Sería necio negar los efectos perniciosos que produce el hábito de
fumar. Igualmente se entendería una manipulación interesada, a la par que tesis
falaz, considerar al tabaco columna vertebral de los óbitos por cáncer o
enfermedad pulmonar. Desgraciadamente, erradicar ambas no se consigue con la
fácil terapia de prohibir su consumo en locales cerrados. Dejaríamos, fuera del
análisis, variables tan fundamentales como gases resultantes de combustiones
fósiles, contaminación hídrica, partículas metálicas en suspensión, uso
indiscriminado de aditivos cancerígenos, etc. Centrar el foco con tanto ahínco
(de forma casi irracional) en el fumador, debe incitar al ciudadano crítico a
lucubraciones que se distancian, seguro, de la argumentación gubernamental. Al
menos la juzga una metodología errónea y tiránica.
El tabaquismo es la
adicción desmedida a consumir tabaco en su diversa variedad y presentación.
Suele iniciarse por influencia del grupo donde uno va consolidando el vínculo
social. Forma parte de nuestra cultura occidental relativa a pautas de
comportamiento. Hasta ahora ha gozado del beneplácito popular, incluso de
soterrada invitación a la licencia. Fumar era políticamente correcto. De
pronto, por ensalmo, surge una inquisitorial persecución; tanto que han
rescatado esa figura ignominiosa del delator. Una suerte de policía moral cuyos
emolumentos alcanzan el rango de indulgencias plenarias. Decía madame Girardin
que exagerar la fuerza es descubrir la debilidad. ¡Vaya Gobierno canijo!
Hace seis años abandoné lo que para mí nunca
pasó de afición liviana. No me siento atraído por el fundamentalismo del
converso, ni creo ubicarme próximo a la loa; inmerecida merced si hubiera
sugerido tal recompensa. Presumo, eso sí, de tener las manos limpias,
asépticas, para diseccionar, sin temor al contagio, tan compleja realidad.
Reitero una postura inequívoca favorable a minimizar los efectos nocivos del
tabaco, pero con la misma convicción me opongo al ordeno, mando y castigo.
Desconozco si la señora ministra del ramo ha oído hablar de la tercera ley de
Newton sobre Dinámica. Me temo lo peor.
El ejecutivo,
cualquiera, puede ordenar o prohibir al individuo aquello que estime oportuno
para lograr su bienestar (el del individuo, ¡qué pensaban!). También, por qué
no, excederse en atribuciones cuya raíz sea la arbitrariedad y el objetivo
forjar una masa moldeable. Rechacemos esta hipótesis; o no, pues hay mucho
Paulov suelto. Por contra, el Estado de Derecho se percibe bastante
encorsetado. En fin, lo que escapa al gobierno más controlador es la libertad
de pensamiento. Esgrimiendo esta prerrogativa, presumo acercarme a la mayoría
cuando manifiesto las siguientes serenas reflexiones. Intuyo que la ley, nueva
y polémica, aparte de no tener pies ni cabeza muestra un aire provocador. El
gabinete socialista disfrutaba, inexplicablemente, una paz social, una
paradoja, imprevista en razón de los acuciantes problemas que soporta el
ciudadano. Aprobar la ley, con maldad incluida, implica romper las hostilidades.
Afecta a las finanzas de pequeños hosteleros, mermadas una barbaridad, y
origina levantiscas discrepancias de quien está harto; casi todos.
Tenaz, sigo pensando
que la ley no presentaba urgencia alguna, que hay otras técnicas para conseguir
efectos parecidos o mejores y que los resultados brillantes se alcanzan por
convicción, nunca por coacción. Sospecho (disculpen los prohombres si yerro)
que la salud del representado les importa una higa; la toman prestada y ofrecen
excusas creíbles mientras anidan intenciones bastardas. Resulta curiosa la
cantidad ingente de normas, previsiones, planes, vaivenes, que nos tienen
ocupados, preocupados, mientras ellos vagan inoperantes entre la propaganda y
la palabrería con visos de hueca trascendencia.
Señora Pajín, la
tercera ley de Newton aclara rotunda: "con toda acción ocurre siempre una
reacción igual y contraria". Se refiere al comportamiento de los cuerpos
en Dinámica. Si consideramos al hombre un ser natural no exento de substancia
similar, sus movimientos -inducidos por el cerebro- han de ordenarse por leyes
físicas, entre ellas la referida. Trasladada al ámbito social, podemos afirmar
que si al hombre se le somete a una acción determinada, hay que esperar una
reacción igual en sentido contrario. Era evidente que la crisis y los cambios
drásticos en el comportamiento colectivo, iban minando poco a poco la tenacidad
del fumador. La ley, en su efecto reactivo, está impulsando cierta
perseverancia hacia el tabaquismo.
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