La libertad, sin entrar
en disquisiciones metafísicas, es la médula -desde mi punto de vista- de ese
predicado que enaltece la subsistencia llamado hombre; hasta el punto de
resultar imposible la idea de ser sin el concurso humano. El hombre es, pues,
la sustancia de la existencia (aún del ser ya que sin él no habría nada, es
testigo del Todo) y la libertad la esencia del hombre. La formación, el
conocimiento, es la medida del acto volitivo en cuanto nos da pautas,
argumentos, para discriminar entre las opciones que nos presente una
determinada disyuntiva.
No sé si por inercia de
una vocación temprana, por contumacia o por loable escrúpulo social, intento
continuar mi prolongado quehacer didáctico -libre ya de las obligaciones que
consumían el tiempo inexorable- en potenciar en los demás el goce y la
conveniencia del examen; de ese entretenimiento aconsejable para estimular las
neuronas con el fin de que no se anquilosen y nos procuren una mejor conciencia
de la realidad. No
comulgo en absoluto con el constructivismo como corriente pedagógica que arroga
a la experiencia personal y a la autopoiesis elementos nucleares en la
cognición.
Creo en el esfuerzo, la
capacidad de sacrificio, como requisito necesario para vencer la ignorancia,
fuente de todo engatusamiento, proselitismo inducido (acrítico) y desarme de
una sociedad que deseamos vertebrada. Sin embargo, reconozco que en la gnosis
de las ciencias sociales, imprescindibles para entender los movimientos
colectivos en el devenir histórico, la experiencia del individuo, complementada
con algunos conceptos teóricos, es el fundamento del acontecer político.
Proyecto alternar mis
artículos de opinión cerrados, con otros abiertos en los que se motive al
lector a un sosegado impulso mental, para que sea él quien cierre esas ideas
anticipadas y acopie así sus propias conclusiones definitivas. Poco a poco, usando
provechosos razonamientos, conseguirá una cultura política capaz de analizar
más exactamente la sociedad, sus problemas de convivencia. Impulsará, como pieza activa, el sistema democrático; sin cuyo
concurso se convierte en burda teoría, en mera patraña, de políticos
profesionales, hábiles especialistas del señuelo.
Con el título general
del epígrafe que abre las lucubraciones y posterior iniciativa, subtitularé las
ofertas para el debate íntimo de cada uno. Yo seré el “instigador” de vuestro
trabajo; sembraré, espacios ociosos, de estímulos para la deliberación. En
ese ejercicio intelectivo puliremos nuestro umbral de percepción y dejaremos el
ánimo presto para aceptar aquello que se ajuste a esa certidumbre cuyo basamento es el juicio frío y las
vivencias. Procuraremos, así lo espero, el descubrimiento de charlatanes;
estraperlistas sin principios ni escrúpulos que pretenden vivir a expensas de
la sociedad.
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