viernes, 4 de septiembre de 2015

ÁNGELES, ARCÁNGELES, SERAFINES Y QUERUBINES


Según la angelología, los ángeles son criaturas de gran pureza que protegen a los seres humanos. Aquellos que ostentan mando, jerarquía, se les llama arcángeles. Quienes conforman el coro celestial, en segundo plano, se denominan querubines, tras los serafines que llevan la voz cantante. No pretendo, ni mucho menos, plasmar hondas o superficiales lucubraciones sobre el conjunto de espíritus que acompañan a los dioses de las tres religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo y mahometismo. Por el contrario, quiero realizar una analogía entre el ámbito celestial, que trasciende la razón, y el poder terrenal, que es esquivo ante la piedad, la justicia, el sentido común.

El artículo surge de la crisis migratoria generada, principalmente, por la guerra de Siria. Llevamos días en que las cámaras reflejan miseria y muerte. Millares de refugiados caminan exhaustos por tierras húngaras sin que nada ni nadie pueda detener su huida de esa violencia que insiste en atraparlos. Aylan, el pequeño sirio a quien la muerte dejó mecer por las suaves olas de una playa turca, sacudió la entumecida conciencia europea. El eco de los bombardeos repletos de cadáveres no fue suficiente para franquear el umbral de las emociones, de los sentimientos. Lo que no percibimos carece de vida; no existe. Ahora, un poco tarde, los gerifaltes de Europa comprenden por fin el horrible infierno por el que pasan niños, jóvenes y adultos. Debido a esto piensan aumentar la cantidad de refugiados en sus planes de acogida.

Sin embargo, hemos visto como los ángeles: voluntarios, Cruz Roja, personas anónimas, organismos diversos y fuerzas del orden, han coadyuvado sin desmayo a hacer algo más llevadero el suplicio originado por la guerra, el egoísmo y la ofuscación. Son auténticos ángeles de carne y hueso dispuestos al mayor sacrificio para auxiliar a un semejante. Ejemplar, loable, su esfuerzo gratuito; alejado de reconocimientos o distinciones. Se mueven por humanidad, esa pulsión exclusiva de individuos nobles, generosos, indispensables en este mundo cruel donde pueda encontrarse todavía algún hálito de esperanza, donde reine la solidaridad. Soberbia su labor y entrega.

Con mayor potestad, menos eficacia y conciencia social, los arcángeles quedan paralizados por un poder complejo, mezquino, sumergido en la parsimonia e injusticia. Falta de acuerdo, insensibilidad ante el drama, pereza, impiden a la UE adoptar medidas urgentes. Países irresolutos, insolidarios, se oponen frontalmente a acoger un número definitivo de gentes que viven perseguidas por el infortunio. Gobiernos premiosos dilapidan tiempo, no en compromisos sino en acordar fechas de las próximas reuniones al efecto de reseñar cuotas de reparto. Mientras, alcaldes de Podemos (sus marcas blancas), se reúnen en Barcelona -sin contar con la FEMP- bajo el espectro de un aquelarre sectario; selecto pero impreciso. Reclamo y brindis al sol, junto a bancarrotas tácitas o expresas, conforman el análisis de cien días reducidos a muecas y a la nada pomposa. Ellos sí van a acoger a refugiados. Falta saber, fuera de ofrecimientos particulares, el cómo y el cuándo. Un mohín más. Los arcángeles terrenales dejan mucho que desear.

Medios audiovisuales, prensa, tertulias, debates, periodistas célebres -acreditados- forman el primer coro celestial, la primera orquesta del poder, la mejor afinada. Son los serafines. Desempeñan una tarea atractiva, confortable, bien remunerada. Sus lisonjas al poder calan lentamente en el individuo formando una conciencia social aparente, inasequible, dogmática. Establecen una simbiosis perfecta con el dios dominio; ya sea político, social, financiero o religioso. Ambos se necesitan y son tan similares que pueden llegar a confundirse. Uno se nutre de otro y viceversa. Ignoro quien hace de hábitat natural y quien de camaleón, aunque me temo que pueden alternarse indistintamente sin realizar un esfuerzo extra. Viven de la argucia, del enredo y de la mentira. Decía Kapuscinski: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Amén.

Quedan, para el final, los querubines. Constituyen el segundo coro celestial, la plebe. Son la verdadera base del poder, su sustento firme, genuino, cautivo. Pese a la carga afectiva del vocablo, a la belleza estética y a la melodiosa fonética, querubín entraña una muchedumbre variopinta, con preocupantes trazas de indigencia cívica e intelectual. Sí, el pueblo somos los querubines del poder; su bien amado y al tiempo maldito. Cedemos nuestra fuerza, que es ordinaria, para fines que debieran ser dignos, extraordinarios. Esta eventualidad, que es un error clamoroso, la pagamos a un precio excesivo. Como suele decirse, nuestra necedad nos hace perder el pan y el perro. Gregorio Marañón aseveraba: “La multitud ha sido en todas las épocas de su historia arrastrada por gestos más que por ideas. La muchedumbre no razona jamás”. Y él sabía mucho del comportamiento humano a nivel individual, pero también colectivo. Intentemos, tras un extraordinario acto de inteligencia, probar cuán equivocado estaba. Demostrémoslo en unos meses. A lo peor, resulta imposible porque sus razones eran incuestionables.

 

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