La aparición de Rajoy en el Senado,
aparte de estrenar un agosto constreñido y festivo (hoy celebramos el día mayor
en las fiestas de mi pueblo), resultó ser un panegírico al oscurantismo,
asimismo al regate. El fiasco, alcanzó -pese a distinguidos hermeneutas- cotas
insólitas. Lo tenía difícil, imposible. Indicios y evidencias (contundentes
para la masa social) levantaron un muro infranqueable, iconoclasta. Configuró
un lastre oneroso, lacerante, mortal. La faena de aliño lo puso a los pies de
los caballos. En este momento, resulta ofensivo tanta grandilocuencia, autoenvolverse
en España para acabar con esa identificación falaz: partido, persona y país.
Erigirse en garante del estado no puede estimarse patrimonio de nadie. Como la
corrupción o el extravío, es flaqueza que afecta al conjunto de siglas y personajes.
Diógenes tampoco encontró al hombre sin tacha. No creí al presidente. La tan
cacareada ocasión se trocó en otro brindis al sol. Rajoy no supo, o no pudo,
deslindar su ética -puesta en tela de juicio- de aquella que Bárcenas exhibe
con desahogo. Lo vi inconsistente.
Rubalcaba, preso de un partido partido
(aquí la redundancia desempeña el papel de atributo necesario), curiosamente en “franca”
vorágine aniquiladora, aprovechó una oportunidad de oro para “partirse el
pecho”. Aunque muestra cierta endeblez física y política, el mentiroso más
sincero -Cendoya dixit- vertebró su intervención en las mentiras de Rajoy, un
déjà vu. Don Alfredo, experto maquinador, distribuye (a veces arroja)
credenciales ominosas para enmascarar sus propias lacras. Un trágico trece de
marzo, con ciento noventa y dos muertos que todavía vagan en una reseña plagada
de interrogantes, traspasó la cancela
que llenó de iniquidad toda acotación pública. Esa fecha supuso el pistoletazo
de salida para que maniobras -falsas pero eficaces- asolaran el ruedo nacional.
El PP miente se convirtió en fructífero eslogan que, inundando la mente
colectiva, llevó al PSOE a un poder azaroso e inicuo y a España al abismo.
Rubalcaba, digo, desmenuzó -por el
infrecuente habitáculo del Senado- una batería de datos, a decir verdad,
bastante bien estructurados. Rebatir su naturaleza y carga testimonial
resultará misión imposible. Desconozco la respuesta de Rajoy porque entretanto
doy vida a estas líneas. Presumo mejor opción correr un tupido velo, si el
presidente no quiere seguir cavando su tumba crediticia. Pe punto, como otrora
deleitara al jefe opositor, había alimentado un discurso concluyente, obvio, perentorio.
Cualquier incursión a la contra corre el riesgo de quedarse desnudo, sin
argumentos rigurosos y de patinazo palmario por complejas arenas movedizas
capaces de tragarse, incluso, un gobierno entero. Mejor evadir la provocación
que protagonizar un suicidio personal, quién sabe si colectivo. Salvo
impenetrable necedad, vaticino una respuesta entre olvidadiza y cándida. No
obstante, Rubalcaba es el prototipo casi obsceno de la mentira, pero pasa
aviesamente el sambenito a los demás. Personifica a la perfección aquel
proverbio: “Dijo la sartén al cazo…”
A posteriori supe que Rajoy vertebró su
réplica implorando un acto de afirmación asentado en una supuesta solidez
ética, a favor del presidente, en comparación con la de Bárcenas, investido de
chorizo. Cometió un yerro de antagonismo. Para lo sociedad española, chorizo y
político son vocablos sinónimos. Luego recurrió al tópico del tú más. Asumió la
prioridad jurídica sobre la política. El mismo traspié le supuso al PSOE
peregrinar por un camino penitencial a cuyo término se encuentra el abismo. En
ocasiones, el bosque impide focalizar la esencia del análisis en un árbol. He
aquí el caso. “Me equivoqué con Bárcenas”, reconoció. Ignoro si como virtud,
tal vez excusa, dijo que él siempre ayudaba a sus colaboradores, salvo
inculpación reglamentaria. Mentira flagrante. Camps, a quien debe la
presidencia del partido y del Gobierno, fue exculpado y abandonado al
ostracismo. Curiosa forma de ayuda y agradecimiento al acreedor.
La participación de Durán obtuvo nota
cum laude de previsión y empaque. La Comisión de Política Fiscal y Financiera,
reunida curiosamente el día treinta y uno, aprobó un quebranto asimétrico a
beneficio de Autonomías concretas (Cataluña, una). Montoro, al iniciarse la
jornada, pregonaba un déficit único del uno coma tres por ciento, para deponer
coraje y coherencia a la hora vespertina. El portavoz de CiU, agradecido,
blandió un “vivo sin vivir en mí” regateándole al ejecutivo responsabilidades y
premuras. Sin embargo, ellos facilitaban carta de orfandad allá donde su
competencia permitía el cumplimiento. Al compás de Rubalcaba, amordazaron su
parte alícuota de indigencia moral que debiera frenar repudios y demandas. Fue,
sin contemplaciones, una expresión de fe enraizada en el óbolo; por tanto, algo
inmunda.
Agosto, vacacional amén de tórrido,
inauguró una comparecencia forzosa, remisa y desafortunada. Ahora, tras el paso
del huracán político, el contribuyente anda a medio camino entre la suspicacia
y el hastío. No sabe a quién creer, pero la amarga experiencia le lleva a maliciarse.
Políticos y sociedad divergen. En esta tesitura, más que la verdad, cabe aportar
el crédito. Cumplir tal objetivo presenta dificultades notables porque aquí, en
España, el político siempre pretende enmendar al ciudadano la plana. Rajoy,
Rubalcaba y Durán -artífices por hoy del país- jugaron sus cartas, todas ellas
marcadas. Futuro y pueblo decidirán quién se lleva la baza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario