domingo, 2 de octubre de 2011

EL OTRO TERRORISMO


Ultimar la naturaleza del hombre parece tema apasionante y complejo. Sin embargo, percibir sus entrañas, franquear el umbral de la máscara, es condición sine qua non para desterrar aquellos desmanes a que son sometidos los necios. "Quien no te conozca, te compre" constituye la sentencia que debe impulsar nuestro afán político. Quisiera evitar asimismo polémicas innecesarias que exceden el objetivo de estas líneas e incluso pudieran tergiversar la escena apetecida. El individuo, visto desde la óptica cristiana, está conformado por una parte tangible (el cuerpo) y otra inmaterial, abstracta, (el alma o aliento vital). Ambas son necesarias en vida; tanto que la eliminación de cualquiera provoca la muerte física o, peor aún, arrastrar una existencia anodina y frustrante. El común carecemos de la fortaleza precisa para, al igual que aquel diácono malagueño martirizado en mil novecientos treinta y seis, clamar a los cuatro vientos: "podéis matar mi cuerpo, pero no mi alma". Remotas las ejecuciones masivas, el vigor social sufre crueles sacudidas por gentes desaprensivas e indignas.

 

Vivimos tiempos revueltos. La discrepancia, en sus diferentes extremos, parece adueñarse del entorno. Encuentra mil excusas para gestarse y apetece, a menudo, objetivos contrarios a los que proclama. El fundamentalismo religioso, la confrontación entre civilizaciones o los arrebatos nacionalistas, son causa general de estragos atroces y arbitrarios. El orbe desconoce espacio libre de estas prácticas inclementes, lugar en que se acote el atentado y desenfreno.

 

Cada vez con mayor frecuencia aparecen reseñas provocadas por la intervención de auténticos granujas, estafadores sin más, que viven al amparo de un simulacro permanente. No se ceban en eliminar la sustancia corpórea, pero envilecen el alma social que se desploma hecha jirones. Implantan un mundo donde las virtudes ceden el paso al relativismo diligente que hurta al ciudadano una vida plena; un mundo en que la economía, la paz y la solidaridad son sólo deseos efímeros. Julio inició su andadura sorprendiendo al personal con la operación SAGA. Una denuncia interpuesta por la Asociación de Internautas contra los directivos de la SGAE, fue el detonante para descubrir un presunto delito societario según el cual se desvían cuatrocientos millones de euros. Tedy Bautista, sempiterno presidente reelegido en fecha inmediata e insólito "fiscal", perseguidor implacable de quien osara burlar los derechos de autor (incluyendo piezas anónimas), dimite (ya detenido junto al resto de inculpados). Ahora, meses más tarde, superadas las primeras investigaciones, los medios divulgan la dilapidación de treinta millones de euros en lujos y gastos personales varios.

 
 
La noticia, coetánea a aquella otra que describe las anomalías de la directora general de la CAM, provoca (en momentos duros) rabia, impotencia e ira contenida, contra estos zánganos sociales. Sin embargo no debemos olvidar el apoyo (la impunidad) con que personas, instituciones y gobiernos suelen distinguirlos. ¿Quién olvida la cobertura legal ofrecida por el ejecutivo a los emperadores del Canon? ¿Hay alguien capaz de excusar el apaleo que sufre la colectividad por la crisis y por un gobierno prepotente, indigno y vacuo? ¿Acaso hemos de soportar la requisa masiva como impuesto forzoso para gozar un ápice de licencia? ¿Es consustancial a la democracia el escenario descrito? ¿Nos mienten o quizás consentimos engañamos?

 

Los anteriores interrogantes superan las formas preceptivas del informe para convertirse en puntos de reflexión soberana. La libertad no se regala, hemos de conquistarla día a día. El terrorismo fomenta su mengua. Aquel que mata, pero también ese que (sin lesión física alguna) apadrina el poder y sus aledaños. Todo terrorismo sanguinario destruye e inmola al individuo; el otro aniquila la convivencia.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario