Patriota, indica el diccionario, es persona que tiene amor a
su patria y procura todo su bien. Jaume Perich decía que “hay dos tipos de
patriota: el que ama a su país y el que ama al gobierno de su país. Lógicamente
los gobiernos consideran más patriota a estos últimos”. El actual marco
político español brinda la posibilidad de analizar, in situ, quién asume tan ligera
concepción y quién admite la figura contraria: antipatriota o falso patriota.
Parece que quienes tienen claro todo protagonismo son los políticos divididos en
dos bandos irreconciliables. Al personal de a pie, le cuesta advertir con qué
bando se siente más concernido cuando, a la postre, antes o después, todos han cometido
parecidas felonías. Tal vez se salven aquellas siglas recién llegadas al
panorama político nacional. Pese a todo, jamás se había llegado al momento absurdo
-amén de temerario- en que nos encontramos, de cuyo arranque mediato pocos
pueden eximirse.
La actualidad nos muestra descarnada el momento peliagudo,
terrible, en que está envuelta España. Los que ahora se acusan recíprocamente
de ser responsables lo son; pero no uno u otro alternándose, sino los dos a
tiempo completo. PSOE durante cuatro legislaturas, incluso con mayoría
absoluta, dejó cuantiosos pelos en la gatera por sembrar pactos -al ser preciso-
con los nacionalismos catalán y vasco. Instituyó un método o privilegio que
vino bien a Aznar, su sustituto en el gobierno. Ambos concedieron excesivas competencias,
principalmente educativas y sanitarias, que
permitieron adoctrinamientos en masa y uso partidista de las mismas. Cuando
alguien argumenta (para justificar actuaciones poco patrióticas, e incluso
ilegales) que se han utilizado mediadores, ahora “relatores”, sin distinción de
siglas, los afectados oponen que el nacionalismo entonces no era
independentista. La Historia muestra que, al menos el catalán, lleva siglos optando
por una independencia más o menos veraz.
Cierto es que también los partidos políticos tienen derecho a
evolucionar. La socialdemocracia siempre ha defendido un Estado jacobino,
centralista, unido, fuerte. Parecidos ahíncos han mostrado regímenes conservador-liberales.
Sin embargo, nuestro PSOE -tras Felipe González- se ha radicalizado convirtiéndose
en sosias de aquel que llevó al enfrentamiento civil hace ochenta años largos.
Ignoro si es debido al intento de ganar socialmente una guerra perdida o forma
parte de la absurda venganza hacia un país, instigando el disparate y su lenta
destrucción. Tal vez constituya la obra diabólica de dos presidentes ínfimos,
necios y hasta perversos. Zapatero y Sánchez, diferentes en cuanto a maldad
política, han roto cualquier vestigio de moderación, de entendimiento con el
contrario, ideológico, en aras del bienestar ciudadano. Entre cordones
sanitarios (Pacto del Tinell), estigmatización del PP y ofuscaciones varias, abominaron
realizar auténticas políticas de Estado. Veremos el peaje que le tocará pagar.
Pese a todo, el PP me sorprende. Clava aquel viejo refrán: “Después
de irse la liebre, palos a la cama”. Es patético testigo de su propio proceder.
Ahora, en la oposición, todo le parece desastroso, olvidando que tuvo mayoría
absoluta para derogar ciertas leyes que hoy critica. ¿Por qué el PP pasó en
cuatro años de tener ciento ochenta y seis diputados a solo ciento veintitrés?
¿Precisa el señor Casado que se lo indique yo? Le sobra razón, pero le falta
autoridad moral; pues habla en nombre de un partido que es imposible renovar en
ocho meses. Los individuos pueden arrogarse las bondades que quieran; no
obstante, los colectivos suelen ser más lentos a la hora de adquirir el crédito
necesario, imprescindible. Un político perspicaz, cauteloso, debiera tener algo
más de cuidado con sus manifestaciones para evitar futilidades que llevan al
hazmerreir y desdén intelectual. De todas formas, hay diferencias notables
entre PP y PSOE.
Sánchez, paradigma del antipatriota, pretende enrocarse en La
Moncloa al precio que sea, sufragado por los españoles. Conocidos esos veintiún
puntos que el gobierno catalán exige al presidente, difundidos por Torra ante
la cobardía del nuevo literato, se ha iniciado una polémica desaforada por el vocablo
“relator” que pervierte el papel del “observador” internacional propuesto por
la “mesa de partidos catalanes” con ausencia de PP y Ciudadanos, a la sazón el más
votado en Cataluña. Superado el titánico esfuerzo de la ministra Calvo por
hacer inteligible un galimatías (torpe intento), el resultado fue
insatisfactorio incluso para algunos barones y miembros destacados del propio
PSOE. Realmente es complicado digerir cómo una doctrina jacobina, solidaria,
que propugna igualdad de derechos y deberes tolera siquiera la pérfida maniobra
de plantear el desgarro nacional. Sánchez ha patrimonializado el partido para
su propio interés.
Bergamín sostenía con acierto que: “Detrás de un patriota hay
siempre un comerciante”. Por este motivo, la diferencia entre los
independentistas catalanes, Sánchez y adláteres con respecto a PP, Ciudadanos y
Vox, es que aquellos pretenden un beneficio personal, aunque se quiebre la
unidad de España -garantizada por la Constitución- y estos un fruto electoral,
también sometido a intereses personales, para mantenerla unida. A la escandalosa
propuesta de Torra, risible por delirante, atendida con rubor por Sánchez (en
principio aceptando un “relator”), responden los partidos de centro derecha con
la convocatoria fructífera de manifestación en Plaza Colón. Es curioso que
cuando la derecha hurta protagonismo callejero a la izquierda, esta se carga de
razón e imputa a aquella los males provenientes del odio y la crispación. ¡Ay!,
cuán corta resulta a veces la memoria.
Gruesos calificativos, no exentos de sentido, parten de los
medios audiovisuales y se leen en la prensa escrita. Porque, también ahora, el
cuarto poder quiere dejar su impronta ajustándola a filias y fobias recreando
una opinión pública sujeta a rentas espurias. Mientras algunos recriminan,
entre la justeza y el agravio, procederes inesperados, insólitos al menos,
otros jalean el esfuerzo dialogante del ejecutivo. Hay quien afirma la imposibilidad
de acuerdos para, a renglón seguido, proponer salida a los desacuerdos. En fin,
toda una gama amplia de voces contrapuestas que llenan el espacio de ataques y
loas envueltos en osados argumentos. Llega la hora de perturbar la paz judicial,
quebrantada por acordes musicales que se escuchan tras el biombo de los presupuestos.
Hemos topado con una caterva de políticos felones, de falsos patriotas. Por
cierto, los patriotas no hacen teatro, odian la farsa.
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