Sucesivas encuestas
electorales, incluida la de Tezanos, llevan tiempo anunciando, no solo la
derrota sino el hundimiento del “sanchismo”. PSOE, hoy, es solo un documento
tácito, a la vista, de defunción pese a que todavía muchos no quieran ver su
rigidez cadavérica. Creo que lo invocan inútilmente esperando un prodigio para
ver si ocurriera como aquel: “Lázaro, levántate y anda”. Tiempo perdido, el
largamente centenario cuerpo orgánico del PSOE, ahora mismo es un osario ideológico
por exigencias de Sánchez en una desenfrenada ambición personal. A lo largo de
su historia el partido ha cometido errores y aciertos, pero nunca tuvo un líder
que antepusiera sus intereses personales a los de la sigla. El caso más
paradigmático fue el de Largo Caballero, de dudosa reputación, que formó parte
del Consejo de Estado con el dictador Primo de Rivera para conseguir la
supremacía de UGT sobre CNT, mayoritaria en la turbulenta década de los años
veinte.
Ante tal coyuntura, el
aventurero que ocupa La Moncloa y que ha armado todo su empirismo desde un
otero delirante, remoto, hostil, ordena al rebaño tomar la calle si no quieren
perder privilegios ni oportunidades. Ha conseguido transmitir la misma audacia
y potestad con que, presuntamente, Fraga aseguró “la calle es mía” en
conversación telefónica con su amigo sindicalista Ramón Tamames. Salvando las
distancias intelectuales entre uno y otro, Fraga utilizó una metáfora con
lectura explosiva, estúpida; Sánchez ha ordenado una estupidez aderezada de
fantasiosas pretensiones, como lo demuestra la mayoritaria respuesta ciudadana.
Si la sigla histórica se ha convertido en polvo ideológico, cobijo de la nada
material, su efímera alternativa denominada sanchismo ya no constituye ni
presente; ahora, es espejismo de un pasado inmediato.
La Historia socialista,
con nombre y apellidos o apodada, está llena de individuos carismáticos,
nefastos dirigentes y pobres ruiseñores. Entre los primeros cabe destacar
Julián Besteiro, Salvador de Madariaga, Niceto Alcalá Zamora y, tal vez, Felipe
González. Dirigentes nefastos fueron Indalecia Prieto y Francisco Largo
Caballero. Pobres ruiseñores, Rodríguez Zapatero (el señor Rodríguez) y Pedro
Sánchez (señor Antonio). Ellos trajeron ventura y gratitud, momentos trágicos y
espectáculo grotesco no exento de miseria pertinaz frente al diseño
propagandístico. Ciñéndonos a los tres momentos claves: Dictadura
primorriverista, Segunda República y Transición una vez desaparecido Franco,
nunca hubo una autocracia tan visible y peligrosa como la actual; tanto que la
sigla colectiva ha sido absorbida, con jeta y sin retorno, de manera ilegítima.
Sí, todos los líderes
socialistas (desde el sombrío al benefactor) han sido leales a un proyecto
colectivo, pretendidamente pródigo, que no siempre quiso aunar e impulsar a una
sociedad ávida por lograr metas dignas. Hasta un corto Zapatero supo acatar la
centenaria existencia del programa socialista. Tenía que llegar un soberbio,
ególatra, voraz, para demoler la obra que había costado levantar casi ciento
cincuenta años y dejar sin señas de identidad a militantes y sin entraña
electoral a millones de ciudadanos. No obstante, el quebranto debe achacarse a
aquellos que empalidecen y caen de bruces ante el oro degradante o torpe
prurito. Quizás hayamos consentido, a lo peor instaurado, un extenso patio de
Monipodio donde campan a sus anchas los pícaros —encorbatados o no, según sigan
los pasos del nuevo dogma sobre el cambio climático— cual plaga bíblica.
Es lógico que Sánchez se aferre al Falcon con
uñas y dientes. Sin embargo, cualquier táctica efervescente —propaganda o
imagen— tipo “nosotros elegimos a la gente” o “tengo una pregunta para usted”,
reconvirtiéndose en presidente cercano, no le evitará ser apeado del poder para
llegar a su estado original: una pomposa nada. ¿Acaso cree que convertir el
Estado de Derecho en una charlotada carece de duro peaje? El amparo dado al
gobierno catalán en su desacato al Tribunal Supremo respecto a la
obligatoriedad de transmitir en castellano el veinticinco por ciento del horario
lectivo, le inhabilita irremediable y definitivamente para toda función
política. ¿Qué anclaje tiene o debiera tener dicha actitud en la Constitución?
¿Cuál sería la respuesta justa para restablecer la Ley ante el vacío de poder
ejercido por el gobierno? Negarle toda legitimidad, al menos.
Si lo antedicho fuera insuficiente
para mandarlo a su casa, de donde no debiera haber salido nunca, las evidencias
retributivas a prisioneros de ETA por los servicios prestados de Herri Batasuna
son incontestables. Al mismo tiempo se presuponen estrechos lazos entrambas. La
parte siniestra del escenario vasco, tal vez acompañada del PNV, debe estar muy
satisfecha por el acercamiento de presos a las cárceles propias como paso
previo a su puesta en libertad. Mal negocio, incluyendo otra prueba de torpeza,
al alargar unos meses la amarga pasión de España —sabemos que eso supone para
él una insignificancia— y la suya, aunque soportable desde La Moncloa. A la
par, se conforma con cinco votos en el País Vasco mientras pierde centenares de
miles allende sus fronteras. Domina propaganda, imagen y facundia, pero como
estratega da pena.
Los medios constituyen la
herramienta principal para dar eco a la cantidad de contrastes (criterios
diferentes u opuestos) percibidos y que se transcriben como únicos fundamentos
verosímiles. Sánchez alimenta como nunca su “agradecimiento” regándolos con
subvenciones plurimillonarias. La oposición sigue en babia y si llegara al
poder seguiría en actitud parecida aguachando a los mismos medios que hoy los vituperan;
es decir, en sentido estricto apenas hay prensa, ni antes ni después, con “seducciones”
específicamente diestras. Es un hándicap que el PP, castigado por ancestrales
complejos, no sabe resolver. Hoy, cualquier grupo político —o asimilado— que desee
competir en el amplio espectro del consumo, necesita el impulso mediático o su
negocio fracasará estrepitosamente. Asegurar este punto supone sostener que la
política no es un acto de servicio; constituye un suculento negocio. Sin
ninguna animadversión, yo lo sostengo.
Al final, como necesario
epílogo —quizás curiosidad malsana, o no tanto— queda conocer si mezclarse con
la muchedumbre constituye una salida rentable, quimera o vana ilusión, de quien
ve una realidad deformada por causa natural o elaborada con notorios efectos
psicotrópicos. Llegados a este punto, conviene recordar la frase atribuida al
Guerra torero (no a aquel político deslenguado y faltón) que dice: “lo que no
puede ser, no puede ser y además es imposible”. Previo al nacimiento peculiar,
narcisista, de convivir con la gente, abandonar La Moncloa para recomponer una carente
encarnadura humana y un crédito inédito, oía el rechazo vergonzoso, insultante,
que causaba su persona ante cualquier colectivo oprimido, tal vez a las puertas
de la miseria. Sánchez solo da la cara cuando selecciona el auditorio; por eso
abandona este espectáculo vil, contraproducente para sus intereses electorales.
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