lunes, 24 de octubre de 2011

EL LABERINTO DEL PP


Hay un refrán político por excelencia: "muerto el perro se acabó la rabia". Sugiere la táctica generalizada de soslayar hechos, hipótesis, preguntas, para que desaparezcan los problemas supuestamente ligados a ellos. Luego se impone la cruda realidad y cada preboste es reo de su hipocresía, descaro e incuria. Pudiera ser, aunque me extraña, fruto del paternalismo mal entendido; una especie de cobijo en que el político pretende guarecer a la sociedad, evitarle aflicciones más tarde redivivas y agigantadas. En ocasiones mezcla desprendimientos con intereses oportunos que gesten algún rédito electoral. Quizás peque de biempensante dándole categoría temporal a lo que aparenta ser móvil definitivo.


La maniobra descrita no se concreta ni patrimonializa en ninguna sigla. Todas, en mayor o menor grado, la utilizan a menudo, casi con exceso. Jamás entendí qué argumentos les han llevado a convertirla en campo de honor donde se dilucidan retos procedentes de tal o cual guante que se lance y recoja por el camino político. Así, verbigracia, Zapatero repitió legislatura ocultando la crisis que azotaba a España con dureza. Siguió omitiéndola hasta el momento mismo, según él, de la recuperación. Esta doble falacia, entre otras causas, nos ha llevado a la ruina presente. Sin embargo su castigo no guarda proporción a la culpa, si bien sale del gobierno sin prestigio, ninguneado, grogui, hecho un eccehomo.


El PP huele a poder. Se presenta cada día más quedo, confuso, incoherente. Oye confidencias de cortejo fúnebre a cuya cabeza marcha Rubalcaba. Percibe, a hombros (rito torero), los despojos de un PSOE víctima de la crisis y del presidente caótico por excelencia. González Pons, mandarín del PP, entrevistado fechas atrás, presentó maneras huidizas, sobrias, opacas. Del referente en la oposición no queda un ápice. Lo noté recóndito, cauto, midiendo las palabras que otrora hicieron torrentera. Genérico, cual placebo o aledaño, pasaba sobre ascuas en cualquier tema que se le tanteara, ya como opinión personal, ya como proyecto gubernativo. Era, al fin, la cruz insólita de aquella cara elocuente, incisiva, aguda, de épocas cercanas.


Entresaco, resumido, el meollo. Apuntó, dentro del capítulo económico, que las expectativas eran optimistas; el PP pensaba abaratar la contratación, no el despido; confesó el papel vertebral de sindicatos y CEOE en la reforma laboral; rebaja del impuesto de sociedades; se reducirán los impuestos a autónomos junto a pequeñas y medianas empresas; cuentan con recuperar los puestos de trabajo perdidos sin temporalizar tal objetivo. Blasonó que ya Aznar había creado cinco millones de empleos y que Rajoy conseguiría otra hazaña "poniendo sentido común". Evasivas sobre ETA, las víctimas, el aborto y otras preguntas comprometidas.


Aplicando el sentido común, digo que el señor González Pons se encuentra ayuno de ideas o, peor aún, embauca al ciudadano. El Estado Autonómico presenta obesidad mórbida y ello le lleva a la auto destrucción. Tal diagnóstico, grabado en la opinión pública, responde a la contumacia empírica durante años. Ni mención a materia tan necesaria. Cuando reconoce el cometido de sindicatos y patronal, está anunciando (contra toda proclama) también el deseo de "sostenella y no enmendalla". En ningún instante menciona a la clase media, empobrecida tras la crisis y pieza imprescindible para un gobierno "benefactor". ¿Quiere explicarnos don Esteban cómo se va a crear empleo sin consumo interno? ¿Acaso con las exportaciones cuya nota es la falta de competitividad en el mercado exterior? ¿Quizás con un turismo coyuntural y que no puede entenderse factor significativo de desarrollo? ¿De dónde vamos a sacar el capital para satisfacer no ya la deuda privada-financiera (ya se empieza a hablar de quitas, y ni por esas) sino la deuda soberana? Veremos qué pasa con las hipotecas tóxicas. Es mal negocio sembrar caro y recoger barato.


En tiempos de Aznar (opuestos al escenario actual, contra el análisis del vicesecretario de comunicación) había dos ingredientes que hicieron posible el milagro: la edificación e industrias anejas, que supusieron millones de empleos, y la entrada de capital (sin apenas intereses) que potenciaron hasta extremos insospechados el consumo interior. El presente no permite concebir grandes resultados en los aspectos institucional, social y económico. El PP va dando muestras de encontrarse a las puertas de un laberinto cuyo recorrido va a levantar ronchas antes de colisionar con la incompetencia.

 

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