Hace años, casi dos décadas, trencé un
artículo cuya tesis principal giraba en torno a mi escepticismo sobre la trayectoria
del recién estrenado Mercado Común Europeo. Le auspiciaba un colapso inmediato.
La codicia de ciertos estados continentales y las inveteradas suspicacias
inglesas, acuñaban una vida incierta, breve. Era la naturaleza de los
argumentos desplegados. Hoy, confieso mi extrañeza -no exenta de recelo-
porque, contra viento y marea, haya llegado a la mayoría de edad. Si bien iba
cumpliendo etapas, años, su existencia se ha visto empañada por la peor afección:
el descrédito. Le ha tocado en desgracia desplegar más divergencias que
acuerdos en cualquier escenario o controversia.
El problema de la vieja Yugoslavia no
sólo fue germen de una guerra larga y cruenta (indirectamente sentó las bases
para otra nueva, fecunda en bajas) sino venero de la melindrosa exhibición de
una UE aparente, desvertebrada y cobarde. Se presentó una ocasión redonda para
enarbolar genio, figura, autoridad. Sin embargo, titubeos -más bien
deserciones- llenaron los despachos diplomáticos. Otros dieron el primer paso,
dejando al descubierto un vergonzoso grado de incuria o, peor aún, de
insolvencia. Luego, en un gesto para
salvar pruritos ancestrales, la OTAN vino a resarcir actitudes timoratas.
Europa perdió así una ocasión única para apuntalar la preeminencia que le
debiera corresponder en el concierto internacional.
La crisis económica, angustiosa en
Irlanda y países mediterráneos, nos permite constatar -con escasas
probabilidades de error- la inutilidad de una institución cuyo exclusivo
objetivo pasaba por acabar con los stocks de producción en naciones muy industrializadas.
Dichos sobrantes podrían consumirse en un mercado subvencionado y europeo. Por
esto, algunos gobernantes (básicamente franceses y alemanes o viceversa)
recibieron el inmerecido crédito de estadistas pre(ocupados) por una falsa federación
europea. Todos buscaban beneficiar a sus respectivos países por encima de
cualquier interés general. Adenauer, Schumann, Monnet y De Gasperi, son
considerados padres de una UE en ciernes. Adenauer -con evidentes tics
autocráticos- y Schumann eligieron el Sarre como centro neurálgico del futuro
organigrama europeo. Un botón de muestra que resultó fallido gracias a la
negativa de sus habitantes.
Estos días, por avenencias electorales -lógicas
pero inmorales desde un punto de vista social- la señora Merkel habla del admisible
abandono del euro. Pesa en su ánimo la participación alemana en los diferentes
rescates de naciones con escaso aval. Le vino mejor la ayuda económica que
recibió para conseguir la unificación. También el hecho de convertirse en
acreedor único de la Unión Europea; un colonialismo impuesto por la fuerza
monetaria, más eficaz que la militar. Todo tiene su costo. Utilizando una sabia
terminología castiza “no se puede hacer tortillas sin romper huevos”. El
empobrecimiento europeo conlleva necesariamente la penuria alemana.
Gran Bretaña jamás sintió entusiasmo e
inclinación por ninguna empresa que vinera del continente. La Historia le
recuerda que Europa continental trae problemas, sinsabores e inseguridad. Sus
filias se encuentran allende los océanos. Conforma, respecto a UE, un fiel
confidente de EEUU, un Caballo de Troya informativo, sin carga belicosa. Para
Cameron, para los ingleses, someterse a la normativa europea le supone un
esfuerzo parejo al de frau Merkel, aunque por distintas razones. A una le guía
un supuesto bienestar económico; al otro pudiera asemejarle traición cierto
presunto alejamiento, por fuerza mayor, del paraguas americano. Cada cual busca
preservar la sombra que mejor gusta.
¿Y el resto? Francia, dañada su economía
por corrupción o avatares diversos, cuenta poco en este monólogo alemán.
Hollande, de padre ultraderechista y con su popularidad en caída libre, carece
de toda fuerza moral y política para liderar un movimiento que pudiera frenar
toda manifestación antieuropea. Italia, sentenciado Berlusconi a pena de
cárcel, y España, a caballo entre corrupciones y financiaciones ilegales,
ocupan sus desvelos en narcotizar a los respectivos ciudadanos. Ignoro si lo
logran, pero centran esfuerzos necesariamente en cuestiones domésticas. Más
allá, queda un escenario de lastre; como poco, de perezosa indolencia. Bastante
onerosa, por cierto. Cálculos y expectativas se han consumido víctimas de la
realidad.
Una voluntad artificiosa nunca puede ser
benigna ni eficaz. No hace tanto, media Europa peleaba contra la otra mitad
ambicionando imponer condiciones, cuando no exigencias compensatorias. Ahora,
los famosos rescates se convierten en auténticas invasiones. La sociedad
-cualquiera de ellas, rescatadoras o rescatadas- sienten vértigo. Además, el
costo burocrático agrava la pérdida de soberanía nacional. UK Independence
Party –inglés- y Alternativa Para Alemania (AfD) -alemán- apuestan con
encendidos, asimismo cuantiosos simpatizantes, por la disolución ordenada de la
zona euro. Bien, si todo va sobre ruedas, pero aceptamos el desbarajuste, y con
desgana, sólo de los nuestros. Adiós Europa.
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