jueves, 13 de enero de 2011

ESPAÑA Y EL BESO


Sheril Kirshenbaum, científica americana, acaba de divulgar un estudio cuya conclusión es rotunda: "el primer beso supone una de las experiencias más interesantes de la vida. Mejor incluso que perder la virginidad". Supongo a la juventud columna indiscutible del análisis, salvo deseo lúcido de ofrecer gato por liebre. Estamos estimando sentimientos y emociones íntimos de un pueblo que lleva dos siglos de constante conflicto; prueba arraigada de legitimidad, colofón de anhelos y esperanzas

La curiosa noticia, publicada como rareza en un medio escrito, me llevó -cual máquina del tiempo- a los años cincuenta, bien entrados, del pasado siglo. Mozalbete por aquellos  tiempos, conseguir tu primer beso (en esta tierra de nuestros pecados) no era una de las experiencias más interesantes, que lo era; se convertía con asiduidad en aventura muy excitante, novelesca. Romeo y Julieta, a veces El Burlador de Sevilla, padecieron menos oposición familiar, manejaron la espada con suprema maestría, pero (me consta) no penaron el imperio de nuestros lances. Probablemente el puritanismo estadounidense, manantial que libera gozoso el sabor del primer ósculo, mantenga un santuario anejo al nacionalcatolicismo español de la época. El estudio patrio, en aquel entonces, hubiese deparado  idéntico colofón. El tiempo y los hábitos se miden con relojes distintos. Cosas.

EEUU permanece virgen, no cambia; aún mantiene la  Constitución primigenia. Presenta, no obstante, matices que permiten comprender, hasta obviar, mínimas e inicuas alteraciones acometidas por insanos protagonismos. España, por contra, ha mandado el "himen" a hacer puñetas, bulle en un pasional caldo de cultivo. Pasamos del cero al infinito con inusitadas desenvoltura y velocidad, a la manera que el día sobreviene a la noche. Somos un pueblo de mártires o verdugos, sin saldar por ello cuenta alguna de alabanza o reprensión social.  Como iba diciendo, a finales de los cincuenta y años posteriores besar a la amada se convertía en todo un poema. Menos complicado pareciera obtener plaza de notario o juez -paradigmas ambas de dificultad absoluta- aunque nunca intenté concurrir a ninguna de estas opciones; si fui aspirante firme de esa grata oposición al primer beso.

Hoy, chicas quinceañeras valoran su primer beso como cualquier otro objeto coleccionable. Cuando compiten, sólo cuentan piezas de caza mayor. El beso no es siquiera pieza, a lo sumo técnica. Abandonado el misterio, nos deslizamos a lo exotérico sin pestañear; de cantar al beso, a la pornografía audiovisual sin solución de continuidad. El deseo deviene en hastío, la apariencia en chasco. Tabúes -junto a traumas- de ayer, han alumbrado desvarío y exceso ahora.  Desde el punto de vista político social, el canje, la voladura, sigue los mismos derroteros. El franquismo despertaba amaneceres de libertad. La realidad, una vez experimentada, aporta pocas luces a un espacio en penumbra permanente; se vislumbra perseverante la entelequia con ribetes de tragedia anunciada. Los políticos han construido una democracia hosca, sin atractivos. Además cara.

España, la del beso, se muerde la lengua irresponsable ante la píldora del día siguiente. España, la de Franco, expía exhausta la penosa contemplación de una democracia postrada, con politraumatismo severo.

 

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