Hago testimonio público de mi oposición a la crítica del hombre; sí al
cargo, entre otros motivos, porque sólo distinguimos los hechos del gobernante,
extraño por demás en otro contexto. Conozco personalmente a políticos
autonómicos de segunda fila, que fueron compañeros de profesión. De estos
últimos opinaría, sobre todo, desde una dimensión privada, pues sus hazañas
públicas pertenecen a la esfera de lo ignoto o esotérico. Admito, asimismo, el
reparo de aventurar juicio ajustado sobre dignatario alguno; más si cabe cuando
nos basamos, forzosamente, en datos proclives a cierto manejo. No obstante lo
dicho, creo que al político de referencia se le puede evaluar con mínimo margen
de error. La triste experiencia confirma un examen certero.
Cualquier modesto manual de albañilería, sin llegar a la exaltación
arquitectónica, aclara que un inmueble, majestuoso o en ruinas inminentes,
precisa unos pilares de basamento general. La exigencia se hace extensiva a
ley, ente o cualidad animal. Así, formulamos con las tres bes (bueno, bonito,
barato) el fundamento de un producto competitivo. La felicidad suele ubicarse
en espacios indeterminados, pero no exentos de salud, dinero y amor como
estímulos eficaces para su percepción. El individuo, a su vez, construye la
personalidad sobre arraigadas convicciones éticas y virtudes sociales.
Nuestro presidente, señor Rodríguez, sustenta el talante -vocablo que, a
su gusto, sustituye al común- sobre tres columnas salomónicas, recargadas y con
casi nula solvencia tectónica; es decir, sin desempeñar un papel cardinal en la
solidez; adheridas especialmente al ornato y la fruslería. No creo
pecar de atolondrado si las denominara las tres íes: iluso, inútil e ilegal.
El primer pilar del trípode, para algunos funesto atributo de un
auténtico filántropo, oculta (desde mi punto de vista) el deseo preocupante de
engatusar siempre al ciudadano con propuestas que parecen geniales, imputables
en exclusiva a un estadista sobresaliente. Al fondo, se aprecia la argucia
consciente de quien pretende ocultar ausencias con anhelos etéreos, tan a largo
plazo que el epílogo franquea con creces la cronología de varias generaciones.
Evita, además, la pejiguera, el disgusto, de escuchar epítetos poco fraternos,
impulsivos. Apuesta por la Alianza de Civilizaciones y el Cambio Climático,
perdidos ambos en la indefinición temporal. Pasa, incluso, a la Historia como
político extraordinario, capaz de romper fronteras nacionales para impregnar el
orbe con su aura. Hay que ser muy hábil para reducir a enaltecimiento la
indigencia intelectual.
El segundo, su constatación, es una obviedad para cinco millones de
parados y el resto que ha visto mermado su poder adquisitivo de manera
alarmante. Encima estamos en pleno desplome y acelerando. Lo inútil de su
gestión es axiomático. Los gobiernos de Aznar dejaron un delicioso regusto
económico; único éxito y cumplimiento, por cierto. Postergó las deficiencias
estructurales que dejaban entrever los proyectos económicos porque priorizó la
entrada en el euro. Zapatero, a su vez, se encontró una situación de envidiable
bonanza. A él tocaba enmendar las deficiencias: burbuja inmoderada y con claros
desajustes, activos hipotecados sin avales suficientes, falta de alternativa a
la construcción, etc. Ahora, escaso de perspectiva en la crisis, aprecia
culpables de la situación al hundimiento financiero internacional y, embargado
por extraño proceso especulativo, a Aznar. Promueve la Ley de Memoria
Histórica, catalizador oportuno del renovado enfrentamiento de las dos Españas.
Fue padre putativo e innecesario del Estatuto Catalán que ha avivado la
insolidaridad, actitudes antiespañolas y, lo que es peor, insumisión a la ley
-según manifestaciones personales- del presidente actual, señor Mas, y de su
antecesor, señor Montilla, en un
ignominioso acto de burla a las Instituciones Nacionales. No queda
ninguna duda. La gestión al frente del ejecutivo ha resultado inútil, si no
catastrófica..
El tercero, y definitivo, le ha llevado en varias ocasiones a tomar (o
permitir hacerlo) la ley como herramienta de uso particular e interesado. Desde
incontables minucias, retrasos en su aplicación, presiones y condicionantes,
hasta casos escandalosos. Gürtel y Faisan, entre otros, ponen de manifiesto la
utilización de la ley en beneficio partidario, inadmisible en una democracia.
Las ansias del señor presidente de idear normas baipás para soslayar la
sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto Catalán, me parece un
claro atentado a la Norma por parte de quien debe salvaguardarla.
Desconcertante.
El señor Rodríguez deja diariamente al
descubierto los pilares que han provocado su ruina política, la del partido que
lo apuntala y la de toda España.
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