domingo, 9 de enero de 2011

EL TABAQUISMO DE LA LEY


Sería necio negar los efectos perniciosos que produce el hábito de fumar. Igualmente se entendería una manipulación interesada, a la par que tesis falaz, considerar al tabaco columna vertebral de los óbitos por cáncer o enfermedad pulmonar. Desgraciadamente, erradicar ambas no se consigue con la fácil terapia de prohibir su consumo en locales cerrados. Dejaríamos, fuera del análisis, variables tan fundamentales como gases resultantes de combustiones fósiles, contaminación hídrica, partículas metálicas en suspensión, uso indiscriminado de aditivos cancerígenos, etc. Centrar el foco con tanto ahínco (de forma casi irracional) en el fumador, debe incitar al ciudadano crítico a lucubraciones que se distancian, seguro, de la argumentación gubernamental. Al menos la juzga una metodología errónea y tiránica.

 El tabaquismo es la adicción desmedida a consumir tabaco en su diversa variedad y presentación. Suele iniciarse por influencia del grupo donde uno va consolidando el vínculo social. Forma parte de nuestra cultura occidental relativa a pautas de comportamiento. Hasta ahora ha gozado del beneplácito popular, incluso de soterrada invitación a la licencia. Fumar era políticamente correcto. De pronto, por ensalmo, surge una inquisitorial persecución; tanto que han rescatado esa figura ignominiosa del delator. Una suerte de policía moral cuyos emolumentos alcanzan el rango de indulgencias plenarias. Decía madame Girardin que exagerar la fuerza es descubrir la debilidad. ¡Vaya Gobierno canijo!

 Hace seis años abandoné lo que para mí nunca pasó de afición liviana. No me siento atraído por el fundamentalismo del converso, ni creo ubicarme próximo a la loa; inmerecida merced si hubiera sugerido tal recompensa. Presumo, eso sí, de tener las manos limpias, asépticas, para diseccionar, sin temor al contagio, tan compleja realidad. Reitero una postura inequívoca favorable a minimizar los efectos nocivos del tabaco, pero con la misma convicción me opongo al ordeno, mando y castigo. Desconozco si la señora ministra del ramo ha oído hablar de la tercera ley de Newton sobre Dinámica. Me temo lo peor.

 El ejecutivo, cualquiera, puede ordenar o prohibir al individuo aquello que estime oportuno para lograr su bienestar (el del individuo, ¡qué pensaban!). También, por qué no, excederse en atribuciones cuya raíz sea la arbitrariedad y el objetivo forjar una masa moldeable. Rechacemos esta hipótesis; o no, pues hay mucho Paulov suelto. Por contra, el Estado de Derecho se percibe bastante encorsetado. En fin, lo que escapa al gobierno más controlador es la libertad de pensamiento. Esgrimiendo esta prerrogativa, presumo acercarme a la mayoría cuando manifiesto las siguientes serenas reflexiones. Intuyo que la ley, nueva y polémica, aparte de no tener pies ni cabeza muestra un aire provocador. El gabinete socialista disfrutaba, inexplicablemente, una paz social, una paradoja, imprevista en razón de los acuciantes problemas que soporta el ciudadano. Aprobar la ley, con maldad incluida, implica romper las hostilidades. Afecta a las finanzas de pequeños hosteleros, mermadas una barbaridad, y origina levantiscas discrepancias de quien está harto; casi todos.

 Tenaz, sigo pensando que la ley no presentaba urgencia alguna, que hay otras técnicas para conseguir efectos parecidos o mejores y que los resultados brillantes se alcanzan por convicción, nunca por coacción. Sospecho (disculpen los prohombres si yerro) que la salud del representado les importa una higa; la toman prestada y ofrecen excusas creíbles mientras anidan intenciones bastardas. Resulta curiosa la cantidad ingente de normas, previsiones, planes, vaivenes, que nos tienen ocupados, preocupados, mientras ellos vagan inoperantes entre la propaganda y la palabrería con visos de hueca trascendencia.

 Señora Pajín, la tercera ley de Newton aclara rotunda: "con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria". Se refiere al comportamiento de los cuerpos en Dinámica. Si consideramos al hombre un ser natural no exento de substancia similar, sus movimientos -inducidos por el cerebro- han de ordenarse por leyes físicas, entre ellas la referida. Trasladada al ámbito social, podemos afirmar que si al hombre se le somete a una acción determinada, hay que esperar una reacción igual en sentido contrario. Era evidente que la crisis y los cambios drásticos en el comportamiento colectivo, iban minando poco a poco la tenacidad del fumador. La ley, en su efecto reactivo, está impulsando cierta perseverancia hacia el tabaquismo.

 

 

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