizonte próximo no ofrece ninguna salida. Sentir cierta
esperanza de rectificación constituye un anhelo sin fundamento. Menos ver
enseguida la luz al final del túnel. Hemos llegado al punto de no retorno. Lo
que pueda ocurrir en adelante escapa a cualquier predicción hecha con el mayor
sentido común. Ahora manda el azar, la ruleta rusa.
Veamos algunos casos
donde líderes, o actores secundarios, llevan tiempo dando la nota. Empiezo por
Podemos, partido que ajusta un discurso deshilachado, inconcreto, visceral, al
capricho del voto. Puede ser de izquierdas, socialdemócrata, de centro, independentista,
nacional, según venga el aire. Importa el poder, nada más. Definiéndose continuamente
de democrático, suele inhibirse cada vez que surge un rechazo público e
institucional a ciertas dictaduras. Miembros vip de esta formación, dan el
cante -fiscal y dialéctico- con frecuencia a mayor gloria. Estos buscadores de
oro serían comidilla en mi pueblo a través de la siguiente referencia: “Hay que
ver lo que hay que trabajar para vivir sin trabajar”.
Perdónenme, pero Ciudadanos
no da la nota. Si acaso, desafina medio tono; nada importante si escrutamos el
conjunto. Soy abstencionista confeso, por tanto no interpreten intención ni
subjetivismo. Por la misma razón, tampoco deben hacerlo de las palabras que
expongo a continuación sobre el PSOE. Este partido, desde Zapatero, protagoniza
la exclusiva. Nadie como él ejecuta las salidas de tono con tanta intensidad.
Puede que sus perspectivas de gobierno le hagan perder el oremus. Desde esa
boutade de Pedro Sánchez anunciando, urbi et orbi, la negativa a pactar con el
PP, dar la nota para aquel partido no es una casualidad, es una vocación. ¿Cómo
va a liderar el cambio quien desconoce qué se debe cambiar? ¿Qué significa instaurar
una España Federal para que Cataluña se sienta gustosa en su seno? ¿Simétrica o
asimétrica? Otro mago embaucador no, por favor.
El PP le va a la zaga y
acortando distancias. Los ministros, salvo honrosas excepciones, aman el cante
por encima de cualquier otra consideración. Ahora que Rajoy ha dispuesto que
pisen el albero, esto se ha convertido en un jolgorio, el club de la comedia. Nadie
puede decir, igualando los tiempos, tantas sandeces. Es imposible. Lo malo es
que ellos piensan que son sandeces y las sueltan creyendo bobo de precisión al
contribuyente español. Pronto sabremos si aciertan. El broche de oro lo pone
una salida de tono que da el cante: quieren que el Tribunal Constitucional
acometa la dualidad de ser, asimismo, un órgano ejecutivo.
Donde la romana se ajusta
por arrobas (locución de la manchuela castellano- manchega) es en los
independentistas y en estos municipios de cien días. Los independentistas que
son fluidos -pero no miscibles- no dan el tono, lo bordan. Madrid, Barcelona y
otros ayuntamientos, quebrados o no, destacaron estas fechas de análisis y
satisfacciones en dar el cante colectivo, de grupo selecto. Calientes aún los comunes
afanes nepotistas, cada cual dio su nota particular. Carmena, verbigracia,
apuntó la frialdad mediática como excusa a la nada municipal. Pero para nota,
nota, la de verdad, la literal, aquel ocho notabilísimo que se autoadjudicó la
señorita Maestre, hija de su padre. Es el talante falaz e hipócrita de “Juan
Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario