Ultimar la naturaleza
del hombre parece tema apasionante y complejo. Sin embargo, percibir sus
entrañas, franquear el umbral de la máscara, es condición sine qua non para
desterrar aquellos desmanes a que son sometidos los necios. "Quien no te
conozca, te compre" constituye la sentencia que debe impulsar nuestro afán
político. Quisiera evitar asimismo polémicas innecesarias que exceden el
objetivo de estas líneas e incluso pudieran tergiversar la escena apetecida. El
individuo, visto desde la óptica cristiana, está conformado por una parte
tangible (el cuerpo) y otra inmaterial, abstracta, (el alma o aliento vital).
Ambas son necesarias en vida; tanto que la eliminación de cualquiera provoca la
muerte física o, peor aún, arrastrar una existencia anodina y frustrante. El
común carecemos de la fortaleza precisa para, al igual que aquel diácono
malagueño martirizado en mil novecientos treinta y seis, clamar a los cuatro
vientos: "podéis matar mi cuerpo, pero no mi alma". Remotas las
ejecuciones masivas, el vigor social sufre crueles sacudidas por gentes
desaprensivas e indignas.
Vivimos tiempos
revueltos. La discrepancia, en sus diferentes extremos, parece adueñarse del
entorno. Encuentra mil excusas para gestarse y apetece, a menudo, objetivos
contrarios a los que proclama. El fundamentalismo religioso, la confrontación
entre civilizaciones o los arrebatos nacionalistas, son causa general de
estragos atroces y arbitrarios. El orbe desconoce espacio libre de estas prácticas
inclementes, lugar en que se acote el atentado y desenfreno.
Cada vez con mayor
frecuencia aparecen reseñas provocadas por la intervención de auténticos
granujas, estafadores sin más, que viven al amparo de un simulacro permanente.
No se ceban en eliminar la sustancia corpórea, pero envilecen el alma social
que se desploma hecha jirones. Implantan un mundo donde las virtudes ceden el
paso al relativismo diligente que hurta al ciudadano una vida plena; un mundo
en que la economía, la paz y la solidaridad son sólo deseos efímeros. Julio
inició su andadura sorprendiendo al personal con la operación SAGA. Una
denuncia interpuesta por la Asociación de Internautas contra los directivos de
la SGAE, fue el detonante para descubrir un presunto delito societario según el
cual se desvían cuatrocientos millones de euros. Tedy Bautista, sempiterno
presidente reelegido en fecha inmediata e insólito "fiscal",
perseguidor implacable de quien osara burlar los derechos de autor (incluyendo
piezas anónimas), dimite (ya detenido junto al resto de inculpados). Ahora,
meses más tarde, superadas las primeras investigaciones, los medios divulgan la
dilapidación de treinta millones de euros en lujos y gastos personales varios.
La noticia, coetánea
a aquella otra que describe las anomalías de la directora general de la CAM,
provoca (en momentos duros) rabia, impotencia e ira contenida, contra estos
zánganos sociales. Sin embargo no debemos olvidar el apoyo (la impunidad) con
que personas, instituciones y gobiernos suelen distinguirlos. ¿Quién olvida la
cobertura legal ofrecida por el ejecutivo a los emperadores del Canon? ¿Hay
alguien capaz de excusar el apaleo que sufre la colectividad por la crisis y
por un gobierno prepotente, indigno y vacuo? ¿Acaso hemos de soportar la requisa
masiva como impuesto forzoso para gozar un ápice de licencia? ¿Es consustancial
a la democracia el escenario descrito? ¿Nos mienten o quizás consentimos
engañamos?
Los anteriores
interrogantes superan las formas preceptivas del informe para convertirse en
puntos de reflexión soberana. La libertad no se regala, hemos de conquistarla
día a día. El terrorismo fomenta su mengua. Aquel que mata, pero también ese
que (sin lesión física alguna) apadrina el poder y sus aledaños. Todo
terrorismo sanguinario destruye e inmola al individuo; el otro aniquila la
convivencia.
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