Días atrás, en espectáculo impreciso dentro del
índice al uso: tragedia, drama o comedia, el candidato Rubalcaba (perdón, señor
Rubalcaba) en campaña electoral por Orense, transportado ante la evocación de
los progenitores del ministro Blanco (cada vez más cetrino), se dirigió a
ellos, mirando al micro directamente tal que Hernández Moltó (todavía incólume,
impoluto, en CCLM) exigía a Mariano Rubio, para descubrirles arrobado y
pretencioso: "Tenéis un hijo honesto". Engolando al máximo repitió la
aseveración; no sé si por inercia tras el arranque de fe o por chanza burlesca
a Javier Arenas. A estas alturas sigo sin comprender por qué no utilizó la
reserva del hogar Blanco-López para desvelar apologético, a unos padres
afligidos, la virtud de su retoño. ¡Qué manía de lanzar a los cuatro vientos
retazos íntimos! ¿Se precisa tanta inmoderación para lograr unos votos? Al
ciudadano de a pie le importa un bledo cómo gestionen los políticos calmas o
urgencias del bajo vientre.
Permítame el lector que relate una anécdota personal. Un paisano afable, bromista, pícaro, íntimo amigo de mi padre (ambos desaparecidos) y curiosamente mío superando la diferencia de edad, cada vez que lo veía, cuando yo iba al pueblo, me interesaba por su estado. Octogenario ya, la respuesta sempiterna, socarrona, señalándose la cintura, era: "De aquí para arriba estupendo, para abajo no tanto". Centraba, tal vez sin darse cuenta, la diferencia entre honesto y honrado. Si la honradez exige ajustar toda acción humana a las pautas del bien obrar, advertir los límites que marcan las leyes naturales, el honesto parece saciarse con orientar en la templanza ese afán cuyo establecimiento no precisa concreción. Una y otro presentan diferente trascendencia social; por tanto desiguales grados de calificación, de maldad y de condena. Al deshonrado se le reprueba, al deshonesto se le tolera.
Permítame el lector que relate una anécdota personal. Un paisano afable, bromista, pícaro, íntimo amigo de mi padre (ambos desaparecidos) y curiosamente mío superando la diferencia de edad, cada vez que lo veía, cuando yo iba al pueblo, me interesaba por su estado. Octogenario ya, la respuesta sempiterna, socarrona, señalándose la cintura, era: "De aquí para arriba estupendo, para abajo no tanto". Centraba, tal vez sin darse cuenta, la diferencia entre honesto y honrado. Si la honradez exige ajustar toda acción humana a las pautas del bien obrar, advertir los límites que marcan las leyes naturales, el honesto parece saciarse con orientar en la templanza ese afán cuyo establecimiento no precisa concreción. Una y otro presentan diferente trascendencia social; por tanto desiguales grados de calificación, de maldad y de condena. Al deshonrado se le reprueba, al deshonesto se le tolera.
Rubalcaba,
que conlleva bien fama de cualquier cosa excepto de angelical, debe conocer el
contraste entre ambos términos. Creo, incluso, que utilizó honesto a propósito,
de manera sibilina, impropia; ora acariciando en la confusión una sinceridad
inusitada, ora blasonando una cualidad de escaso incentivo. Al señor Blanco, en
este trance, no se le aprecia tacha, no se le ha hecho acreedor a la sospecha;
está puro, limpio de indicios rotundos. Diferente rasero habría que aplicarle
en aquel aspecto donde el recato se aleja como sinónimo, donde la flaqueza
humana carece de asiento físico. La honradez, pues, del señor portavoz (a lo
que se aprecia) queda en cuarentena; no así su honestidad, sin atractivo para
el contribuyente pese al tirón causado a don Alfredo. ¡Cuán suelto se muestra
aun escapándosele todo dominio de la mano!
Tras las primeras investigaciones de
la operación SAGA, emerge a la luz pública que Pedro Farré (jefe del gabinete
de Teddy Bautista) "fundió" diecisiete mil trescientos euros, que
satisfizo con la Visa de la SGAE, en bares de alterne. Constituye el paradigma
(si no la exaltación extrema) de vida disoluta; doblemente disoluta, sin estridencia,
por el hecho en sí (a lo largo de seis meses) y por la heterodoxia desplegada a
la hora de zanjar deudas. El broche áureo lo puso cuando aportó la razón:
"Estaba deprimido". Aunque el método curativo sea atípico, espero que
el señor Farré, gracias a los efectos balsámicos de tan hábiles facultativas,
haya superado ese bache tan común en la ajetreada vida que debería padecer.
Aparte mis buenos deseos, confieso que don Pedro aglutina de manera insuperable
los defectos que indirecta o directamente hemos enjuiciado.
Se
dice que las palabras convencen y los ejemplos arrastran. Prescindo de la frase
(excluyendo del vocablo arrastran cualquier matiz volitivo) el objetivo moral,
conductual, de ejemplo. Lo restrinjo a puro recurso didáctico para transmitir
mejor la comprensión de los conceptos. No fue otra mi intención.
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